Loli era rica… y no lo sabía, por José Domingo Blanco
Autor: José Domingo Blanco | @mingo_1
“Yo no sabía que era rica señor Mingo” me dice Loli mientras sigue quitando el polvo del escritorio frente al que estoy sentado. “Antes, yo compraba la harina, la pasta y el arroz por bulto: ahora no puedo comprar ni un paquetico. Perdí 25 kilos. Se ha vuelto normal que me acueste en las noches sin comer… yo antes era rica, señor Mingo, y no lo sabía”. Loli se gana la vida limpiando casas o apartamentos. Y cada vez que ajusta su tarifa porque el dinero no le alcanza ni para comprar yuca, pierde un día de trabajo o “la patrona” le pide que mejor vaya cada quince días y no semanalmente. Para surfear el Tsunami de la hiperinflación la mayoría de los venezolanos nos hemos visto en la necesidad de hacer ajustes, cambiar hábitos y reducir servicios. Una mayoría que mira con asombro –con rabia, y hasta con odio- cómo sobreviven los parásitos del régimen que siguen chupando lo mucho o poco que pueda quedar en las arcas de la nación.
La canasta alimentaria familiar de diciembre, según el reporte del Cendas, llegó a Bs. 16.501.362,78. No hay salario u honorarios capaces de cubrir esos gastos de comida. Aún no termina enero, y el dólar paralelo pulverizó el último aumento salarial decretado por Nicolás.
No sólo Loli es pobre: es que ahora todos los venezolanos estamos entrando en esa categoría. Somos testigos de la desaparición de la clase media, bien sea porque emigró o porque ha perdido aceleradamente su capacidad de compra.
Hacer malabares con los ingresos para cubrir las necesidades básicas, se ha vuelto el oficio común de las familias que intentan no morir sepultadas ante el peso de una hiperinflación que las asfixia con saña. Todo ocurre en cuestión de horas. Somos testigos, dolientes y víctimas de la pérdida de la calidad de vida. La pobreza está tocando la puerta de cada vez más hogares y hospedándose con ánimos de quedarse para siempre.
El problema es complejo. Muy complejo. Por eso, algunos economistas plantean que la solución tiene que asestarse como quien propina un golpe que noquea al oponente. Y aunque el régimen insista, a través de sus medios gobierneros, que esta situación la provocó la Guerra Económica, lo cierto es que su tesis, desde cualquier punto de vista, refleja el enorme fracaso de sus políticas económicas. El país está en la ruina, y la recuperación no la provocarán las mentiras del nuevo presidente de PDVSA -quien garantizó que aumentará la producción de barriles de petróleo- o el Noticiario de la Patria anunciando que, para finales de 2018, las bóvedas del Banco Central, rebozarán con las toneladas de oro que están extrayendo del Arco Minero.
Por eso, en estos momentos, sin que sea una medida decretada por la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente, o una sentencia emanada por el Tribunal que preside el sancionado Maikel Moreno, nuestra economía está dolarizada. Se dolarizó sola. Se transa en dólares, aunque la moneda de curso legal sea el Bolívar; uno que, por cierto, hace mucho dejó de ser Fuerte y que hoy luce tan raquítico como los afectados por la desnutrición crónica que diezma a la población de nuestro país. Quizá, por eso, los comerciantes para no espantar a los clientes, y obligados a realizar sus operaciones en la moneda de curso legal, aplican una versión expres de la reconversión –como la que nos impuso el difunto intergaláctico en el 2008- para quitarle ceros a los precios, en un último intento desesperado por lograr la venta. Porque, para quienes tenemos buena memoria, que hoy los costos de los productos y servicios superen el millón de bolívares, inevitablemente recordamos que esos millones actuales perdieron hace diez años unos ceros y, si no se los hubiesen quitado, estaríamos hablando de millardos. ¡Qué nadie ponga en duda el éxito que ha tenido este régimen al repartir equitativamente la pobreza entre todos los venezolanos!
Ávidos de soluciones, después de los escenarios desoladores y desesperanzadores que plantean los expertos en la materia, la pregunta obligada es ¿qué podemos hacer para salir de este proceso hiperinflacionario, para el que no estábamos preparados y que amenaza con aniquilarnos? ¿Cuánto puede durar este período? ¿Cómo podemos blindarnos para salir lo más ilesos posible? Las experiencias en otros países que atravesaron por una situación similar varían; la duración de los períodos hiperinflacionarios, también. Algunos lograron vencerla sacando de circulación la moneda devaluada y generando una nueva. En Venezuela, además, tenemos un Control de Cambio que ha sido la génesis de todos los vicios que empoderan a este régimen. ¿El Bolívar tiene sus horas contadas? ¿Qué pasó con las rupias, los yenes y las otras monedas con las que el régimen quería hacerle frente a la dolarización tácita de la que ellos se quejan; pero de las que extraen sus jugosas ganancias? Las respuestas son acertijos. Y, las soluciones, como los medicamentos en etapa experimental: nadie sabe cuáles serán los efectos, si curarán los males o si será “peor el remedio que la enfermedad”.
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