Los papeles de la academia, por Gioconda Cunto de San Blas
En carta de 1894, Pierre Curie escribe a quien más adelante será su esposa, Marie Sklodowska Curie: “No está en nuestras manos cambiar el estado social. En el ámbito de la ciencia podemos hacer algo; cualquier hallazgo, por pequeño que sea, es una conquista”. Curioso comentario de quien años más tarde, en compañía de Marie, protagonizará hazañas científicas en el campo de la radioactividad que admirarán a los políticos de la época y repercutirán en medicina, tecnologías, ingenierías, cambiando para siempre a la sociedad en que vivimos.
Desde el siglo III a.C., cuando Hierón II de Siracusa pidió a Arquímedes averiguar el contenido real de oro en una corona y diseñar instrumentos bélicos contra los romanos, se ha hecho frecuente ver a gobernantes en compañía de científicos asesores. La pandemia de covid-19 es una buena vitrina para comprobar ese hecho.
En 1945, Vannevar Bush publicó un célebre documento, “Ciencia, la frontera infinita”, en el cual exponía su visión sobre el compromiso recíproco entre el gobierno norteamericano y los científicos y tecnólogos en los años de postguerra. El documento inspiró la creación de la National Science Foundation con el fin de promover el avance de la ciencia en la nación norteña. Hoy los países desarrollados y otros no tanto, incluida Venezuela, tienen instituciones similares de apoyo oficial a la ciencia y la tecnología, unas más funcionales que otras.
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No todo ha sido miel sobre hojuelas en las relaciones de los científicos con sus gobiernos. Harto conocidas son las tropelías del nazismo contra la comunidad judía, de la cual formaban parte científicos de gran prestigio. Destituidos de sus cargos, huyeron para preservar sus vidas.
Con ellos se fue de Alemania gran parte del conocimiento en física de la época, éxodo que según algunos historiadores, apresuró el desenlace de la segunda guerra mundial con el triunfo aliado, a un costo muy alto en vidas humanas.
Sabemos también de las persecuciones y muertes sufridas por intelectuales en la URSS de Stalin, la China de Mao Zedong o la Cambodia de los Khmer Rouge. Pensar por cuenta propia resulta un riesgoso delito en regímenes despóticos. Es decir, entre científicos y políticos hay una relación de amor-odio que depende de los principios (o falta de ellos) que rijan a los gobiernos de turno.
Todo esto viene a cuento porque en nuestra Venezuela de hoy, la relación de los científicos con el régimen se ha ido tensando. Una comunidad insumisa, exigente en su derecho a la libertad de cátedra y de pensamiento, no se aviene bien con autoridades que pretenden acallar sus voces, entre ellas las de las Academias, asesoras por obligación estatutaria del estado venezolano en las materias de sus competencias.
Así las cosas, la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (Acfiman), en cumplimiento de dicha función, hizo llegar a los Poderes Ejecutivo y Legislativo un documento titulado “Estado actual de la epidemia de covid-19 en Venezuela y sus posibles trayectorias bajo varios escenarios”, (resumen aquí), luego difundido por redes sociales.
Usando modelos matemáticos ya probados con éxito en varios países para dibujar escenarios posibles de evolución de epidemias que permitan a los gobiernos prepararse, la Acfiman concluyó que las pruebas hechas hasta el 8 de mayo, fecha de presentación del informe, eran insuficientes para estimar el tamaño real de la epidemia de covid-19 en Venezuela, que había un sub-registro y que era necesario aumentar la cobertura de pruebas PCR-RT, únicas validadas por la Organización Mundial para la Salud, incorporando otros laboratorios del país con capacidad instalada para hacer dichas pruebas.
Un documento de orientación científica a las autoridades en esta grave encrucijada pandémica se convierte así en papel subversivo, a tenor de personajes de la nomenclatura, que amenazan a los académicos con “visitas” de los cuerpos de seguridad del estado por haber cumplido una vez más con nuestra función asesora.
Ante tales intimidaciones, la Acfiman, las Academias hermanas y la comunidad científica hemos protestado esa violencia verbal. Es grato comprobar que la ciudadanía también ha rechazado tal conducta, demostrando con ello que la actividad científica y tecnológica es reconocida como fuente de progreso para la nación. Ratificar el informe del 8 de mayo ha sido la respuesta de la Acfiman y de las Academias en conjunto.
No es este el primero, ni será el último documento de la Acfiman dedicado a plantear propuestas en temas álgidos de políticas públicas, esos que tocan directamente a la gente y que se beneficiarían de asesoría científica. No solo eso.
Convencidos de que la sociedad solo progresa en un escenario de libertad y democracia, la Acfiman y las Academias hermanas seguiremos levantando nuestras voces en defensa de tales principios. Las amenazas están de más.