Los Mentas: El músico que toca su instrumento no le importa que haya industria musical
Los Mentas regresan con el acelerador puesto y los colmillos afilados. Juan Olmedillo, Carlos Aray, Richard Blanco «Chicha» y Luis Pulido «Drupy» vuelven a Caracas con la convicción de que el rock también es un ritual de reencuentro: canciones en cadena, humor a quemarropa y esa energía ramonera que no pide permiso. Ya no es el “show del regreso” de 2023: es una etapa activa, con repertorio extendido, complicidades sobre el escenario y pasaje sellado para España.
El cuarteto vive repartido entre ciudades y husos horarios, pero aprendió a ensayar como se ensaya hoy: ideas que viajan por WhatsApp, maquetas caseras y un sprint de sala los días previos. «Cada quien hace la tarea donde vive y después nos juntamos a matar», se ríen. En tarima, la receta se mantiene: velocidad, dinamita y apenas unas pausas «porque ya la edad no da para tanto», admite la banda, que igual promete un set más largo, algunas sorpresas y la pólvora intacta.
La conversación con ellos ocurrió en Esto Sí Suena para TalCual, y dejó claro un punto: esta vuelta no es nostalgia, es presente. La foto generacional ayuda a explicarlo. Compartir cartel con Tomates Fritos reactiva la rueda 98–2000, pero Los Mentas miran más allá del espejo retrovisor. «Hay que lograr que la rueda gire», dicen, y señalan a una hornada que ya produce, intercambia músicos y arma fechas a pulmón: indie de guitarras, electrónica oscura, fusiones de folklore y rock, y proyectos que mezclan reggae con noise sin pedir permiso. La escena, aseguran, «está diversa y está buena».
También hay una discusión que ya no esquivan: ¿hay industria musical en Venezuela? La respuesta, sin maquillaje, suena a manifiesto punk. «Industria es una palabra elástica», sueltan. «Lo importante es que haya conciertos para tocar y cobrar». No renuncian al oficio ni al negocio —citan a proyectos que crecieron mezclando géneros y colaboraciones—, pero se plantan en el realismo: «Hacemos esto porque nos gusta. Es una excusa para juntarnos, vernos la cara y joder con la gente». Si despega, perfecto; mientras tanto, day job y guitarra al hombro. Rock como comunidad, no como quimera.
La gira por España (Madrid, Valencia y Barcelona) será la primera zambullida de la banda en ese circuito. Saben que el primer filtro será la diáspora —»95% venezolanos y un 5% curiosos locales»— y lo abrazan como punto de partida. La mezcla mentas: rock and roll, rockabilly y punk, no cabe en una sola tribu, y justamente ahí detectan su ventaja. «En salas de rock la gente es receptiva. Si les sorprendes, te siguen», dicen. La hoja de ruta es simple: tocar bien, tocar fuerte, y luego abrir puerta al circuito local.
Entre anécdotas aparece el retrato más humano: un guitarrazo accidental en la oreja de Carlos, la fobia de Juan a los insectos voladores, la risotada eterna de Drupy, la máquina de no parar de Chicha. Y la constatación de que el tiempo, lejos de enfriar, asienta. La cocina creativa ahora se arma a distancia: demos que van y vienen, discusiones sobre tempo y letras, y un «cuando esto pase» convertido en título fantasma para el próximo movimiento. Tras el disco de versiones Museo de los Pillos, el plan es volver al material propio: todas las opciones sobre la mesa, de sencillos a un EP o un relato más largo. «Falta sentarse a producir, pero las ganas están», resumen.
El público también cambia con el mapa. En Chile, cuentan, mandó la melancolía: abrazos largos, ojos brillantes, historias contadas a la salida. En Argentina, la fiesta: coro tribal, salto sostenido, esa alegría sin pudor que convierte las canciones en himnos. En Caracas, el ADN de siempre: pogo, sudor y el sentido de pertenencia que solo otorgan los años de carretera. Donde sea, aparece un dato que emociona: nuevas generaciones en primera fila, de la mano de padres que alguna vez los vieron en un bar, y de parejas que explican a interlocutores no venezolanos qué demonios es un «Shawarma Mixto».
Los Mentas no prometen lo imposible. Prometen lo suyo: canciones bien apretadas, electricidad, entrañas. Y un credo que no caduca: el rock como lugar de encuentro. «Queríamos tocar más», repiten. El resto se entiende cuando cae el primer acorde.