Los que se van Editorial por Fernando Rodríguez
La idea de nación sin duda hace agua, se deshace ante nuestras narices. Simplemente es la otra cara de la globalización. Y en términos generales y de sensata utopía es bueno que así sea: que la humanidad sea una y destruya todo lo que la segmenta y la confronta. Entre otras cosas porque acabará con la enfermedad del chovinismo que, sobre todo, mata incesantemente millones de miembros de la especie.
Eso lo soñaron los grandes liberales, apasionados por la idea de individuo, pero también Marx y sus proletarios de todo el mundo. Pero ese proceso de disolución es dramático y no necesariamente llevará al buen puerto de la equidad y la polifonía, al contrario, podría propiciar que con mayor premura los peces grandes hagan de las suyas con los chicos. De manera que hay que andar a buen paso en ese camino, ni el anacronismo de los patrioteros y fundamentalistas, ni la desnacionalización instantánea y por decreto.
Ese es el telón de fondo, sólo escenografía, en que se debe pensar ese tópico de la desmesurada emigración de venezolanos durante el chavismo, que alcanza centenares de miles de compatriotas, en su mayoría jóvenes, profesionales bien capacitados. Fea herida en el rostro del país. Y si pasamos a las causas más concretas de ésta, bastante específicas y diferenciadas de las de otras latitudes, se podría empezar por algunas palabras claves: empleo, inseguridad, temores políticos.
Es obvio que en una economía que mantiene a la mitad de su población en el sector informal y sabotea la inversión y por tanto la creación de empleos de calidad, que en el caso de profesionales no sólo implica remuneración adecuada sino también satisfacción vocacional y condiciones dignas de trabajo, no ofrece horizontes a sus jóvenes. Piense sólo en los médicos en que se dan con mucha intensidad estas variables y en el notable éxodo de éstos. A lo cual hay que sumarle el desprecio generalizado por el mérito y el esfuerzo, la hostilidad contra las universidades y la investigación, la aberrante politización del empleo público y demás brutalidades.
Sobre la inseguridad sólo queríamos decir, tanto se dice, que al convertir el andar por nuestras ciudades en una aventura de alto riesgo, ella es en infinidad de casos el primer motivo del exilio voluntario para muchos que la sufrieron o temen sufrirla.
Y, claro, está la política. El temor a perder lo mucho o lo poco que se tiene y terminar en la libreta de racionamiento cubano; por ello han viajado también miles de millones de dólares y hasta joyas y obras de arte. O miedo a la violencia generalizada que tantas veces ha asomado su cabeza de cíclope.
O en una suerte de desprecio por el país actual, son venezolanos los que no pueden ser otra cosa para usar una paráfrasis, por el odio sembrado, por la mediocridad del discurso oficial, por la pasividad abundante ante el atropello impúdico y flagrante, por la militarización, por lo largo del túnel en que andamos. Todo ello en mayor medida que el exilio propiamente político, típico de las dictaduras clásicas.
Pero la tierra natal también es una casa: Edipo, un paisaje, la infancia, recuerdos, afectos esenciales, muertos, rituales y comidas…vida vivida, digamos. Eso complica las cosas más allá de la geografía política que hace unos pocos siglos instituyó la implantación del capitalismo. A pesar del Internet y sus parientes tecnológicos. Eso suma desgarros a los adioses e incita a pensar en cómo abogar por el retorno a la patria, la flor amarilla del camino.
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