Los duelistas, por Teodoro Petkoff
Difícil no percibir un cierto elemento de farsa en esta ruptura de relaciones con Colombia. Atila, con tono lacrimoso e hipócrita, acompañado por ese personaje funambulesco que es Diego Maradona, en el escenario menos adecuado para dar un paso de tan indudable gravedad, anuncia deportivamente la suspensión de las relaciones.
Fue una clásica huida hacia delante. Colocado ante una denuncia concreta, la evade y sube la apuesta, trasladando el tema al terreno del conflicto diplomático entre ambos países, permitiéndose además una de sus proverbiales amenazas bélicas tipo «agárrenme que lo mato», que más risibles no pueden ser.
Pero, por lo pronto, logró que América Latina deje de lado el tema de las guerrillas colombianas en nuestro territorio y traslade sus preocupaciones a la búsqueda de una solución para un conflicto diplomático que, por lo demás, todo el mundo sabe que no va a llegar a los tiros.
De otro lado, Uribe, apenas a veinte días de entregar su mando, hace una denuncia que no por más precisa que antes, constituía novedad alguna; ha sido un tema recurrente en los años de su gobierno.
¿Por qué esperó hasta la víspera de su salida del poder para lanzar esa bomba? ¿Por qué el embajador colombiano en la OEA fue más allá de la denuncia específica y se metió en asuntos de política interna venezolana? ¿Era para asegurarse, con esa provocación, que Chávez respondiera rompiendo relaciones? ¿Era esto lo que quería Uribe? ¿Quitarse de encima la presencia de Atila en su entrega de mando? Preguntas nada fáciles de responder, pero en Colombia no pocos políticos y analistas se las han hecho en estos días y varios, entre ellos el ex presidente Samper, han cuestionado duramente la medida tomada por el presidente colombiano, considerándola una hipoteca para su sucesor más que una jugada contra Chávez.
Porque, en definitiva, ¿por qué diablos Uribe no dejó ese asunto en manos de Santos, quien en modo alguno lo ignora? Lo cierto del caso es que Santos se ha desmarcado de Uribe. Su declaración desde México, negándose a comentar la situación, no fue propiamente un acto de solidaridad con su todavía presidente. ¿Indica esto que se propone avanzar por el camino que venía anunciando, de tratar de recomponer las relaciones, ahora partiendo desde cero? No poca gente piensa en esta opción y hasta la cree previamente concertada con Uribe, en el juego del «policía bueno» y el «policía malo».
En cambio, es perfectamente posible que Atila haya tenido en cuenta esa perspectiva, sabiendo que no daba un paso definitivo y se muestre dispuesto a entablar algún tipo de negociación con Santos. Pero queda una asignatura pendiente: lo de la presencia faraca en territorio venezolano. Más allá de la denuncia colombiana, eso es tan cierto como que la tierra es redonda.
¿Se puede avanzar hacia una superación de la ruptura de relaciones diplomáticas sin obtener del gobierno venezolano alguna respuesta para esa peliaguda cuestión? Respuesta, más que para Colombia, para nosotros los venezolanos.