Los que regresan, por Gregorio Salazar

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Con las mismas penurias y sacrificios, corriendo otra vez los grandes riesgos que afrontaron cuando decidieron irse de su país, millares de venezolanos han emprendido el retorno a su patria, a la que encontrarán en peores condiciones que cuando trataron de escapar de esta muy prolongada tragedia nacional.
En alrededor de ocho millones se contabilizan los compatriotas que engrosaron esa caudalosa corriente migratoria que se extendió por varios continentes, hacia el norte y hacia el sur, más allá del océano, a cientos de pueblos y ciudades del orbe que los vieron llegar con tan solo un pequeño bulto de ropa en las manos y toda la fe puesta en encontrar un futuro mejor. Ahora, de esa legión, regresan los que no pudieron alcanzar el llamado «sueño americano».
No nos referimos, por supuesto, a quienes fueron deportados días atrás por vía aérea desde Estados Unidos por decisión del gobierno de ese país, sino a quienes sin poder llegar hasta allá u obligados a regresarse después de haberlo logrado deberán hacerlo atravesando los mismos ríos, mares, selvas, desiertos y montañas que cuando marcharon en busca de posibilidades de vida y de superación para ellos y sus familias, en vista de que aquí se les hicieron nulas, imposibles, inalcanzables.
Regresarán muchos de ellos con la inmensa pena de haber perdido en el camino algún familiar, el cónyuge, el padre, algún pequeño hijo, en los agrestes parajes o en medio de los ríos que les tocó atravesar, y de quienes ni siquiera pudieron recuperar sus restos. Víctimas los hubo también de las bandas criminales que pululan en esas regiones. Ahora yacen en la selva del Darién o en los cementerios de cualquier ciudad a miles de kilómetros del suelo que los vio nacer. No era el destino al que tenían derecho en un país con las riquezas y recursos que la naturaleza dio a Venezuela.
No regresarán todos los que se fueron. Antes preferirán buscar otro destino. Pero quienes lleguen hoy a Venezuela la encontrarán en trance de profundización de la misma crisis –entrabamiento político, derrumbe económico y social– que la agobiaba cuando la dejaron. Ahora agravada por la revocatoria de la licencia a la petrolera Chevron, cuyas operaciones han venido suministrando las divisas (casi $ 5 mil millones al año) para el mercado cambiario, del cual depende la estabilidad del dólar y por ende la contención de la inflación, fuente de toda calamidad.
Encontrarán la misma escasez de gasolina, con la mayor parte del suministro concentrado en el área metropolitana de Caracas. Los mismos apagones recurrentes que entorpecen el comercio y detienen la producción. El menguado suministro de agua, la carencia de servicios hospitalarios, la educación en bancarrota a todos los niveles, la vulneración cotidiana de los derechos humanos, los salarios y las pensiones inexistentes, mientras la narrativa del régimen sigue patinando en las misma monsergas del «Venezuela se arregló», de las «siete transformaciones», antes motores, antes planes de la patria, antes refundaciones, antes etc, etc…
Oportunidades ha habido para un acuerdo nacional. Por los menos en dos mediciones electorales en una década, las legislativas del 2015 y las presidenciales del 2024, la oposición demostró que a pesar de todas las condiciones adversas, la persecución y el abuso de poder estaba muy lejos de poder ser barrida. No queda asomo de duda: el apoyo recibido del soberano evidencia el vehemente anhelo popular de un cambio.
Los comicios del 28 de julio fueron la demostración más fehaciente de que el proyecto chavista está siendo abrumadoramente rechazado por el fracaso de sus ejecutorias, su corrupción y el no disimulado objetivo de nunca salir del poder, ni por las buenas ni por las malas, como lo admiten desfachatadamente, al mismo tenor que las dictaduras de Cuba y Nicaragua.
¿Por qué no se negocia para encontrar una salida a este trágico laberinto existencial de todo un pueblo? ¿Y si se negoció, por qué se han desconocido los acuerdos electorales como el pacto con la administración Biden antes del 28 de julio? Por lo que se ha repetido hasta la saciedad: cerrarán toda vía que pueda conducir a una transición democrática. El poder aquí y ahora, con privilegios e impunidad, es lo que prevalece sobre el interés nacional. No importa tener que reinar sobre un mantel de ceniza, material y humana, a semejanza del tristemente célebre Período Especial cubano.
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Lo que sí encontrarán los emigrantes que regresen hoy al país será el demagógico aquelarre de siempre. Convocatorias de calle por las infames efemérides que van marcando el rumbo de la revolución, incluidas el golpe del 4-F y el natalicio del iniciador del Gran Desastre. Para eso y para el reparto preelectoral no se escatiman recursos.
Algún día, cuando Venezuela pueda regresar a la convivencia pacífica, con respeto a la pluralidad, a la alternancia en el poder y fundamentalmente bajo el Estado de Derecho, esos mártires que abandonaron el país, los que murieron y aún los que estando vivos no volverán ni se reencontrarán con sus familias, a las que dieron sustento, tendrán un monumento en su honor y a su memoria. No erigido demagógicamente, sino como el testimonio de un pueblo noble que fue sacrificado en aras de una inútil obsesión totalitaria.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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