Los coteros, por Marcial Fonseca
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El relato que sigue fue insinuado por Borges; él definió la base filosófica del argumento; pero al final lo dejó en un chiste sobre la habitualidad en el mentir. El autor hace uso de la prerrogativa del lector, que el maestro magistralmente esbozó en «Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tú el lector de estos ejercicios, y yo su redactor». Ahora el cuento que pudo haber sido.
Esta es la historia de dos coteros que solían trabajar por los predios de los municipios Morán y Jiménez de Lara; y hasta osaban a incursionar por los alrededores de Barquisimeto; uno vivía en Quíbor y el otro en el Tocuyo; sus nombres, Baudilio y Margarito; el primero no engañaba a los campesinos; todo lo contrario del segundo, que con la primera cuota, o cota y de ahí cotero; ya recibía el costo original de la pieza; los pagos restantes serían la ganancia.
Y no solo engatusaba a sus clientes: estaba endeudado con Baudilio y hasta ahora se había salido con la suya, a pesar de que había prometido saldar la cuenta en apenas seis meses, ya iban más de quince.
Baudilio estaba preocupado, se acercaban dos fiestas patronales y necesitaba el dinero de la deuda para hacer una buena compra. Preparó su willys y se fue a apartar la mercancía en el almacén; y luego trataría de ubicar a Margarito. Tuvo suerte, cuando estacionaba su yip, lo vio en la bomba de gasolina y se le acercó.
-¿Cómo estás, Margarito? -saludó cordialmente.
-Muy bien, Baudilio, ¿y tú?
-Bastante bien, solo tengo algunas cosas que arreglar; y entre ellas, espero que no te hayas olvidado de la platica que te presté.
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-Pero como voy a olvidarlo; sé que eso está pendiente…
-Me alegra, en verdad me alegra. Necesito que me la pagues hoy; voy a encargar la mercancía para trabajar en las próximas fiestas.
-¡Claro!, Mira, yo hago una diligencia corta; y luego me voy pa’ mi casa, te espero allá –¡coño!, pensó Baudilio, este me cree pendejo; me está mintiendo; sí, está mintiendo; él no sabe que lo conozco…–, te espero a las ocho puntual, a las 8:30 salgo de viaje; ¿sabes la dirección?
-No te preocupe, sí sé, frente a la alcaldía del El Tocuyo; allá te veo –sí, me vio la cara de bolsa–, se reafirmó para sí Baudilio.
-Hasta luego entonces.
Cada quien siguió su camino. Margarito miraba el suelo, estaba confiado en que saldría bien de esta tesitura; menos mal que todos sabían lo creído que era Baudilio; estaba convencido de que no tendría problemas. Por su lado, Baudilio iba pensado en las tramposerías que le quería tender, y de la cual saldría bien parado. En el almacén ordenó una cantidad suficiente de ropa femenina, de sábanas y de manteles; pagaría con el dinero que por fin recuperaría. Se reía de la sorpresa que se llevaría Margarito al descubrir que su triquiñuela no había funcionado, que era su forma de actuar en la vida. Baudilio estaba contento, su costumbre de conocer a los que lo rodean daría su fruto.
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Margarito esbozaba una sonrisa, ya había preparado su maleta; pronto se iría por una larga temporada, así que Baudilio se quedaría sin dinero. Sabía que en su juego de la verdad y las mentiras siempre le había ido bien, sobre todo con aquel hatajo de campesinos estancados, como Baudilio. Un transporte lo recogería a las 8:30 de la noche. Baudilio, al darse cuenta del engaño, no podría, en media hora, desplazarse hasta su casa; y ya él estaría rumbo a Guanare
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A las 8:05 tocaron a la puerta, Margarito se extrañó, no se imaginaba quién podría ser; tranquilamente abrió la puerta, era Baudilio.
-¿Cómo supiste que yo estaba aquí…?
-Mira, cuando dijiste que me esperarías aquí en tu casa, me estabas mintiendo, mencionaste tu casa para que yo pensara que sería en la casa de tu mamá en Barquisimeto, pero ciertamente tú estarías en esta casa; mentías, Margarito. Así que no te valió tu juego, y no me voy hasta que no me pagues lo que me debes.
Margarito pagó su deuda; la mentira fue verdad.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor.
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