Los padres y el Día del Padre, por Tulio Ramírez

No quería referirme hoy a los problemas entre Güicho y Camucha, pero las reiteradas llamadas de lectores y amigos preguntando cómo había culminado el episodio al que nos referimos hace 15 días, no me deja otra alternativa.
No quiero que piensen que soy monotemático, pero, en aras de la preocupación general por el estado de salud del compadre quien, si bien es cierto salió vivo del accidente, no sé si corrió con la misma suerte después de salir del Hospital, les comento lo siguiente.
Esperaba que, por motivo del Día del Padre, Camucha llamara para felicitarme y preguntar de qué color eran las medias que me habían regalado mis hijos (todos los Día del padre, hace la misma pregunta). Esperaba, por supuesto, que me contara cómo termino el impasse con el compadre una vez dado de alta.
Pero les comento que esta vez no llamó (cosa extraña). Pasaron por mi mente muchas hipótesis: a) Güicho había cambiado de forma definitiva (lo conozco; hipótesis descartada); b) Camucha se fue de la casa sin el celular (saldrá sin la cédula, pero nunca sin el celular; hipótesis descartada); c) suicidio colectivo (¿y dejar a Carúpano en la orfandad?; hipótesis descartada); d) se fueron de segunda luna de miel (hubiese sido el primero en enterarme, hipótesis descartada).
Cansado de esperar la bendita llamada y de adivinar sobre las razones de tal silencio, llegaron mis hijos con el regalo por el Día del Padre. Con emoción abrí el paquete con el cuidado de no romper el papel. Se lo tenía que devolver para envolver el regalo del Día del Padre del año que viene. No lo van a creer, se me aguaron los ojos al ver un hermoso par de medias, afortunadamente de color diferente al recibido el año pasado.
Alejados mis pensamientos de los compadres y sus asuntos familiares y mientras me servía el primer whisky, meditaba sobre el papel de los padres en la vida de los hijos y cómo en días de celebración como el de ayer, todos los hijos tienen un gesto hacia su progenitor. No importa lo que éste haya hecho o dejado de hacer a lo largo del año. Hay padres de padres, veamos algunos ejemplos.
Hay padres que aun cuando sus hijos hayan atravesado El Darién saliendo ilesos de los peligros de esa selva, hayan luchado contra delincuentes y secuestradores, superado enfermedades y falta de alimentos, los llaman todas las mañanas para asegurarse que se hayan tomado el jugo de naranja y recordarles que «no debes estar mucho tiempo expuesto al sol, acuérdate que eres alérgico, échate la crema». Esos son los «Padres Puchungos».
Luego están los que ocupan el cargo, pero no ejercen la función. Son los que están presentes solo cuando los presionan o reclaman su falta de atención e incumplimiento de sus responsabilidades. Son los que, cargan a los hijos delante de los amigos, pero cuando no están solos, le gritan a la esposa «encárgate de tus hijos, estoy muy ocupado”. Son los llamados “Padres tipo ministerio».
Nunca falta el padre que se proyecta. Son los que tratan de moldear a los hijos a su semejanza. Son los que lo obligan a reproducir su propia experiencia de vida, a estudiar la misma carrera universitaria, a destacarse en los deportes rudos, a entrarse a trompadas con todo el mundo para demostrar hombría y a hacer trampas para demostrar que es el más avispado. Si el muchacho toma otro camino, se preguntan «qué hice yo para merecer esto». Cuando la estrategia les sale bien se conocen como «Padres Frustradores», si les sale mal, se les llama «Padres Frustrados».
Están los que alardean tener «el control absoluto de la situación». Los que se ufanan de «dar órdenes con la sola mirada» y prescriben a sus amigos lecciones sobre cómo ser padres. Tienen vocación militarista y son los que esperan toda la madrugada sentados en la poltrona de la sala con una cobija sobre la cabeza, a que lleguen los hijos de la fiesta, «¿Estas son horas de llegar?» y sin esperar la respuesta ordenan «mañana se quedan en su cuarto hasta que yo diga. Se acabó la guachafita en esta casa». Más que temor y autoridad, terminan provocando risitas a escondidas. Son «Padres con mando, pero sin tropa».
Ser padre no es fácil, no hay un estándar universal de lo que debe ser uno, pero imagino que hay rasgos que los hijos agradecen. Algunos de ellos: a) ser orientadores y no caporales con látigo; b) ser proveedores, pero no convertirlos en parásitos; c) ser comprensibles, pero firmes cada vez que sea necesario; d) acompañarlos y apoyarlos, sin predeterminar el camino que deben tomar; e) servir de modelo, sin imponerlo; d) estar siempre allí, aunque no sea en forma física.
Culminó el Día del Padre y pienso que no sé si me he comportado según esos rasgos o me he equivocado en el trayecto. Algún día me lo dirán o reclamarán. Finalmente, convencido de que Camucha no llamará, me fui a medir las medias.
*Lea también: Sobre la maldad, por Laureano Márquez P.
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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