Lo uno y lo otro, por Fernando Rodríguez

Correo: [email protected]
En el ayuntamiento de Jumilla (Murcia, España) tuvo lugar un pequeño pero trascendente episodio que ha conmovido el país. El partido fascista español, Vox, presentó una enmienda para impedir que la minoría musulmana, mil y tantas personas, pudiese realizar en un espacio deportivo público una oración colectiva de un par de horas dos veces al año en sus fechas religiosas mayores, fin del Ramadán y Fiesta del Cordero. La razón de la sinrazón de los fascistas es que hay que «defender nuestra identidad y proteger los valores y manifestaciones religiosas tradicionales (católicas)».
Como quiera que la proposición violaba abiertamente la libertad de cultos que establece la Constitución, su cómplice el Partido Popular encontró la fórmula viable y con los mismos efectos siniestros que fue prohibir toda manifestación religiosa en espacios religiosos del municipio. Las protestas democráticas no se hicieron esperar, muy enérgicas. Hay que recordar que hace unos días Vox había propiciado en un municipio cercano acciones violentas contra sectores musulmanes.
Queremos hablar de esa tal identidad, concepto fundamental de la extrema derecha de todos los tiempos y lugares, sobre todo a partir de la modernidad, de la revolución francesa. Identidad quiere decir en lógica A es igual a A y excluye todo cambio. Trasladado a las sociedades implica que toda transformación tiende a ser excluida y sobre todo los cambios revolucionarios. Los alemanes retrógrados del XVIII y el XIX pretendían que era propio de su naturaleza, otra palabrota del diccionario fascista, el rechazo de toda contaminación con el revolucionarismo propio de la naturaleza de los franceses. Allá ellos.
Ese fue el camino que terminó en la raza superior de Adolfo Hitler y de las razas enfermas y malditas que había que extirpar de la faz del planeta, sobre todo judíos y de paso gitanos y homosexuales. Y mira que lo hicieron realidad.
Ese pasadismo inmóvil, definirse por la tradición nacional, ha cundido en todo el mundo. Hasta en izquierdas que pretendieron aferrarse al criollismo, al nacionalismo hiperbólico, para supuestamente protegerse de la sumisión a los intereses y formas culturales de las naciones colonialistas e imperialistas. Esperemos que esto solo vaya quedando residualmente para las supuestas izquierdas que esconden regímenes bárbaros. Pero su lugar natural es el fascismo, los partidos de ultraderecha y de ciertas derechas colocadas a su vera, como protección, por ejemplo, contra los odiados migrantes que la invaden con sus insanas costumbres o cualquier forma de socialismo o de grupos sectoriales que luchan y alcanzan sus legítimos derechos, verbigracia feministas, homosexuales, «negros», etc. No es el tema.
El indigenismo o la religión independentista han sido banderas entre nosotros para impedir luchas que se arropan con otras ideas que, sin negar los valores del pasado, permiten elaborar futuros distintos y mejores, otros, romper lo idéntico. No el uno sino el plural.
*Lea también: Revisitando la caverna de Platón, por Fernando Mires
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo