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Los partido-presidentes, por Aldo Adrián Martínez-Hernández



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Opinión TalCual | diciembre 4, 2020

Twitter: @Latinoamérica21


Históricamente al hablar de partidos en América Latina se alude a organizaciones centralizadas, poco democráticas, con una alta concentración de poder en la cúpula y, generalmente, con pocos incentivos institucionales para el acceso de minorías étnicas, de género y jóvenes a la toma decisiones. En este marco, la falta de identidad partidista, el drástico cambio en las dinámicas del voto, el decrecimiento de las bases sociales, la disminución de militancias, la difusa identidad ideológica, la opacidad, corrupción y el falso compromiso por la consolidación democrática, son una constante en estos sistemas y en especial en sus organizaciones de partidos.

La realidad latinoamericana ha dejado evidencia, con mayor claridad durante las últimas dos décadas, de que la crisis de representación se encuentra íntimamente ligada a la incapacidad de los partidos de aglutinar intereses colectivos y agregar estos al proceso de toma de decisiones. Esto se ha evidenciado con la crisis político institucional de Perú en los últimos años y las movilizaciones sociales en Ecuador y Chile que tuvieron relevancia justo antes de la pandemia y que se han profundizado durante esta. Estas experiencias son el resultado de una estructura sistémica de desapego institucional e incapacidad organizativa de los partidos de procesar el interés ciudadano.

En este contexto, la caracterización de los partidos políticos como instrumentos político-electorales ha cobrado especial relevancia en la percepción de la clase política y la ciudadanía. El fenómeno, pese a no ser exclusivamente latinoamericano, se profundiza en las entrañas de las democracias de la tercera ola.

En la actualidad, los partidos han dejado de tener protagonismo como operadores del sistema democrático y han pasado a un segundo plano como instrumento de acceso al poder, perdiendo responsabilidad política y social. En ello radica la idea que consolida el surgimiento de los partido-presidentes, asociados a su vertiente populista.

El nacimiento de los partido-presidentes y, en específico, su vertiente populista, no solo tiene que ver con una estructura sistémica asociada a la incapacidad de la democracia de responder a la sociedad, o con el propio desgaste de los modelos económicos, o las ya conocidas trayectorias históricas que reivindican a caudillos y liderazgos carismáticos, sino además con instituciones débiles. Entre ellas, las figuras de representación política por excelencia, los partidos, son una herramienta fundamental para la operatividad orgánica del populismo.

La idea que vincula el populismos y los partido-presidentes tiene su base en que ningún populismo latinoamericano se asocia en su origen a un partido político fuerte y siquiera a la existencia previa de un partido político. Sin embargo, todos los populismos requieren de un partido para acceder al poder.

Paradójicamente, la idea de partido —independientemente del concepto y adjetivo— indispensable para la democracia, se adhiere a la transformación de este como instrumento político necesario para procesar su acceso al poder por la vía electoral. Si bien es cierto que los populismos latinoamericanos tienen como eje central la concentración de poder y por ello la incapacidad de democratizar la toma de decisiones, la relación con los partidos es insoslayable.

Un ejemplo es el nombre del Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia y la primera postulación de Evo Morales a inicios del siglo, el cual agregaba las siglas IP (Instrumento Político). De esta manera, se entiende la organización partidista como una herramienta necesaria para acceder al poder.

Estos partidos han evolucionado a partir de instituciones débiles hasta el surgimiento de los liderazgos carismáticos o son organizaciones creadas directamente ex profeso a la necesidad del líder. El caso del Movimiento de Regeneración Nacional y Andrés M. López Obrador en México, Jair Bolsonaro en Brasil con el Partido Progresista en su inicio y posterior la creación de la Alianza por Brasil o el caso de Rafael Correa en Ecuador con Alianza País son algunos de los más visible.

El caso de Daniel Ortega en Nicaragua con el Frente Sandinista de Liberación Nacional o Cristina y Néstor Kirchner en Argentina, con el Partido Justicialista, son excepciones. Sin embargo, en estos casos se asume la idea generalizada del político por encima de la institución política en la medida que esta le permitirá llegar al poder.

Esta asociación consolida el juego centralizador tradicional de los partidos en la región con la idea del líder reivindicador de las causas excluidas por la democracia y sus instituciones. Como consecuencia, la idea de partido tiende a desaparecer y a manifestar procesos más largos de institucionalización debido al reajuste en sus procesos internos asociadas al líder político.

Bajo esta perspectiva, la existencia de partido-presidentes pareciera tener más sentido, en especial en las realidades políticas de Guatemala, Perú o Brasil y en crecimiento en otras democracias como México y Chile, las cuales discuten la pertinencia del marco en el cual los partidos operan.

Por lo tanto, fortalecer los partidos políticos es elemental para un mejor funcionamiento de la democracia y la representación política, y así superar una concepción desgastada de su significado.

Aldo Adrián Martínez-Hernández es profesor e investigador en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Doctor en Ciencia Política-Salamanca, España.

www.latinoamerica21.com, un proyecto plural que difunde contenido producido por expertos en América Latina.

 

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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