Los deseos de Salieri, por Alejandro Oropeza G.
“Salieri: Ha llegado el amanecer. Debo liberarte a ti y a mí mismo. Un momento de violencia y está hecho. Ya ves, no puedo aceptar todo esto. No viví en la tierra para ser su juguete eternamente. ¡Seré recordado! Seré recordado, si no en la fama, entonces en la infamia. Un momento más y triunfaré en la batalla sobre él. ¡Observa y ve! … Todo este mes he estado gritando sobre el asesinato. ¡Ten piedad, Mozart! ¡Perdona a tu asesino! Y ahora mi último movimiento. Una confesión falsa, breve y convincente.
Peter Shaffer: “Amadeus”, 1980.
En un maravilloso atardecer en una no tan remota isla de este mundo nos resguardábamos de una pertinaz llovizna que, acompañada de una amigable bruma, envolvía a un grupo de venezolanos que conversaba sobre las aventuras y desventuras de quienes intentan hacer política en nuestra vapuleada Tierra de Gracia. Allí, en medio de las ocurrencias típicas sobre nuestra incomprensible o sorprendente realidad, mi querida amiga María Elena Corrales, así como al paso, comentó que algunos de nuestros políticos se asemejaban un tanto a aquel músico Antonio Salieri y su supuesta rivalidad con Mozart que a lo largo de su vida le amargó la existencia. Y más allá de lo cierto de dicha rivalidad, cuya máxima difusión se alcanza en la maravillosa película dirigida por Milos Forman en 1984 “Amadeus”, emergen elementos que ciertamente permiten apreciar y caracterizar determinadas conductas y posiciones de nuestros paisanos que asumen la función política.
Es indiscutible el genio de Mozart para la música, su portentosa capacidad creadora que genera una de las obras más extensas y reconocidas de la historia de la humanidad. Aquella capacidad, en medio de las circunstancias difíciles de su vida, era natural; es decir, no requería entregas ni sacrificios, sino la disciplina de la creación que brotaba de su mente y que nos llega hasta nuestros días, actual y viva. Y, en la película de Forman, basada en la extraordinaria obra de teatro homónima de Peter Shaffer, un Salieri se revuelca sobre sí mismo, agobiado por la envidia, por los celos al comparar sus posibilidades ciertas con las de aquel jovenzuelo que crea una monumental obra a pesar de todas sus circunstancias adversas.
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Salieri rinde ante Dios sus placeres a cambio de los hálitos de genialidad para componer. Y, en efecto, logra ascender a compositor de la corte del emperador José II de Habsburgo, lo cual no era cualquier cosa. Pero, siempre él, pero, vemos en una escena de la película a Salieri visitar la casa de Mozart y “leer” las partituras de este, y se aprecia su impotencia, se evidencia la rabia ante la soberbia capacidad creativa que emergía ahí frente a sus ojos, entre sus manos y sin entregarle a Dios o a quien fuese nada a cambio, ningún sacrificio que saldara aquella disposición, el desarrollo de aquellas capacidades extraordinarias.
Pero, ¿qué tienen que ver Mozart y Salieri con nuestros políticos, independientemente de sus inclinaciones, digamos, ideológicas? Quizás ello pueda ser explicado con un muy criollo refrán nuestro: Dios no le da cacho a burro
La pregunta merece una aproximación respetuosa. Vemos a muchos de nuestros políticos sacrificar, confrontar, enfrentar, imaginar, discurrir, tratar de convencer y aproximarse a una sociedad y captar y comprender una emocionalidad que valide de alguna manera, esa acción que pretende hacer llegar una propuesta pertinente (para cada quien que la formula) que sea seguida, asumida y apoyada por la ciudadanía. Acá se abre un abismo. ¿Todos los políticos, los venezolanos al menos, parten de esas premisas en su acercamiento a la sociedad? Sabemos que no es así, unos no consideran a los destinatarios de sus mensajes y propuestas, sociedad y mucho menos ciudadanía; para ellos el pueblo es masa moldeable a sus intereses. Sino, baste recordar la afirmación de hace pocos días, de este tipo Arreaza afirmando que las necesidades de los pueblos no son motivo para que los gobiernos sean cuestionados y, mucho menos, desplazados del poder.
También apreciamos cómo algunas de estas personas que pretenden ejercer un liderazgo sobre la sociedad no terminan ciertamente de ser reconocidos por la misma, de que esta reciba y asimile el mensaje expresado en un discurso y hacerse parte de él y, entonces, acompañarlo, asumirlo. Y estas personas insisten e insisten en un mensaje y una acción política que bien, quizás, podría tener más éxito si ese mensaje no fuese tal, es decir, no fuese eminentemente político.
Así, por mucho que se sacrifiquen en pos de ello pareciera que el destino tipo Salieri los acompañará y no les permitirá superar las capacidades de otros para tener la posibilidad de acercarse a su público natural. Y no hablo, es de advertir, de mesianismos (recordando a Max Weber) sino de posibilidades de una franca interrelación entre la ciudadanía y un liderazgo reconocido por ella. ¿Un síndrome Salieri? También sucede que algunos de estos personajes, muchos de ellos o la mayoría con buenas intenciones (al menos los de este lado del abismo) parecieran no comprender los “momentos” de la política que, ciertamente, son inexorables.
Los momentos pasan, y aún cuando las intenciones y el discurso evolucione, la sociedad voltea la mirada y busca y reconoce a otro u otros como líderes orientadores y diseñadores de alternativas para hacer frente a la realidad presente y claro, reconocerse en ellos
Estamos hablando de potencialidades para el ejercicio de la acción y el discurso político, pero también, de que dichas potencialidades deben ser desarrolladas en momentos precisos que posibiliten el reconocimiento de un liderazgo por parte de la sociedad, su acompañamiento y asunción. El que en una oportunidad estas circunstancias hayan confluido en una persona, en un político o grupo de políticos para nada es garantía o posibilidad a futuro de que esas circunstancias se mantengan a lo largo del tiempo o que, una vez pasado el momento, puedan regresar a sucederse. Y decimos que no es garantía de que vuelva a suceder lo cual implica, que bien podría volver a ocurrir, pero nada puede garantizarlo.
Así, entonces, vemos políticos demócratas muy bien intencionados, honestos y preparados insistir en tomar permanentemente la batuta de los momentos y liderar acciones en pos de fines muy pertinentes; y darse y darse contra la pared del rechazo o la indiferencia de un público que no está en disposición de recibir y hacer suyo el mensaje y/o la propuesta presentada o la forma en que el discurso la expone.
Son liderazgos en oportunidades muy respetados y aceptados por esa sociedad. pero no están en capacidad de colocarse a la cabeza de los hechos que acaecen. Les toca acompañar, apoyar y complementar las acciones de quienes la sociedad sí reconoce momentáneamente como sus representantes y expresión de sus fines y anhelos.
En el sector no democrático de los actores políticos, no es posible la presencia de un “Síndrome Salieri”; allí, el momento político se construye sobre la instigación de la necesidad perennemente inducida a una masa que se quiere ciega y dependiente, por lo que el discurso es demagogia pura, mentira rampante. En el ala democrática de nuestro liderazgo político es preciso comprender el momento y las posibilidades y, además, advertir que el liderazgo no es permanente ni depende de las posibles extraordinarias potencialidades que se posean para su ejercicio, aquel y estas deben ser reconocidas y validadas permanentemente sobre la marcha evolutiva de los tiempos por una sociedad y una ciudadanía crítica, corresponsable y democrática.
Potencial, capacidad y oportunidad: tres variables que pocas veces coinciden.
WDC