Los futuros de Darcy Ribeiro en un mundo sin futuro, por Fabricio Pereira y Andrés Kozel
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«Estamos condenados a aceptar la necesidad de experimentar con lo humano, asumiendo los riesgos que ello conlleva» y «un error conllevará el riesgo de conducir a toda la supertribu, finalmente unificada, al desastre». A finales de 1973, Darcy Ribeiro, el célebre antropólogo y ensayista brasileño de cuyo nacimiento se cumplen 100 años en este 2022, dejaba entrever en su texto titulado Venutopías 2003 que para producir los equivalentes culturales de los nuevos inventos tecnológicos habría que desmontar y volver a montar al ser humano. El «hombre nuevo» será un hombre programado: así serán «los nietos de nuestros nietos», abominables desde nuestros parámetros, pero quizá más fuertes y eficaces, más libres y creativos. Por primera vez en la historia, el hombre no será el producto de la necesidad, sino el resultado de un proyecto.
En los años sesenta y setenta varios pensadores latinoamericanos se interesaron por el futuro y, muy en particular, por los impactos de los avances tecnológicos sobre la vida humana. Algunos lo hicieron en un registro muy vinculado a la planificación; otros con ánimo más crítico.
Podemos mencionar el capítulo de la Historia de nuestra idea del mundo de José Gaos, titulado «Tecnocracia y cibernética», que fue parte de un seminario impartido en el Colegio de México. También podemos mencionar a Óscar Varsavsky y su idea de una futurología constructiva y política, ligada a un proyecto nacional. O el Modelo Bariloche coordinado por Amílcar Herrera, que discutió con gran lucidez el informe Los límites del crecimiento, el cual surgió en la misma época por encargo del Club de Roma.
Desde otro ángulo, recordemos un ensayo como Democracia y autoritarismo en la sociedad moderna, en el que el último Gino Germani formuló interrogantes estremecedores sobre el porvenir de la democracia. Interrogantes que son de tremenda actualidad.
En ese contexto, las numerosas futurizaciones de Darcy Ribeiro, en distintos registros y cultivando acentuaciones diferentes, nos llevaron a relevar sus tentativas, tratar de contextualizarlas, de interpretarlas. Entonces hicimos un libro titulado Os futuros de Darcy, que la editorial Elefante está publicando en este momento.
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Básicamente, distinguimos dos Darcys. Uno primero más optimista, convencido de la inminencia de la «revolución necesaria». Un segundo, menos optimista, más perplejo y atravesado por incertezas, cultor de la «pequeña utopía» a corto plazo y bastante más escéptico a largo plazo.
El punto de quiebre puede ubicarse entre los años 1972 y 1976, cuando hubo coincidencia con varias cosas que le fueron pasando. Desde el golpe en Chile y luego en Perú hasta su enfermedad y su retorno a Brasil. Lo interesante es que el desplazamiento no supuso un desmantelamiento masivo de los puntos de vista previos. Desde los estudios de las ideas, la obra de Darcy se presenta como un terreno apto para analizar asincronismos, coexistencias, tensiones: un despliegue extraordinario de trabajo intelectual históricamente condicionado, como todo trabajo intelectual, y con alto valor teórico.
En 1972, Darcy acuña una fórmula rotunda y estremecedora: «el abominable hombre nuevo». Ahí plantea la pregunta acerca de cómo podrá haber vidas que merezcan la pena ser vividas; a falta de un proyecto de gestión racional de la historia, quizá el hombre no sepa qué hacer ni por qué luchar…
En su texto Venutopías 2003, escrito justo después del golpe de Estado que depuso a Salvador Allende, es decir, a finales de 1973, Darcy retoma estos temas y sugiere que cada vez será más necesario buscar medios artificiales para producir personalidades equilibradas.
También hay en este texto de 1973 una novedad sustantiva: la de proponer para Venezuela una «utopía estética» inspirada en los indios makiritares. Con ello, Darcy «devuelve» a los venezolanos la existencia pastoril «a la que siempre hemos aspirado», el «deseo de belleza» y el «acceso a la sabiduría». Nos parece que esa es la primera vez que aparece esta valoración en su obra. Así, surge un nuevo y fundamental componente que podemos llamar, siguiéndolo de cerca, «utopía pastoril».
En nuestros días, el pensamiento de Darcy podría aproximarse a los planteamientos de una figura como Ailton Krenak. Pero también podría ser comparado, sin duda, a todos aquellos pensadores que trabajan temas asociados al transhumanismo y al poshumanismo, considerándolo un horizonte en parte inevitable, en parte abominable, en parte promisorio.
En la última parte de su ensayo La civilización emergente, de 1984, titulada «Revoluciones culturales», aborda varios de los retos derivados de la revolución tecnológica en curso: el movimiento verde, el movimiento feminista, el movimiento pacifista. Relaciona con el movimiento feminista la «anacronía irremediable» de los constructores básicos de la personalidad y de los organizadores básicos de la conducta humana: quizá estén heridos de muerte, estamos obligados a rehacerlos.
De nuevo, uno se pregunta si seremos capaces de reinventar la propia condición humana. En cuanto a la paz y la guerra, Darcy sostiene que no solo la perspectiva de una guerra terminal es una amenaza; también lo es el advenimiento de una nueva y tétrica pax romana.
También destaca la incapacidad de la economía mundial para implantar la prosperidad general. Esta economía loca, desequilibrada y paranoica genera un enorme ejército de mano de obra excedente. Los lazos de dependencia se refuerzan. Los pueblos del tercer mundo suspiran por una pequeña, modesta e inalcanzable utopía. Su existencia le permite imaginar una revolución de los pobres. Sin embargo, el autor no tarda en reconocer que, abandonado a su suerte, el pauperismo no hace revoluciones sociales.
Una vez descartada la posibilidad revolucionaria, Darcy aborda otra amenaza: el advenimiento de una era de hambre e idiotización en el marco de una civilización obsoleta y de corazón endurecido. Ante este panorama, la vida de los pueblos pobres será una batalla por ideales muy concretos. Una hermosa y ardua batalla. Una vez más, parece haber conjeturado bastante bien.
Muchas de las consideraciones de Darcy, las teóricas, las proféticas y las catárticas, pueden relacionarse con elaboraciones muy actuales que cuestionan el impacto de las novísimas tecnologías en la subjetividad, la política y la cultura. Pensamos, por ejemplo, en Éric Sadin, en Byung-Chul Han, en Yuval Harari. No es exagerado decir que, en varias de sus predicciones, Darcy acertó o estuvo muy cerca de acertar. Al menos en el sentido de localizar, con sorprendente precisión, la mayoría de los temas que, tres o cuatro décadas después, definen las agendas del debate.
Y quizá lo más impresionante de Darcy es que, enfrentado a todas esas tensiones, jamás perdió su increíble fuerza vital. Todos sus escritos, aun sus más sombríos, destilan una combinación muy especial de sabiduría, apasionamiento, entusiasmo y alegría de vivir.
Por veces, catárticamente volvía el Darcy que proyectaba Brasil y América Latina como la “Nueva Roma tropical”, aquella “nueva civilización mestiza y tropical” abierta a todas las razas y culturas, ubicada en la más bella y luminosa provincia de la Terra. Es toda esa complejidad que buscamos traer para el debate con nuestro libro, en una coyuntura marcada por la ausencia de alternativas y por la obsesión con el presente.
Profesor de Ciencia Política de la Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro (Unirio). Vicedirector de Wirapuru, Revista Latinoamericana de Estudios de las Ideas. Postdoctorado en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile.
Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Profesor de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam).
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