Los combates de los elegidos, por Rafael Henrique Iribarren Baralt
Dostoievski, quien era el escritor favorito del recientemente canonizado Papa Juan Pablo II, decía que Dios prepara a los elegidos con el sufrimiento. Esta es la realidad que entraña: “La piedra que los constructores rechazaron llegó a ser la piedra angular”. Esta es precisamente la historia de los héroes, tanto mitológicos como históricos, y de los Santos. Por ejemplo: Hércules. Un ejemplo histórico: Churchill, quien batalló contra sus propios demonios toda su vida, se hizo fuerte, y lideró con éxito a su patria contra lo que durante muchos años el había, en vano, advertido con meridiana claridad: El nazismo.
Hace varios años me conmoví al ver la película “Seabiscuit”, que es la historia de un caballo menospreciado, el cual junto con el jinete John “Red” Pollard, se convirtieron en triunfadores. Con cómplice afecto “Seabiscuit” y “Red Pollard” se recuperaron, dándose mutuos ejemplos, de heridas terribles. Esto junto con otras virtudes de “Red” Pollard (como por ejemplo la de con enorme valentía ocultar, para que lo dejaran montar, que no veía por un ojo por una lesión) hizo que ya hacia el final de la película yo concluyese que el binomio Seabiscuit-Pollard era un símbolo curativo que había emergido, en plena depresión, con el propósito de darle ánimo al entonces desesperado pueblo de EE.UU, y del mundo en general.
Es más, lo asocié al centauro “Quirón”. Me di cuenta de que mi intuición había dado en el clavo cuando poco después vería en un video a la hija de Red Pollard decir, con la dulce luz del amor iluminando su rostro, lo siguiente: “Juntos formaron una totalidad, un cometa, una estrella, una bola de luz”. John “Red” Pollard por su parte, ignorando cuán curativa era su propia ejemplar tenacidad, con humildad dijo: “Él (Seabiscuit) nos curó a todos” (Pollard superó un incipiente alcoholismo en el que había caído a consecuencia del estado de postración en que le habían dejado sus fracturas).
Es muy elocuente el hecho de que la historia de “Seabiscuit” haya sido catalogada por la prensa como “El más impresionante regreso en la historia del deporte”, y no en balde “Seabiscuit” se convirtió en símbolo de la esperanza.
Los venezolanos tenemos una historia parecida con el caballo “Cañonero”, quien fue inicialmente infravalorado porque “caminaba como un cangrejo”, habida cuenta de que tenía una pata torcida. “Cañonero” bajo la hábil conducción de Gustavo Ávila ganó contra todo pronóstico el Kentucky Derby. La prensa de allá resumió la hazaña con la siguiente frase: “Quasimodo se convirtió en el príncipe azul”.
Cuando Venezuela vuelva a ser lo que ya fue, que será más pronto que tarde, considero que se podría hacer una buena película sobre “Cañonero”, en la que se plasmen las místicas conversaciones del entrenador, Juan Arias, con “Cañonero”. Conversaciones que lo hacen a uno recordar a San Francisco de Asís.
En esa película no podría faltar la aparición de la fallecida madre del propietario en sus sueños, quien le aseguró que “Cañonero” ganaría la referida carrera, lo cual sin duda hizo que él no cejara en su propósito de llevar a “Cañonero” a correr en EE.UU, empeño este que resultó ser toda una odisea (tuvo que viajar en un avión con gallinas. Llegó al hipódromo con una pérdida de peso alarmante por los miles de kilómetros recorridos por tierra, los venezolanos al llegar al hipódromo no tenían las credenciales y no sabían hablar inglés, etc.)