Los desmayos de mayo, por Gregorio Salazar
Twitter: @goyosalazar
Muchos, demasiados desmayos en la conmemoración del Día del Trabajador, además del desvanecimiento del salario de los trabajadores venezolanos —quién sabe por cuántos años más— y de todos los conceptos económicos y sociales que impactaba favorablemente.
Para quienes románticamente abrigaban la ilusión de ver recuperada de manera decorosa su capacidad adquisitiva, el desmayo fue de pena, de doliente congoja, de esas que descuajan el corazón por más rojito que sea.
Para quienes a lo largo de los años han venido oyendo a la casta revolucionaria presentarse como los campeones de las reivindicaciones sociales y exprimieron electoralmente hasta más no poder el supuesto robo —¡que nunca hubo!— de las prestaciones sociales, el desmayo pudo ser de estupefacción o de infinita indignación.
Se lo tragaron todo: el salario y todo aquello para lo que debe operar como base de cálculo: utilidades, aguinaldos, bonos vacacionales, pagos de guardias, cajas de ahorro y, por supuesto, las prestaciones sociales, con su capacidad de ahorro y principal patrimonio después de una vida de trabajo. Pero sobre todo se tragaron, sin un sorbo de agua, los quintales del falsario palabrerío, el océano de propaganda en el que han ahogado las esperanzas de los venezolanos.
Se desmayaron también, pero de la risa, los oficiantes de la patética bufonada de la plaza O’Leary. Los aprovechadores de la central oficialista, rodillas en tierra, peladas de tanto prosternarse, fingiendo que exigen para que el gran dispensador, gran benefactor de las clases populares, se luzca dando un mendrugo más del que «le exigieron».
¿Qué dirá en su quemante rincón aquel que se deslenguaba en contra de las «políticas bonificadoras» del pasado, viendo que el salario mínimo es hoy una doceava parte de los ingresos de los trabajadores? Bonificación extrema, en todo caso, es la del presente, lágrimas en el mar que nada resuelven. Sólo falta crear el bono «caiga quien caiga».
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El finado se quejaba, adolorido, de aquel 20% no salarial fijado en la ley que encontró vigente cuando llegó al poder. Se hacía el loco: ese porcentaje debía ser, primeramente, pactado en las convenciones colectivas o en los contratos individuales, pero en cuanto al salario mínimo tenía que ser «considerado en su totalidad como base de cálculo para dichos beneficios, prestaciones o indemnizaciones».
Pero todavía les queda demagogia en el arsenal. Juran que apalancarán el sistema nacional de cajas de ahorros, como si eso no es alimentado fundamentalmente por los salarios que ellos evaporaron cuando desataron la hiperinflación y destruyeron la moneda
Anuncian «un plan extraordinario» para recuperar todas las instalaciones del IVSS. ¿Quiénes lo van a hacer? Las brigadas comunitarias y militares. ¿Y los ministerios de esos sectores dónde están? Maduro pide una comisión «de alto nivel» para estudiar y activar las nuevas convenciones de trabajo del sector público, como si eso pudiera marchar por un rumbo distinto al de la recuperación económica del país, que tanto han proclamado sin que se divise en el horizonte.
La sensación que ha quedado es la de un agotamiento extremo. El de la población agobiada que resiste en un clima de anomia social mientras atisba en busca de un liderazgo confiable que alumbre una salida hacia el futuro. Y el agotamiento de todo el artificioso andamiaje, de todas las fórmulas vacías y recicladas del chavismo, no obstante, lo cual se han mantenido aferrados al poder, apoyados en el poder militar y al vaciamiento del Estado de derecho. Nada es eterno.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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