Los desafíos a las encuestas electorales en la era digital, por Alejandro García Magos
Las encuestas electorales, esenciales para entender la dinámica política, se encuentran en una encrucijada en la era digital. La discrepancia entre las predicciones de las encuestas y los resultados reales de las elecciones ha suscitado un debate profundo sobre su eficacia y relevancia en la sociedad contemporánea. Esto ha llevado a cuestionamientos sobre su utilidad y a señalamientos de que se trata simplemente de herramientas de manipulación y vehículos de desinformación.
A lo largo de la historia, las encuestas electorales han sido cruciales para anticipar tendencias políticas y comprender las preferencias del electorado. Desde su surgimiento en el siglo pasado, cuando se establecieron las bases teóricas y conceptuales que hoy nos son familiares como la representatividad, los sesgos, el marco muestral o los cuestionarios, hasta su expansión durante la era de las telecomunicaciones entre 1960 y 1990, impulsada por la penetración del teléfono fijo en las clases medias y bajas, las encuestas han evolucionado para adaptarse a los cambios sociales y tecnológicos de su época.
La crisis de la metodología
Sin embargo, la llegada de internet y la proliferación de dispositivos móviles han transformado radicalmente el panorama de las encuestas electorales. Estas circunstancias han generado una crisis para una de las metodologías más tradicionales para realizar encuestas: el muestreo aleatorio por marcación digital. Este se basa en los directorios telefónicos como marco muestral y permite que un grupo significativo de residentes en una jurisdicción determinada tenga la misma probabilidad de ser seleccionado para participar en una encuesta.
El declive en la participación en encuestas telefónicas y entrevistas cara a cara ha planteado desafíos significativos para los encuestadores, quienes se enfrentan a la difícil tarea de alcanzar muestras representativas en un entorno digital en constante evolución. La expansión de la telefonía móvil y la preferencia entre los jóvenes por comunicarse a través de mensajes en plataformas de internet ha provocado una disminución en la tasa de participación en tan solo unos años. Según el Pew Research Center, entre 1997 y 2018, la tasa de participación en sus encuestas telefónicas pasó del 36 al 6 por ciento.
Por lo tanto, hoy es más complicado realizar encuestas telefónicas, ya que las poblaciones objetivo son cada vez más esquivas. Por otro lado, regresar a las encuestas cara a cara no siempre es la mejor opción pues introducen sesgos de deseabilidad social, son muy costosas y pueden ser incluso materialmente imposibles de llevar a cabo. Hoy en día hay muchas áreas en Latinoamérica donde recolectar datos y realizar encuestas es una tarea de alto riesgo debido a la presencia de grupos criminales.
Internet como medio para las encuestas
Las encuestas en línea han surgido como una alternativa prometedora, ofreciendo la posibilidad de llegar a millones de usuarios que están conectados día a día. Por otro lado, ha reducido significativamente los costos, al punto de que hoy en día cualquier persona puede realizar una encuesta en Google. Además, abrió la posibilidad de recopilar datos de manera masiva y en tiempo real. Sin embargo, esta transición hacia el mundo digital no está exenta de desafíos.
Por principio, digamos que las encuestas por internet solo consideran a la población usuaria de internet. Esta población suele ser pequeña en países pobres debido a la baja penetración de internet y/o estar sesgada hacia varones jóvenes que naturalmente pasan más tiempo en línea. Esto plantea interrogantes sobre la validez y la confiabilidad de los datos recopilados en línea.
Para solucionar este problema, muchas encuestadoras en línea han creado sus propios marcos muestrales en forma de paneles al invitar o reclutar a usuarios de internet. De manera similar a un rompecabezas que va formando una imagen, los paneles intentan reproducir en miniatura a la sociedad en toda su diversidad. Sin embargo, estos paneles también enfrentan críticas por su falta de representatividad y estar sesgados en cuanto a quiénes incluyen y excluyen en sus bases de datos, lo que plantea interrogantes sobre su utilidad como herramienta para medir la opinión pública con precisión.
Este fenómeno es especialmente evidente en Latinoamérica, donde datos indican que las empresas de encuestas que emplean paneles tienden a mostrar un sesgo hacia sectores de la población con niveles educativos y de ingresos medios y altos. Además, se señala que estas compañías enfrentan grandes dificultades para reclutar y obtener la participación de individuos pertenecientes a sectores socioeconómicos más bajos. Como consecuencia, las encuestas basadas en estos paneles tienden a representar únicamente las opiniones de personas con un mayor nivel educativo y una mayor propensión a participar en asuntos políticos que el promedio de la población.
Como vemos, lograr un nivel aceptable de representatividad en una encuesta en línea es un trabajo harto complicado. Ahora bien, una de las preocupaciones actuales con las encuestas es que hemos tenido una muy mala racha con ellas. Vale aclarar que las encuestas se pueden equivocar. Y a posteriori es fácil encontrar explicaciones: voto oculto, muestra sesgada o insuficiente, interpretación equivocada o abusiva por parte de los medios de comunicación o actores políticos, entre otros. Equivocarse no es, sin embargo, indicativo de manipulación.
Lo que hay que saber es que la selección de la metodología tiene un impacto determinante en los resultados. Por ejemplo, una encuesta telefónica dará más peso al sector de adultos mayores y subestimará el voto joven, mientras que una encuesta en línea hará lo contrario.
Una encuesta cara a cara necesariamente introducirá un sesgo de deseabilidad social. No hay metodología perfecta, pero es necesario conocer a detalle el método al momento de interpretar los resultados.
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En resumen, si bien las encuestas electorales enfrentan desafíos significativos en la era digital, también tienen la oportunidad de adaptarse y prosperar en este nuevo entorno. Al utilizar tecnologías emergentes de manera ética y transparente, los encuestadores pueden seguir desempeñando un papel crucial en la comprensión de la opinión pública y la predicción de resultados políticos.
Alejandro García Magos es doctor en Ciencia Política por la Universidad de Toronto con especialidad en democracia y autoritarismo. Es editor senior en la revista Global Brief e investigador en RIWI Data.
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