Los pueblos, las casas y su gentilicio duelen como heridas, por Rafael A. Sanabria M.
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Hoy expongo el caso de la Casa de cultura poeta Pedro Rafael Buznego Martínez, ubicada en la población de El Consejo, estado Aragua, que fue epicentro del otrora llamado Emporio Cultural de Aragua la cual fue despojada de su identidad, se le arrancó su esencia y se ultrajó su historia al intervenir atrozmente su fachada.
Este recinto cultural viene con una trayectoria de trabajo consecuente, fruto de años de esfuerzo por los pintores y escritores, artesanos y músicos, actores y danzarines, y de los habitantes que poblaban muy nutridamente cada acto, cada presentación, todas las exposiciones y conferencias, con presencia y respaldo constante. Han sido muchos y por bastante tiempo, subiendo un escalón cada vez. No es posible obviar tanto esfuerzo.
Esta casa fue cantada con varios nombres, bautizada como La Casa Bonita por su director, el poeta y cronista Rómulo Aponte Mejías, simplemente La Casa por la señora Josefa Pipa Ramírez, la Casa de los Aleros del poeta Alberto Hernández y sustancialmente definida como Casa de Cultura por el dramaturgo José Ignacio Cabrujas, que como tal se mantiene.
Aquiles Nazoa, dirigiéndose a los arquitectos en su sede, dijo que solemos decir de la casa donde habitamos, que allí vivimos. Es decir, que la casa forma parte de nuestro impulso vital. La Casa de cultura de El Consejo fue centro vital de nuestra activa vida cultural.
Pero fue despojada de toda actividad enaltecedora, pervertida en sus funciones, dirigida por mercenarios políticos. Solo faltaba atentar contra la casa en sí. Como no la podían tumbar, quitar piedra tras piedra, entonces la embadurnaron de pintura, convirtiéndola en piñata ridícula.
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Luego de perpetrar su desaguisado se excusan. “Yo no lo sabía”. “Se ve mejor ahora”. “Eso es lo moderno”. Porque la carga histórica no es de relevancia para el ignorante. Peor si quienes infieren la herida son nativos del propio lar y tienen responsabilidad en la administración municipal. Y aún peor si han sido directivos de cultura. No se justifica guardar silencio, conocer el marco jurídico y pisotearlo como les dé la gana.
No es un capricho de quien suscribe ni se busca la polémica, pero debe respetarse el marco legal: los artículos 12 y 15 de la Ley de Patrimonio Cultural, el decreto de patrimonio histórico declarado por el gobernador Didalco Bolívar y la Secretaría de Patrimonio Histórico presidida por el Dr. Germán Fleitas Núñez y el alcalde al momento de su remodelación. Además que la Cámara Municipal de Revenga el 24 de enero de 2000, declaró la Casa de Cultura patrimonio histórico del municipio.
¿Cómo sería si en otras ciudades de Venezuela se siguiera el ejemplo? Que a la Casa de El Tamarindo en Ciudad Bolívar, La Blanquera en San Carlos, la quinta La Trinidad en Tapatapa de Maracay, la Quinta Anauco, la Casa Natal del Libertador, la casa de la Guerra a Muerte y la del Armisticio en el estado Trujillo, La Casa de los Arcaya en Coro, y la casa de Páez en Valencia, les pintarrajearan la fachada.
El llamado es al Instituto de Patrimonio Cultural (IPC) para que reivindicando la Casa Bonita se reivindique a sí mismo. Por ahora fue el recinto cultural, mañana, tal vez se demolerá algún patrimonio en ruina o se le hará cualquier grafiti o caricatura en su fachada y ¡todo bien gracias!
Quizás este ultraje sea necesario para hacernos despertar. Quizás la orden de quien no sabe de desarrollos humanistas, sea al final útil para obligarnos a resurgir. La Casa habla y silencia su paseo por el tiempo, El Samaritano recita sus poemas heridos. Es urgente que la Casa Bonita vuelva a abrigar a los hacedores de cultura, constituiría una verdadera revolución.
Es hora que el municipio Revenga vuelva a ser el Emporio Cultural de Aragua, pero para ello los verdaderos cultores, los bailarines, actores, músicos, escritores y artistas plásticos mismos deben hacerse presente, sin recibir directrices extrañas a ellos, que gestionen directamente sus quehaceres porque el acto artístico y la creación cultural en general son, en última instancia, acciones personales e intransferibles. Volvamos a como érase una vez.
Qué en esta tierra de músicos el silencio no siga frecuentando la biblioteca, el escenario y los pasillos, donde el sol quiere brillar como antes. Qué resalten nuevamente los maravillosos colores de la creatividad, no de la brocha gorda. Qué el bullir de personas e ideas resurja en esta tierra de poetas.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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