Los números, por Gisela Ortega
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Los números son más antiguos que la escritura y los alfabetos. Desde épocas antiguas se creía que tenían un significado místico y eran considerados por los magos de especial importancia en medicina. Tanto los ensalmos como las plegarias tenían que repetirse un determinado número de veces durante el día, si se quería que fueran eficaces.
Entre los pitagóricos, la aritmética fue sumamente importante como fundamentación de sus sistemas. Los números eran, en los mismos, no solo la expresión mecánica de las cantidades sino también de la forma, de las esencias. En la llamada «tabla pitagórica» se especifican las cualidades de ellos. Considerando al número uno como la oposición entre el límite y lo ilimitado; al dos, como la dualidad; el tres, la pluralidad; el cuatro, el de las situaciones; el cinco, el de los principios sexuales; el seis, de reposo y movimiento; el siete, de las líneas en sus diversas formas; el ocho, el de la luz y la oscuridad; el nueve, del bien y del mal, y el diez constituía el cuadrado.
El uno era calificado el padre de los números, de la fortuna y la prosperidad. Simbolizaba la armonía.
El dos el del intelecto y la madre de los números, pero generalmente se le consideraba aciago, portador de afición y desdichas.
El tres, el más sagrado, al que se le han atribuido algunas virtudes místicas. Representa la trinidad, simbolizando la abundancia y la fertilidad, y el día tercero. Era especialmente venerado como de suerte y prosperidad.
El cuatro fue considerado por Pitágoras la raíz de los otros números y sobre él pronunciaban sus seguidores sus más solemnes juramentos. Es la cifra del cuadrado y, por lo tanto, el símbolo de la firmeza, la resolución y buena voluntad.
El cinco era muy importante para los magos, de lo cual es ejemplo el pentaclo, un poderoso talismán para ahuyentar a los demonios o espíritus malignos. Se creía también que era el símbolo de la justicia y la lealtad.
El seis, calificado como la perfección y el amor. Se hallaba consagrado a Venus. Se le llamaba el 2número del hombre2, puesto que el mundo fue hecho en seis días y en el último de ellos fue creado el hombre.
El siete, el más estimado de todos. Tenía una significación divina. Los hebreros lo llamaban el «número del juramento» y fue utilizado por Abraham. Entre los pitagóricos era llamado «vehículo de la vida humana», por cuanto había una semana de siete días, siete planetas, siete metales y eran siete las edades del hombre.
Elisa mandó a Naaman a lavarse siete veces en el Jordán; Elías en la cumbre del Monte Carmelo, envió siete veces a su criado a buscar agua de lluvia, y cuando se tomó Jericó, fue rodeada la ciudad por siete veces. El siete se halla frecuentemente mencionado en relación con el ceremonial judío, de lo cual es ejemplo la distribución del templo de Salomón y sus accesorios. Había siete lámparas en el templo y siete candeleros de oro. Además del carácter divino atribuido a este número, asociado mayormente a las cosas del culto, se creía que tenía una definida influencia sobre los hombres. Se decía que el séptimo hijo nacido en una familia estaba dotado de la facultad de curar diversas dolencias y de prever el futuro.
El ocho, era el de la justicia, la plenitud y la atracción.
El nueve simbolizaba el poder, la sabiduría, el misterio y la protección. Era el producto del tres y se empleaba frecuentemente en ensalmos y conjuros. Hacían uso de él los sacerdotes médicos en sus prácticas curativas,
En la medicina popular, para una quemadura o escaldadura, se colocaban nueve hojas de zarza dentro de un cuenco de agua y luego eran aplicadas a la parte afectada y, para una torcedura, se hacían nueve nudos en un trozo de lana negra que era colocado en torno del miembro lesionado.
El diez era un número divino y sagrado. Mientras que el once era maligno y simbolizaba la violencia y la destrucción.
El doce era considerado bendito y glorioso, «en el cual tenían su medida las cosas celestes». Es significativo que haya doce signos del zodiaco, y doce meses en el año, y en la historia del pueblo hebreo eran doce las tribus de Israel, doce sus profetas y doce piedras había en el peto de Aarón. Y doce fueron los apóstoles.
Una superstición muy antigua, fuertemente arraigada en muestra cultura, señala como numero siniestro el trece y se le asocia con desgracias, adversidades y dificultades, mientras que para otros es un número de suerte.
Mucho antes del cristianismo se tenía cierto temor al número trece. En el judaísmo, el trece representaba un mal signo y se le asociaba directamente con genios y espíritus que se relacionaban con la fatalidad.
En la época de Cristo, la leyenda más difundida es la de la última cena, donde se reunieron trece comensales: Jesús y sus doce apósteles. Luego de esta comida, en menos de 24 horas dos de ellos estaban muertos: Jesús de Nazaret y Judas Iscariote. De aquí surge la superstición de que 13 comensales no se sientan a la mesa, ya que es un llamado a la desgracia.
Los antiguos egipcios consideraban que la decimotercera fase del ciclo de la vida era la muerte, esto es, la vida después de la muerte, que pensaban que era una vida ideal y mejor.
Cuando el miedo irracional por el número trece se convierten en una patología, la persona sufre de una enfermedad llamada triscaidecafobia. Mientras que la fobia especifica del viernes 13 se llama friggatriscaidecafobia, de la diosa vikinga Frigga, de donde procede la palabra friday, viernes en inglés.
Gisela Ortega es periodista.
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