Los mandarines chimbos, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
Manuel García-Pelayo calificó de “no ya significativo, sino impresionante” al sistema burocrático en la China clásica. Su solidez, su rigurosa selectividad, pero sobre todo su larga vigencia entre el siglo II aC y el 1905 en nuestra era, dan cuenta de la notable robustez de aquella administración imperial cuyo músculo fue capaz de hacerse sentir hasta en los más recónditos parajes del llamado Zhongguó o “Reino del Medio”, el vastísimo territorio entre el Yang tze o Río Azul y el Huang He o Río Amarillo de la China actual. Factor clave en aquel complejo sistema en cuya cúspide se situaba el divinizado emperador era el mandarín, burócrata cuidadosamente seleccionado y formado a cuyo cargo estaba la administración imperial más concreta, justamente la que hacía posible alargar el poderoso brazo de aquél domeñando así todos los aspectos de la vida en esas inmensidades. Del proceso de selección de la burocracia imperial china se tienen registros desde el siglo II aC: un complejo sistema de exámenes a tomar transcurridos años de formación y que, según García-Pelayo, solo aprobaba entre el uno y el dos por ciento de los que se presentaban, seleccionaba a los aspirantes a burócratas y los especializaba en el ejercicio de las distintas funciones de gobierno.
La formación del burócrata o mandarín chino tenía como base los llamados “Cinco Clásicos” compilados por Kung-Fu Tze, mejor conocido como Confucio. La potencia del pensamiento confuciano, anterior al de Sócrates, Platón y Aristóteles, fue capaz de permear en aquel selecto cuerpo de oficiales a cargo de sostener materialmente al estado a partir de una premisa muy simple: el “estudiante de gobierno” o sheng- yuan se imponía a sí mismo el mandato de “no inventar, sino simplemente transmitir”, afirmándose en una tradición en la que creía y a la que amaba. Tan profunda idea reclamaría su lugar en el diseño institucional de la China moderna.
Señala el sinólogo británico JAG Roberts que en 1912, cuando el médico y estadista chino Sun Yat Sen concibiera el insólito proyecto de una república en aquel país de milenaria tradición imperial, a las tres ramas tradicionales del poder público agregó una cuarta: el llamado yuan de Exámen, a cargo de la selección, formación, nombramiento y evaluación de la burocracia estatal de la nueva China republicana con arreglo a la antigua regla confuciana.
La República de China fundada por el doctor Sun Yat Sen que sentaría posteriormente su capital en Nankin a la larga sucumbirá a los balazos recibidos de frente de manos de los invasores japoneses en 1931 y a los recibidos por la espalda de manos de los comunistas de Mao Zedong. Asediada, aquella, la original y única república china, iría finalmente a refugiarse a la isla de Taiwan sentando su capital en Taipei.
La otra China, que desde los tiempos de Nixon llamaron “roja”, es la resulta de un golpe comunista que nada tuvo que ver con la idea originaria de aquel médico de Guangdong educado en el Queen´s College de Londres que fascinado con la visión de las democracias occidentales, soñó con replicarla de algún modo, sin por ello denostar de la gran tradición confuciana, en el suyo, un lejano país de larguísima historia.
Lo cierto es que en aquella notable tradición, incluso en la era moderna, la idea confuciana del burócrata preparado y eficaz a la manera de aquellos mandarines de los tiempos de la Dinastía Qin siguió vigente. Conviene tomar nota de ello aquí en Venezuela dada la virtual condición de mandarinato ultramarino de Beijing a la que nos redujo la inconmensurable y legalmente dudosa deuda contratada por los caporales rojos de aquí, caterva de mujiquitas que en nada se asemeja a aquella casta de magníficos funcionarios imperiales chinos educados hasta en la metafísica del I Ching. Porque nuestros mandarines no son chinos: son chimbos. Reclutados entre “lo peorcito” de varias promociones en universidades y escuelas militares, nuestros mandarines criollos en absoluto ven en la eficacia, la rigurosidad y la excelencia valores superiores; por el contrario: hacer las cosas bien siempre tuvo para ellos un cierto tufo a “desviación pequeño-burguesa”.
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Helos allí, por ejemplo, a los mandarines de la electricidad, que mantienen en la penumbra a regiones históricamente productoras de energía como el Zulia y Guayana. Están también los mandarines del petróleo, tan poco entrenados en el manejo de válvulas que hasta los tanques de gas terminan abombándoseles mientras en los estados andinos -¡atención Caracas!- la norma es hacer dos o tres días de cola a la espera de que llegue un camión cisterna con combustible.
Destacan sobremanera los mandarines de la política económica, los la distribución de alimentos, los de los servicios de identificación, los que están a cargo de los aeropuertos, los acueductos, las telecomunicaciones y el transporte público, entre otros. Chimbísimos todos.
Pero pocos mandarines han resultado ser tan notablemente chimbos como los que han estado al frente de la gestión sanitaria venezolana, dieciocho en total. Basta ver las proyecciones de cierre de año de los indicadores más básicos para constatar el profundo daño que esa nube de “pequeños saltamontes” devenidos en ministros de salud ha causado a Venezuela
Devastada a conciencia la sanidad pública venezolana, nuestros mandarines chimbos echaron mano al teléfono pidiendo apoyo de aquellos otros poderosos y eficaces mandarines asentados en los rascacielos de las grandes metrópolis de las costas del Mar de la China. Fue así como nuestras playas vino a recalar un enorme buque-hospital, el “Arca de la Paz”. Concluida la sesión de fotos, a la fecha no se sabe si en efecto intervinieron quirúrgicamente a alguien o si tan siquiera dispensaron alguna que otra consulta médica. Todo indica que los chinos vinieron, antes bien, a velar por sus no pocos intereses en este pobre mandarinato caribeño que desde allá regentan. No dudo se hayan marchado seriamente preocupados, sabiendo que lo dejan en manos de mandarines locales que nada tienen de chinos, sino de chimbos.
Referencias:
García-Pelayo, M (1974) Burocracia y tecnocracia y otros escritos (1ª edición). Alianza Editorial, Madrid.
Roberts, JAG (2006) A history of China (2nd.edition), Palgrave Mac Millan, London.