Los operativos como maquillaje, por Rafael A. Sanabria M.
Se llama operativo en Venezuela a un cierto tipo de acciones colectivas. Campañas sería –quizás– el término correcto. Acciones mediante las cuales un organismo público o un grupo privado intenta, en pocos días, sin visión de largo plazo, y con una descomunal inversión de esfuerzos, o bien prestar un servicio que en condiciones normales (es decir cuando no hay operativo) es de muy baja calidad o prácticamente inexistente, o bien resolver una situación calamitosa para la cual, a pesar de su inminencia no se había tomado previsión alguna. La curiosidad gramatical, el adjetivo “operativo”, según la real academia, dícese de lo que obra y hace su efecto. Devenido éste en sustantivo, da cuenta de una extraña mutación.
En los últimos años nuestro Estado ha impulsado aceleradamente un sin fin de operativos para llegar a lo que denominan: pueblo pobre, noble y trabajador. Esos beneficios han tocado las fibras más humildes del tejido social, como aprendiendo a interactuar con la pobreza. Pero son acciones que se aplican no para derrotarla, superarla, o por lo menos acorralarla, sino para convivir con ella, impidiendo que la conciencia o el poder devastador de la miseria perturbe sus sueños.
Claro está que el gobierno tiene muy presente que ese cúmulo de gente noble, tiene grandes necesidades que satisfacer y de allí ese engendro de la gestión pública conocido como el operativo. Una cierta parte de la población en Venezuela lleva varios años recibiendo beneficios a través del carnet de la patria, un sin fin bonos que sirven para satisfacer algunas necesidades en un momento dado. Es comprensible que un beneficio que te llegue sin esfuerzo alguno te convierta en un receptor pasivo que espera paciente lo que en nuestra tradición oral llamamos la gota de petróleo.
Para una parte de la población hay un profundo agradecimiento y para otra una soberbia crítica que la resume como una regaladera de dinero que desangra al país. La idea no es buscar quien tiene o no la razón sobre el tema, porque el que recibe la ayuda siente la necesidad y busca la manera de satisfacerla, pero el que critica no siente necesidad y comprende que el operativo no resuelve el problema.
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En estos días se ha puesto en marcha un operativo para hacerles las navidades más felices al noble pueblo, otorgándole el petroaguinaldo a un porcentaje poblacional, lo que ha causado una conmoción entre los pobladores, quienes intentando convertirlo a moneda nacional se le ha hecho complejo, prefiriendo entonces gastarlo en alimentos en cualquier comercio que tenga biopago.
Lo curioso es que ese heroico pueblo, tan enaltecido por los gobernantes, sigue siendo un oprimido, que no le importa cualquier humillación, vejación, discriminación, especulación y sometimiento con tal de satisfacer sus necesidades y la de los suyos.
Se dice y pregona una cosa por parte del gobierno y la otra cara de la moneda se observa a la vuelta de la esquina. Ese pueblo paciente, callado y de abundante resiliencia, no sólo hace cola, soporta el inclemente sol, sino que debe aceptar con resignación que se le especule con los exorbitantes precios de los productos de primera necesidad. ¿Dónde están las autoridades que no hacen un seguimiento a los comerciantes? Entonces, ¿el operativo busca atacar el problema del hambre o simplemente entretener al pueblo?
Por eso los operativos ya son parte de una manera, la nuestra, de convivir con la pobreza. Por eso ya ni nos alarman, ni nos extrañan, ni nos molestan. Son una técnica de la emergencia, una metodología de la improvisación, una mecánica del disimulo, un principio del mal menor, además de una oportunidad celebratoria y una lógica del autoengaño que se ha instalado definitivamente entre nosotros, tejiendo unos vínculos indivisibles entre las responsabilidades públicas y la vida privada, enseñándonos a vivir resignadamente con la pobreza, propia o extraña, pero en todo caso compartida en el mismo territorio como condición estructural.
Habría que preguntarse: ¿esos operativos han resuelto los problemas del pueblo andariego? Son solamente una respuesta provisional e inevitable que termina convirtiéndose en una manera permanente, cíclica e incluso en una lógica de atender, que no de resolver, los problemas.
Quien observe con objetividad el panorama de nuestro país verá que todos estos operativos tienen un elevado componente de auto exaltación, de presunción de heroísmo, de situación de campaña, de culto al esfuerzo efímero, que sustituye o edulcora, la incapacidad para resolver, o al menos para echar las bases de la resolución del problema en sus verdaderas y profundas dimensiones.
Ya basta de operativos tontos, brutos y cínicos como píldoras que sólo alivian pero que no resuelven la enfermedad. Es hora de hacer operativos permanentes que se enfoquen en la pobreza que nos habita y no tratar de encubrirla con el manto rasgado de los operativos como síntomas.