Los extravíos del ministro, por Gregorio Salazar
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Después de integrar el selecto grupo de voceros del régimen que anunciaron al país el «triunfo» de Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales del 28 de julio, Héctor Rodríguez Castro, para ese momento gobernador del Estado Miranda, fue llamado a asumir el ministerio de Educación, en medio de un «cambio» de gabinete, la primera jugada «maquilladora» y distractiva que ejecutó Nicolás Maduro apenas consumó el robo electoral del siglo.
Mucho se especuló antes de dar ese paso al precipicio, que Rodríguez podía encabezar la generación de relevo que a mediano plazo rescatara al chavismo y al PSUV para convertirlo en un partido que tomara la senda de una izquierda democrática, a semejanza de otras que vemos en gobiernos del continente.
Él podía liderar un giro para darle permanencia en el tiempo a un proyecto chavista, esta vez dentro del cauce de la Constitución y de las leyes, civilizado, sin vocación totalitaria ni pretensiones de perpetuación en el poder. De hecho Rodríguez fue la cara de presentación de Futuro, organización lanzada con gran despliegue propagandístico por el oficialismo, lo que reforzaba la idea de que no era imposible la transformación de un proyecto, hoy marcado por la arrasadora y repudiada conchupancia cívico-militar. Nada, lo que para algunos era una joven promesa política se abrochó a ella y hoy se ve pulverizada.
No se puede negar que el nuevo ministro asumió con verdadero furor revolucionario el cargo, pero apenas cruzó la puerta se topó con la cruda realidad de su despacho: Venezuela no tiene maestros, la gran mayoría de ellos han escapado de las miserables condiciones de vida a las que los condenó la revolución chavista. Para la Federación Venezolana de maestro al menos el 40 % de las aulas no tiene quien enseñe.
De allí en adelante se ha manejado entre cantos de sirenas, órdenes ejecutivas y súplicas veladas. Entre los primeros está el ofrecimiento, hecho por Instagram, de 20 mil viviendas para docentes, y para ello firmó el 26 de septiembre –casi dos meses después del robo electoral– un convenio con el Ministerio de Hábitat y Vivienda. Como se lee, las «soluciones habitacionales» están por construirse. Qué esperanzas para el que siembra cocos, dicen los margariteños.
Hay que recordarle al ministro, sucesor de los invisibles pero depredadores salariales Eduardo Piñate y Yelitze Santaella, que de nada vale casa si no se tiene con qué alimentarse, como es la condición de esos maestros que integraron la clase media, de la que Rodríguez por cierto despotrica, y ahora son indigentes bajo techo.
Si esa oferta sorprende, mayor estupefacción causa lo que en el diagnóstico del ministro en la principal dificultad para superar el alarmante déficit de maestros. No es la estampida desesperada por las calamitosas condiciones de vida creadas por la revolución, sino «nuestra propia burocracia, el funcionamiento del ministerio».
Procedió entonces a suspender «de manera inmediata todas las comisiones de servicio para que el maestro, la maestra regresen a sus aulas de clase al proceso más importante que es acompañar a nuestras niñas a nuestros niños». ¿Acompañarlos (en su hambre) o formarlos, señor ministro?
Y como el problema, a su juicio, es en esencia burocrático, el ministro ordenó que «todos aquellos maestros y maestras que tengan tareas administrativas tengan la obligación de dar por lo menos tres horas de clase a la semana».
¿De verdad, ministro Rodríguez, usted cree que con sacar de sus cómodos escritorios a los operadores políticos de los que ustedes han colmado la estructura ministerial va a solucionar tan abultada ausencia de educadores? ¿Cómo piensa inspirarlos? ¿Con qué fuerza moral y ética partidista después de cometer semejante fraude electoral, del cual no duda ni el más humilde de los militantes del PSUV?
Y lo mismo puede decirse de otro enunciado de la resolución que lanza este increíble SOS: «Todos aquellos maestros jubilados, que así lo deseen, puedan volver también a las aulas de clase sin perder su derecho de jubilación». Válgame Dios, Ministro, ¿con qué autoridad moral el régimen pide más y mayores sacrificios a los docentes venezolanos que vieron desaparecer sus convenciones colectivas con todos los derechos socioeconómicos allí históricamente incluidos? Y como si fuera poco, con dirigentes sindicales reprimidos y sus organizaciones sindicales en la quiebra y acosadas.
El discurso del ministro, por lo demás, es totalmente contradictorio con el de la cabeza de la cúpula gubernamental, puesto que a cada rato restriegan que están dando una educación «inclusiva, gratuita y de calidad». Haciendo abstracción, por supuesto, del estado ruinoso de las instalaciones educativas a todo nivel y de las mismas deserciones con las que ahora se ve superado e impotente el señor ministro.
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Luego de admitir la total inercia ministerial, finalizó Héctor Rodríguez con un llamado a la población para que lo acompañen «a cambiar todo lo que tenga que ser cambiado». Aquí hay que decirle respetuosamente al joven ministro: ese llamado ya fue hecho y atendido masiva, multitudinaria y abrumadoramente por la población venezolana el 28 de julio. Y allí se decidió, exactamente, cambiarlo todo, a sus jefes y también a usted.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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