Los incendios y el Piroceno como gran obra de la razón moderna, por Martín Scarpacci
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En los últimos años y en lo que va de 2023 ha habido una ola de incendios forestales en diversas regiones de Argentina, Brasil, Paraguay, Chile y Uruguay. Estos fenómenos son provocados por actividades como la quema deliberada de pastizales y la extrema sequía, profundizada por el cambio climático. Los incendios son cada vez más recurrentes, extendidos y poderosos y, de acuerdo con el Fire Information for Resource Management System (FIRMS) de la Nasa, parecen estar en todas partes a la vez.
Desde las tormentas de fuego en Australia de 2019, capaces de producir por sí mismas otros incendios; los masivos incendios forestales de los últimos años en Estados Unidos; los incendios y las olas de calor que rozaron los 48 grados en el oeste de Canadá cuya temperatura fue la más alta jamás registrada; o los incendios constantes que viene sufriendo la Siberia rusa, avanzando inclusive sobre ciudades dejando muertos y heridos; hasta los colosales incendios que están ocurriendo hoy en el sur de Chile y que hasta ahora se han cobrado cerca de treinta vidas, los incendios parecen no dejar de aumentar.
Pero los incendios no se dan únicamente de forma espontánea. Desde hace años, el agronegocio en la Argentina, ha generado una serie de transformaciones territoriales que se expresan de acuerdo a los cambios que ocurren en la producción. Esto ha generado el constante corrimiento de la frontera agrícola, en la cual, el agronegocio es traccionado por la demanda internacional y, como consecuencia, se expande presionando sobre los suelos que no producen ganancias, contaminando la tierra, el aire y las fuentes de agua, exterminando lo que se cruza en su camino. El fuego y los incendios son parte central de este proceso y de la nueva era geológica que algunos definen como Piroceno u era geológica creada por el fuego.
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Aunque los científicos todavía tienen dudas sobre cómo llamar a la nueva era geológica que sustituyó al Holoceno: Antropoceno, Capitaloceno u Oligantropoceno son algunas de las posibilidades; recientemente ha emergido la denominación de Piroceno, esto es, la época geológica creada por el fuego. Pero no del fuego por sí mismo, si no el causado por el hombre ya que la única especie sobre la tierra que tiene capacidad de manipularlo es la especie humana. Esta práctica ocurre de acuerdo a intereses particulares, por tanto, el fuego no es neutro, es político, ya que se propaga por el mundo de acuerdo a deseos e intereses de un grupo social específico.
El empleo del fuego tampoco es nuevo. Su uso acompaña a la humanidad a lo largo de la historia para satisfacer sus necesidades específicas materiales y espirituales. Desde tareas como iluminar, calentarse o cocinar, hasta para limpiar una porción de tierra, labrarla, producir alimentos y luego consumirlos o para una ceremonia ritual.
La diferencia sustancial con el fuego de la racionalidad moderno-capitalista es que, en este sistema social, la práctica no se sustenta en una necesidad material o inmaterial de uso. Por el contrario, en el capitalismo, el fuego es avivado por las aspas del «molino satánico» que empuja la acción desregulada del mercado que tiene como objetivo el crecimiento económico sin fin. No existe una necesidad específica a ser atendida, sino una abstracta e ilimitada, la de la acumulación por la acumulación.
Generar incendios está muy lejos de ser irracional y mucho menos de ser anónimo, aunque muy rara vez aparecen los nombres de los responsables. Ahora bien, frente a una práctica tan abierta y generalizada ¿cómo es que sus responsables consiguen avanzar sin ser expuestos?
Una respuesta posible es que el capitalismo posee una cabeza con dos rostros. En determinado momento expone su rostro productivo y democrático, el que conocemos, y en otro, su contracara especulativa y violenta, la que se esconde. En determinado momento acumula extrayendo ganancias a través de la producción extractiva y en otro, simplemente despojando a las sociedades de sus bienes comunes; inclusive a veces, las dos caras se presentan a la vez, pero siempre, bajo la apariencia de corresponder a seres distintos. Esa ambigüedad estratégica, desplegada a lo largo de los últimos 200 años, irónicamente oculta el secreto de su éxito.
La pandemia de Covid-19 -una muestra más de la crisis civilizatoria global- fue también una oportunidad para cambiar las cosas. Sin embargo, la crisis radicalizó la apuesta de los dueños del fuego. Desde el 2019 la Cuenca del Plata junto con la biodiversidad de los humedales están sometidos a la actividad constante de los agentes del Piroceno. El Pantanal en el oeste brasilero, el Bajo Chaco paraguayo, los Esteros del Iberá y el Delta del Paraná en el litoral argentino no paran de arder.
La Real Academia Española define a la piromanía como una «tendencia patológica a la provocación de incendios», pero no es demencia, es la razón unívoca del capital. El Secretario General de la ONU, António Guterres afirmaba en 2022, con motivo de la publicación del Tercer Informe sobre Cambio Climático, que el documento era «una letanía de promesas climáticas incumplidas. Un registro de la vergüenza, que cataloga las promesas huecas que nos encaminan con paso firme hacia un mundo inhabitable».
Asimismo, las redes transnacionales de movimientos, organismos, instituciones, y organizaciones comprometidas con la vida sobre la tierra, trabajan por el derecho a cambiar, construir y reinventar el mundo que ha creado la vehemencia de la razón moderna. El camino hacia una transformación posible está abierto. Solo resta que esas múltiples voces irracionales diagnosticadas de locura sean atendidas. De lo contrario, moriremos abrazados a la razón dominante.
Martín Scarpacci es Doctor en Planificación Urbana y Regional (IPPUR-UFRJ). Máster en Estudios Urbanos por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO-Ecuador). Docente Visitante FLACSO-Ecuador, Investigador del Centro de Políticas Públicas y Sociedad (UNR Argentina).
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