Los heraldos negros, por Américo Martín
Twitter: @AmericoMartin
La áspera crisis que envuelve ahora casi todo el hacer gubernamental dirigido por Nicolás Maduro, se ha proyectado con fuerza al área internacional sin que podamos determinar si en algún momento la caótica tendencia revertirá. Sospecho que puedan sobrevenir cambios y virajes, por la sencilla razón de que la situación se ha hecho insostenible con mucha tendencia a agravarse. Recordemos que el problema no se limita a lo político o a lo económico, es toda Venezuela la que hoy no muestra hueso sano.
Los efectos de este verdadero drama que viven el régimen y los venezolanos —sin exclusión— está abriendo fisuras en la estructura del poder. Maduro advirtió el gran peligro que se cierne sobre la llamada revolución bolivariana, al intentar dividirla en chavistas y maduristas. El malestar interno se las ha ingeniado para encontrar el corazón de esa peculiar crisis política y Nicolás Maduro sabe que están apuntando en dirección cierta, por eso declara como lo está haciendo.
El otro hombre fuerte del gobierno madurista, Diosdado Cabello, informó acerca de la detención de un capitán activo y comentó que ya no hay espacio para la traición.
Ha crecido con ímpetu inusitado una lucha interna que, como muchas de ellas, tiende a hacerse irreconciliable.
La crisis provocada por la expulsión de la representante de la Unión Europea en Venezuela no puede haber alcanzado extremos de mayor gravedad. La poderosa alianza del viejo continente está en la respuesta que le va a dar y no se descarta, no solo que prosigan las sanciones, sino que sean expulsados funcionarios de Maduro en muchas capitales europeas; además, la extensión solidaria del conflicto mediante la propagación de medidas similares a EE. UU. y Canadá y a la mayoría de los naciones latinoamericanas.
La Unión Europea exigió a Maduro que revirtiera la expulsión —que lo ha aislado más que nunca—, pero la política del régimen parece dictada por enloquecidos heraldos negros como los imaginó el gran poeta César Vallejo:
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Si esos son los que dirigen la política exterior, la muerte que anuncian los heraldos puede ser el desgraciado desenlace de esta crisis que nadie quiere revertir.
Hay, sin embargo, tres posibles salidas, si es que no son bloqueadas por la intolerancia y el odio oficialista.
La primera, la más sencilla, fácil y fructífera, sería avenirse a la negociación de elecciones libres postuladas por la comunidad internacional, incluida la UE. Lamentablemente, en el oficialismo no hay la valiente decisión de seguir esta senda, que es la única apta para servir a todas las corrientes políticas y levantar como una palanca la gravísima postración de Venezuela.
Temen una confrontación electoral con muchas probabilidades de perderla, pero, al mismo tiempo, evitando la violencia, la venganza y la ley del talión. Nadie quiere —ni en el país ni en la solidaria comunidad internacional— desenlaces de esa índole y quien lo intentara no tendría la menor posibilidad de imponerla a una nación que desea ardientemente la paz, la prosperidad y la democracia, y tampoco a un movimiento mundial que la acompaña en ese noble destino.
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La segunda es la agravación al detal del conflicto, el dejar hacer, esperando que el otro se rinda.
La oposición no se va a rendir, entre otras razones, porque la solidaridad mundial se ha multiplicado y el acelerado deterioro del poder está a la vista. Y Miraflores tampoco da muestras en ese sentido. Tiene una percepción equivocada y parece no contar con que las turbulencias internas que lo afectan puedan lograr soluciones racionales.
Y la tercera, la que siempre he rechazado pero nunca descartado, es irse a las manos provocando la intervención reguladora de la comunidad internacional o derivaciones cruentas que pongan la sangre y la violencia en la mesa. Actualmente esta eventualidad no tiene padrinos, nadie la asume, pero podría sobrevenir como consecuencia de las chispas que, según Mao Zedong, incendian la pradera.
Hay demasiado combustible en áreas tensas. El lenguaje agresivo que emana de Miraflores y la proliferación de paramilitares y grupos ligados al narcotráfico son chispas andantes que pueden —ojalá no sea así— provocar rugidos de leones y risas de hienas.
El tercero, pues, el más inesperado y no querido de los desenlaces, desgraciadamente no es descartable.
Hay que redoblar los esfuerzos de paz, aunque por ahora los resultados no sean iridiscentes. Hay que cerrarle el paso a los potros de bárbaros atilas y a los heraldos negros.
Américo Martín es Abogado y escritor.
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