Lo que viene es Eneas, por Teodoro Petkoff
Un viejo chiste bautiza cada año que termina como «Benitín», implicando que el siguiente será «Eneas». Nada podría describir mejor lo que nos espera en 2002 que la gráfica expresión de que «lo que viene es Eneas». Económicamente la situación no pinta bien. Los pronósticos más optimistas acerca del estado de la economía mundial coinciden en apuntar que tal vez hacia mediados de año comiencen Estados Unidos y Europa a salir de la recesión (Japón parece estar desahuciado). Esto significa para Venezuela un entorno económico mundial desfavorable durante, al menos, la primera mitad del año. No es una noticia buena para los precios del petróleo. Aunque es poco probable que éstos caigan a los niveles de 1998 ($7) y más bien, gracias a los acuerdos OPEP y no OPEP, podrían estabilizarse en las cotas actuales ($14-15), esto implicaría que el gasto público no podrá ser utilizado como factor dinamizador de la economía. Tanto los ingresos fiscales provenientes del petróleo como los que genera internamente la economía no petrolera van a estar bastante por debajo de la estimación presupuestaria para el 2002. Para atender el gasto previsto el Gobierno tiene varias opciones, no excluyentes entre sí. Una, reducirlo en la práctica, afectando el gasto de inversión y el social; otra, financiarse mediante deuda; y una tercera, apelar al FIEM. Puesto que las necesidades de financiamiento, con un barril estimado en $18,50, alcanzan los 12 mil millones de dólares, imagínese el estrujón fiscal necesario para que las cuentas cuadren. Pero eso pone en duda que pueda producirse un crecimiento de 4% en la economía. Menos aún si para proteger los precios del crudo Venezuela debe reducir su producción. Por dondequiera que se mire, económicamente el año, al menos en su primer semestre, no luce promisorio. Tanto la economía real como el fisco van a conocer dificultades. La magnitud del déficit fiscal (sin contar los efectos de la situación política) anuncia presiones fuertes sobre la balanza de pagos. Nuevamente, el Gobierno tiene varias opciones. Devaluar y elevar las tasas de interés o establecer controles de cambio. Se oyen apuestas. En todo caso, cualquiera de las dos tiene un costo político y social. La segunda, por cierto, no impide la primera porque inmediatamente aparecerá un mercado negro, donde se fijará la verdadera paridad cambiaria.
Alíñese este guiso con la posibilidad de que persista el enrarecimiento político y se tendrá un cuadro bastante sombrío del panorama nacional en 2002. Este factor, si Chávez insiste en «radicalizar el proceso», tendrá efectos particularmente perniciosos sobre la economía y la sociedad en su conjunto. De hecho, la clave para fabricar alternativas está en el manejo político de todas estas contingencias. Dificultades económicas han sido una constante en nuestra vida de país. Cómo hacer viables las medidas para enfrentarlas es esencialmente un asunto político. Pero hay políticas y políticas. Con la que acompaña el lenguaje presidencial de estos días lo más probable es que nos encaminemos hacia algo bastante distinto de esa mítica «edad de plata» que anuncia Chávez cada cierto tiempo