Los hermanos indígenas, por Paulina Gamus
Twitter: @Paugamus
Lo normal, suponiendo que la normalidad exista, sería dedicar este artículo a las masacres y toda clase de crímenes que las tropas de Vladimir Putin cometen en la heroica Ucrania. Pero recordé una frase aunque no al autor: ”Todos los imperios se construyeron a sangre y fuego”. Dado que Putin se siente la reencarnación del emperador Pedro El Grande, voy a omitirlo por esta vez y referirme a imperios más cercanos, a los de nuestro continente hispano americano.
Corro el riesgo de ser acusada de enemiga de los ancestros aborígenes por los mismos que han derribado las estatuas de Cristóbal Colón y le reclaman perdones y hasta indemnizaciones a España. Pero, hipocresía aparte, recordemos que los Aztecas, los Mayas y los Incas fueron imperios. No sería extraño y menos aún condenable, que las etnias masacradas y subyugadas por ellos, fueran colaboradoras de los conquistadores españoles. En el caso de los Aztecas, fueron tan bárbaros y de una crueldad tan extrema que todo ese orgullo mexicano por tenerlos como antecesores debería ser matizado. Es cierto que dejaron un legado cultural importante pero no suficiente para ocultar su barbarie.
El maltrato a los indígenas continuó cuando el imperio español había desaparecido y quienes lo practicaban eran los criollos blancos. Quizá el más cruel de todos aquellos criollos que odiaban a los dueños primarios de las tierras de este continente, fue el dictador argentino Juan Manuel de Rosas. Todavía hoy existen pro-rosistas y anti-rosistas que desmienten o denuncian el fusilamiento público en 1836, de 120 indígenas en una plaza pública de Buenos Aires.
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Copio de Google: “Apenas habían llegado los indios al centro de la plaza, los soldados de Maza se echaron el fusil a la cara y una descarga cerrada atronó los aires, envolviendo aquella muchedumbre en humo espeso” (Gutiérrez, 1994, p. 78). A la primera descarga siguió otra aún más letal. Algunos indios que levantaban sus puños amenazantes fueron abatidos; otros trataron de proteger a los niños con sus cuerpos. Luego se produjo una descarga de “fuego granado continuo” que no dejó indio en pie. El miedo se apoderó de los espectadores. Los que estaban mirando cerraron sus ventanas. El mensaje de terror llegó así a su destinatario final: las familias unitarias:
“Rosas había conseguido su objeto. El pánico más tocante se había apoderado de la población, y sobre todo de las familias unitarias, (Partido Unitario opositor a Rosas) que pensaban, con razón, que al asesinato de salvajes de la pampa seguiría el de los “salvajes unitarios” (Gutiérrez, 1994, p. 79).
En el acto de clausura del Diálogo Internacional sobre Justicia, que se desarrolló en el Tribunal Supremo de Justicia en 2014, la constituyente y secretaria de Pueblos y Comunidades Indígenas de la gobernación del Zulia, Noelí Pocaterra, expresó que la Constitución Bolivariana de Venezuela de 1999 dignificó los derechos de los pueblos indígenas. Recordó que el entonces presidente Hugo Chávez Frías nombró a cuatro indígenas como constituyentes para que brindaran sus aportes a la Carta Magna y visibilizaran (sic) así los derechos de estos pueblos originarios, marginados por los gobiernos a través de la historia. Y agregó: “nunca nos olvidaremos que el presidente Nicolás Maduro dio su voto por los derechos de los pueblos indígenas. ‘Estoy resteado con los indios’, dijo Nicolás», recordó Pocaterra. Agregó que antes de iniciarse el proyecto revolucionario, los indígenas eran maltratados y estuvieron “invisibilizados” en las constituciones anteriores a las que acusó de racistas y excluyentes.
Para la fecha en la que la señora Pocaterra, perteneciente a la etnia Wayú, pronunció ese discurso y aún antes, en vida de Chávez, las esquinas de Caracas y del municipio Sucre estaban llenas de indígenas mendigando. Ese espectáculo no se veía antes de la dignificación que les aportó la Constitución de 1999. Ahora tampoco se ven muchos. O se los llevó la pandemia o el régimen les hizo lo que hacía Juan Vicente Gómez con los perturbados mentales: los recogían en Caracas y los botaban en alguna carretera del interior del país.
El amor constitucional por los pueblos indígenas está muy ligado a los gobiernos populistas. Siempre hay que buscar un culpable de los males anteriores -como el de los aborígenes relegados- para ellos ser ellos los redentores. El proyecto constitucional que se discute en Chile después del trágico estallido social de octubre de 2019, también dedica numerosos artículos a la reivindicación de las etnias indígenas. Pero los mapuches de allá no son como los yanomami de aquí. A los tres días de ser designada por el presidente Boric, la ministra del Interior Izkia Siches quiso visitar la llamada zona roja de la Araucanía, donde viven los Mapuches y fue recibida con disparos al aire. Zona roja porque está tomada por el narcotráfico y otras mafias, como sucede aquí en los estados Bolívar y Amazonas.
Si volvemos a la Venezuela socialista y revolucionaria cuyo presidente Nicolás Maduro dijo en 2014” estoy resteado con los indios” , el 24 de marzo último, el gobernador de Amazonas, Miguel Rodríguez, informó en su cuenta de Facebook lo siguiente : “el 22 de marzo hubo un enfrentamiento entre hermanos yanomamis y compañeros del componente aviación acantonados en Parima B, luego de que no se les compartiera el Internet, generando una situación de confrontación, que dejó como resultado 4 fallecidos y 5 heridos”. El número de fallecidos luego se elevó a cinco. La “confrontación” fue de unos militares armados con unos indígenas desarmados.
¿Fueron inocentes los gobiernos democráticos desde 1959 a 1998, en su trato a los indígenas? Seguramente no siempre, pero nunca hicieron del indigenismo una bandera revolucionaria y socialista que ha terminado revelándose como la más hipócrita de todas sus consignas.