Los misiles Igla-S: el poder portátil que Maduro presume en medio de la tensión con EEUU

«Venezuela tiene nada más y nada menos que 5.000 Igla-S», proclamó Nicolás Maduro el 23 de octubre de 2025, rodeado del alto mando militar y ante las cámaras de Venezolana de Televisión. Hablaba de un arma específica, de fabricación rusa, que se dispara desde el hombro y puede derribar aviones, helicópteros o drones.
«Cualquier fuerza militar del mundo sabe el poder de los Igla-S… más de 5.000, el que entendió, entendió», advirtió. Según dijo, esos misiles portátiles están desplegados «hasta en la última montaña, en el último pueblo y en la última ciudad del territorio», con «miles de operadores entrenados» y «equipos de simulación» para afinar la puntería.
El anuncio puso en escena una de las piezas más sensibles del arsenal venezolano. El 9K338 Igla-S —designado por la OTAN como SA-24 «Grinch»— es un sistema antiaéreo portátil, conocido en jerga militar como MANPADS (Man-Portable Air Defense System). Es un misil de guía infrarroja que «busca el calor» de los motores de aeronaves de baja altitud y se dirige hacia ellos por sí mismo, una vez lanzado.
En términos técnicos, es un arma «dispara y olvida»: el operador fija el blanco, presiona el gatillo y el proyectil sigue solo la firma térmica del objetivo hasta impactar o detonar por proximidad.
El Igla-S forma parte de la capa más baja de defensa aérea, la que protege puntos sensibles —bases, aeródromos, infraestructuras críticas o convoyes— ante ataques a baja cota. En una red escalonada, se complementa con los misiles de mayor alcance de origen ruso que ya posee el país, como los S-300VM, los Buk-M2E o los S-125 «Pechora». Su utilidad es táctica: crea una «burbuja» inmediata que complica las incursiones rasantes y obliga a los pilotos enemigos a volar más alto o gastar contramedidas.
Según información pública, el Igla-S puede alcanzar blancos a distancias de hasta seis kilómetros y a alturas de entre 3.000 y 3.500 metros. Su buscador infrarrojo de doble banda mejora la resistencia a bengalas o interferencias térmicas, mientras que su cabeza de guerra —una carga de fragmentación de hasta 2,5 kilos— le permite causar daños severos incluso si no impacta directamente en el blanco.

Vladimir Padrino ha sido uno de los generales venezolanos que han mostrado los Igla-S
Cuando Maduro habla de 5.000 unidades está repitiendo un número que ya se ha hecho público desde hace más de una década. Venezuela adquirió miles de estos sistemas durante la modernización militar impulsada por Hugo Chávez entre 2009 y 2012. En el registro de la ONU sobre armas convencionales (Unroca), Rusia reportó exportaciones de al menos 4.200 misiles y lanzadores hacia Caracas en esos años. Reuters revisó en 2017 una presentación militar venezolana que hablaba de «5.000» unidades, lo que convertía al país en el mayor tenedor de MANPADS de América Latina.
Aquella compra se financió con líneas de crédito rusas abiertas a inicios de la década de 2010 y formó parte de un paquete mayor que incluyó aviones Sukhoi Su-30MK2, tanques T-72, blindados, artillería autopropulsada y helicópteros. Ahora, el dato brindado por Maduro confirma que el Ejército venezolano no ha podido procurarse más armamento de este tipo.
El analista militar Andrei Serbin Pont publicó en Efecto Cocuyo un análisis en 2018 donde afirmaba que «los Igla-S se encuentran distribuidos a nivel nacional en unas 42 unidades de defensa antiaérea, y probablemente unidades blindadas y fronterizas también». En su estudio sobre la proliferación de armas en Venezuela, Serbin Pont detalló que los estimados más conservadores —como los del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri)— ubican el parque en «al menos 200 lanzadores y 4.000 misiles», pero que el consenso entre expertos es más amplio: entre 1.000 y 1.500 lanzadores con unos 5.000 misiles en total.
Otros cálculos, basados en relevamientos por unidades, suben las cifras a más de 700 lanzadores y 7.000 misiles, «sin contabilizar material en depósito o en dotaciones de unidades no antiaéreas».En cualquier caso, se trataría del mayor número de este tipo en América Latina.

Fuente: Andrei Serbin Pont
Esa escala coincide, en líneas generales, con la afirmación reciente de Maduro. También encaja con la evidencia pública de adiestramiento. Durante los ejercicios «Soberanía y Paz 2019», la Milicia Nacional fue instruida en el manejo de los Igla-S, como documentó TalCual mediante imágenes oficiales. En los años siguientes, las demostraciones continuaron, y en 2025 el Ejecutivo volvió a mostrar simuladores y lanzadores en maniobras realizadas en respuesta al despliegue de buques y aviones estadounidenses en el Caribe. Aunque el entrenamiento con estos equipos no implica que la Milicia tenga dotación orgánica permanente, sí muestra acceso y capacitación en su uso.
Un análisis de abril de 2025 firmado por Brandon J. Weichert, editor de seguridad nacional en The National Interest y autor de varios libros sobre temas de defensa, explica que el sistema Igla-S «puede ser realmente letal en manos entrenadas, pero sin la preparación y experiencia adecuadas, resulta inútil. Para que funcione eficazmente, requiere personal bien capacitado e integración dentro de una red de defensa aérea más amplia, ámbitos en los que la capacidad militar venezolana podría ser limitada».
Hasta ahora, no existen reportes de uso real de los Igla-S venezolanos fuera de ejercicios o demostraciones. Tampoco hay confirmaciones públicas sobre su despliegue permanente, aunque el discurso oficial insiste en que están distribuidos en «puestos claves de defensa antiaérea». Este miércoles, Maduro repitió que esos equipos «garantizan la paz, la estabilidad y la tranquilidad» del país. «Que nadie se meta con Venezuela —dijo—, que nosotros no nos metemos con nadie».

En actoa públicos se han visto a militares venezolanos portando los Igla-S
La presencia de miles de misiles portátiles antiaéreos en Venezuela no solo tiene valor militar: también funciona como mensaje político. Un análisis reciente del analista de defensa Teoman S. Nicanci advierte que los Igla-S elevan el costo político de cualquier vuelo de reconocimiento o patrullaje a baja altitud cerca del territorio venezolano, reforzando la capacidad de disuasión sin necesidad de disparar un solo misil.
Añade el integrante del Army Recognition Group que, en el plano geoestratégico, su despliegue complica las operaciones que dependen de aeronaves de baja cota, como rescates de combate, infiltraciones especiales o misiones humanitarias. Para Washington, dice, esto implica reconfigurar los planes de vuelo hacia altitudes mayores, emplear armamento de largo alcance y destinar más recursos a tareas de supresión y engaño de defensas.
Se han usado en otros países
Los Igla-S, además de estar en manos de las Fuerzas Armadas venezolanas –incluyendo la Milicia–, son usados por ejércitos de Rusia, Siria, Irán, Corea del Norte, India y varios países africanos y asiáticos. En conflictos recientes, su desempeño ha sido probado en distintos escenarios. En Ucrania, desde 2014, se han documentado derribos de helicópteros Mi-24 y Mi-8 por sistemas de la familia Igla. Durante la invasión de 2022, el Ministerio de Defensa ucraniano publicó videos geolocalizados de ataques exitosos con MANPADS contra aeronaves rusas.
En Siria, tanto fuerzas gubernamentales como grupos insurgentes emplearon variantes del Igla en enfrentamientos entre 2012 y 2018, y la ONU reportó su presencia entre arsenales incautados en Libia tras la caída del régimen de Muamar Gadafi. En esos conflictos, los MANPADS demostraron ser una amenaza real para cualquier aeronave que vuele bajo.
No obstante, analistas como Joseph Trevithick, analista de The War Zone, afirma que «la historia muestra que los MANPADS han cambiado el equilibrio en varios conflictos—desde Afganistán hasta Siria, Irak y Ucrania—aunque su efectividad real depende de la versión del arma, del entrenamiento del operador y de las contramedidas desplegadas por la aviación». En un texto publicado en 2019 afirmó que el SA-24, pese a su peligrosidad potencial, «ha permanecido en gran medida ausente del uso masivo en el campo de batalla, si bien se han documentado hallazgos aislados en Libia, Siria y Ucrania».
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