Los nuevos venezolanos, por Simón García
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Cuando muere Fermín Toro, en 1865, el periodista Juan Vicente González escribió en una de sus Mesenianas: «…se acaba de abrir una tumba, y cayó en ella el último venezolano…». Pero, en aquel país envuelto en uno de sus retornos perpetuos a la crisis, volvieron a resurgir entre los escombros del pasado otros venezolanos. Nuestras «crisis de hombres» han sido temporales porque siempre hemos tenido a la mano el subterfugio de un caudillo para revivir ilusiones. Chávez no será el último.
Si la grandeza de un personaje político se mide por las consecuencias de sus decisiones, ¿cuál valoración asignarle a los protagonistas del último decenio? Es un periodo en el que escarbamos los bordes de nuestra destrucción y que problematiza la tipificación del líder que, según Mariano Picón Salas, siempre brota de nuestra historia: el concreto y voraz que solo desea poder para sí y el idealista impaciente que busca el cambio inmediato y total.
Padecemos de un liderazgo pragmático, con formación académica desprovista de comprensión del país, esposado a su fracaso por no reconocer sus errores y cegado por el espejismo de que Miraflores está a la vuelta de un ahora sí. Pierde realidad porque vive en el exilio, sea geográfico o vivencial.
A ese liderazgo, que carga con su saco de fracasos, lo sostiene aún la victoria esplendorosa en las elecciones del 2015. La solución no consiste en sustituirlo porque no es afortunado cambiar de caballo antes de un evento que el régimen diseñó para encerrar con varias llaves a la sociedad y asegurar una larga duración a su control opresivo.
Lo que el país se juega en las elecciones próximas no es mantener un gobernador o preservar una esquinita en la vitrina de las 335 alcaldías. Debe elegir entre la transición al totalitarismo o la decisión mayoritaria de contenerla.
Frente ante esta disyuntiva existencial hay que romper con la estrategia minada por su falta de logros y presionar a los dirigentes partidistas que, como Henry Ramos o Capriles, pueden dejar «la costumbre de las certidumbres militantes» que, en palabras de Bertrand Russel, indica el triunfo de la inercia y de las rutas que nos conducen a ninguna parte.
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El régimen tiene ganada la batalla cuando más de la mitad del país rechaza a los dirigentes opositores y cae hacia cero la identificación con los partidos de una oposición irrealmente existente.
Si a la falta de credibilidad sumamos la pérdida de la esperanza, Maduro habrá ganado la guerra y, por tiempo, todas las partes de la oposición se harán funcionales a la perpetuación del régimen.
Mientras siga el debate sin ideas y la saña por encarnar a Caín será imposible la unidad opositora y el entendimiento nacional para enfrentar la pandemia, el hambre o la construcción de mejores garantías para participar en los procesos electorales. ¿Degollados por la destrucción tendrá sentido averiguar si el responsable fue el G4 o la mesita?
Es posible que desde la esperanza emerjan los nuevos venezolanos, desde los partidos y desde organizaciones no partidistas, que afirmen la política en el sentido común. Es decir, en la vida de la gente y el destino del país.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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