Los gobiernos de la parodia, por Paulina Gamus
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«Gobernar no consiste en resolver problemas, sino en hacer callar a quienes los plantean».
Giulio Andreotti, Presidente del Consejo de Ministros de Italia en siete ocasiones y uno de los máximos dirigentes del Partido Demócrata Cristiano de ese país entre 1959 y 1989.
No pongo en duda la cualidad democrática del gobierno español. Allá no se encarcela a las personas por expresar sus ideas y disentir; no se les tortura ni se les exilia y mucho menos se los asesina. Pero la posibilidad de que un gobierno transforme su gestión en un sainete no se circunscribe a gobernantes democráticos y de Izquierda como el de Pedro Sánchez (PSOE) sino que se extiende por igual a políticos de extrema derecha y con ínfulas dictatoriales como Donald Trump y a mandatarios francamente autoritarios que ponen los medios de comunicación a su servicio exclusivo para ridiculizar o amenazar al oponente político y para perpetrar bailes, chistes y chascarrillos que ellos suponen agradan y divierten al público que los oye y los ve.
Los españoles acabamos (me incluyo, soy española desde 2018 por la Ley de Nacionalidad para los Sefardíes) de ser espectadores de un teatro del ridículo, un ditirambo, casi un tango arrabalero. Comenzó con una carta de supuesta reflexión para una supuesta renuncia, de un esposo herido por calumnias a su amada esposa. En la época en que se pactaban duelos por ofensas al honor, habríamos visto a Pedro Sánchez retando a los ofensores a batirse con espada o con revólver, padrinos incluidos. Pero una carta lacrimógena y cursi, era menos riesgosa. Se movilizaron no tanto como masas, pero unas masitas para rogarle a Sánchez que no se fuera y otras para exigirle la renuncia. El diario El País, que suele ser serio, se convirtió en un pasquín receptáculo de todas las alabanzas a Sánchez y de la defensa más subjetiva de Begoña, su mujer acusada de hechos de corrupción. Conclusión: Sánchez lo pensó mejor y decidió que se queda.
Uno se viene para la América hispana y se encuentra con otra esposa, la de Gustavo Petro. La señora Verónica Alcocer no solo ha tenido una figuración pública inusual para una primera dama colombiana, sino que en el tiempo que lleva su marido en la presidencia, ha gastado miles de dólares en su séquito que incluye vestuarista y maquillador, con sueldos superiores a los de los ministros. Ella y su marido también son de Izquierda, socialistas como Pedro Sánchez y Begoña.
Pero la tapa del frasco, por su descaro, es la presidenta de Perú, Dina Boluarte. Investida en diciembre de 2022, ha mostrado una capacidad de resistencia insólita en un país que en los últimos 30 años ha destituido y enjuiciado a siete presidentes acusados de corrupción.
No logro saber si en Perú hay una democracia o no. Es un régimen indescriptible. La presidenta es acusada de corrupción y la prueba son varios relojes de lujo y de alto costo. La fiscalía ordena el allanamiento de su vivienda personal. ¡Ojo, de una presidenta!. Su partido le quita el apoyo pero la oposición se lo da y la mantiene en el cargo. Y lo más singular: en medio de escándalo de los relojes, la señora Boluarte aparece en todas las fotos luciendo alguna de las costosas pruebas del presunto delito.
Alejandro Dumas padre, en su novela detectivesca «Los Mohicanos de Paris», dice: «Hay una mujer en todos los casos, tan pronto como me traen un informe digo ¡Busca a la mujer! En el original ¡Cherchez la femme!. Y que conste que en muchos sentidos soy feminista.
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