Los sofismas del voto bajo autoritarismo, por Rafael Uzcátegui
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Una semana después de la materialización del fraude electoral más escandaloso de la historia contemporánea venezolana, un grupo de personalidades del país expresan por redes sociales su intención de continuar votando. La mayoría, convencidos que la participación en elecciones es el mejor camino para regresar a la democracia, consideran que su entusiasmo protegerá el derecho a elegir y ser elegido de la población. Sin embargo, el «picar adelante» pudiera tener efectos contradictorios con su propia causa, y tener efectos negativos para la propia democracia en la región.
El Manual de Observación Electoral de la Organización de Estados Americanos (OEA) señala que, para que unas elecciones sean consideradas democráticas, se deben cumplir 4 atributos. Los tres primeros son elecciones sean inclusivas, limpias y competitivas. El último interesa particularmente para la situación venezolana: Que los cargos públicos sean electivos.
En este componente una de las dimensiones cruciales es la «irreversibilidad de los resultados electorales». Al respecto, el Manual hace la pregunta: «¿Se instalan debidamente a los ganadores de las elecciones en sus puestos correspondientes?».
Para la principal elección del país, y con un margen entre ganador y perdedor de 4 millones de votos, el chavismo realmente existente demostró que revertirá la opinión de la soberanía popular, en caso que no le convenga. Y que, además, está dispuesto a enfrentar el costo político de esa decisión. Ante el cierre de los caminos pacíficos e institucionales de resolución del conflicto, el panorama es sombrío y desafiante para quienes aspiramos a una Venezuela democrática y de respeto a los derechos humanos.
Inmediatamente después del fraude, el gobierno de facto anuncia que realizará la convocatoria a los siguientes eventos comiciales pendientes. Frente a ello, un grupo de partidos políticos minoritarios, así como diferentes opinadores, salen al paso anunciando que ellos «sí van a votar», cómo sea y dónde sea, postulando una serie de sofismas para defender su decisión.
Recordamos que un sofisma es un argumento o razonamiento falso, formulado con la intención de engañar o confundir al adversario. El detalle, para nuestros sofismáticos, es que el antagonista a perplejizar no es el gobierno. Si el camino al infierno está plagado de buenas intenciones, en este caso el debilitamiento de la democracia continuará agravándose para quienes el voto no es un mecanismo de consulta, sino un estilo de vida.
El sofisma de la eficacia
Curiosamente, y a pesar de lo sucedido durante la campaña electoral, el 28J y el 10E, los religiosos del voto apelan al argumento de la eficiencia: «Abstenerse no sirvió de nada». En un análisis ramplón de naturaleza similar, cualquiera pudiera responderles que votar tampoco sirvió de mucho. Que, a pesar del magno esfuerzo, Maduro continúa allí. Aunque en política no abunda la sinceridad, lo honesto es reconocer que la alternativa democrática ha promovido todas las estrategias posibles, sin lograr un cambio en las circunstancias, para desde este reconocimiento elaborar una nueva estrategia, adaptada a las condiciones creadas luego del 10 de enero.
El sofisma de la participación
Nuestros teóricos sostienen que es mejor obligar a las autoridades a realizar un fraude, para ratificar su naturaleza antidemocrática, que no participar y dejar la cancha libre. Se estima que, haciendo un esfuerzo similar al reciente, obtendremos el mismo resultado: La evidencia del masivo descontento contra el gobierno nacional. Esta ecuación deja por fuera la propia opinión de los votantes. O incluso, sugiere, que son robots a la espera de las decisiones del liderazgo político, las cuales acatarán mecánicamente.
Por su propia experiencia, la población ha perdido la expectativa que su opinión, traducida en un voto, puede ser agente de cambio. Por ello, la abstención estructural es promovida por las actuales autoridades. Si los votantes no tienen confianza en el sentido del propio mecanismo, y recelan de los actores políticos que los están invitando a sufragar, se quedarán el día de los comicios en casa. Ya sucedió en el 2018, cuando se desoyeron los llamados realizados por Henry Falcón y Nicolás Maduro pudo contar con los votos suficientes para declararse como ganador. Finalmente, la demostración del fraude ya ocurrió, el rey está desnudo. Lo que cabría serían maniobras consecuentes.
El sofisma de la defensa de los espacios
Antes del 10 de enero, la teoría de la defensa de los espacios podía tener algún sentido. No obstante, la materialización del fraude electoral, y la transformación inequívoca del madurismo en una dictadura, ha cambiado cualitativamente el conflicto. La persecución y detención de autoridades locales, electa por voto popular, indica las débiles bases sobre la cual estaría asentada dicha lógica, pues para los cargos electos no valdría inmunidades bajo autoritarismo. Y sí hay presiones de naturaleza política, que limita el ejercicio de los poderes locales, el llamado Estado Comunal y las Comunas han sido diseñadas, por ley, para erosionar competencias y presupuestos de gobernaciones y alcaldías. El propio «espacio», como entidad geográfica regida por autoridades electas por voto popular, está en riesgo en este momento.
El sofisma de las candidaturas potables
Nuestros próceres tuiteros insisten en que si el gobierno hubiera sido interpelado por una candidatura que no le significara un riesgo existencial, las autoridades permitirían la alternabilidad del poder. La respuesta al sofisma es un hecho: la detención y desaparición forzada de Enrique Márquez. Este razonamiento descansa en una lógica elitesca de la política, donde todo se diseña bajo el aire acondicionado sin que importe, en la ecuación, las preferencias mayoritarias del electorado.
Lo sensato es que todos los sectores democráticos del país hubieran puesto por delante una serie de condiciones para volver a participar en una contienda electoral, y no salir corriendo a la primera convocatoria a Miraflores, cumpliendo los pronósticos de la estrategia oficial, legitimando con ello la convocatoria realizada para el próximo 27 de abril, en las mismas condiciones y bajo las mismas autoridades electorales que han perdido cualquier vestigio de legitimidad de desempeño.
Esta precedente será un estímulo a todos los autoritarismos de la región. El costo político de un fraude, aunque sea monumental, es manejable. Luego se podrán seguir simulando elecciones, sin mayor contestación social.
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No obstante, el llamado a no participar a secas, sin saber a que responde en una planificación a corto, mediano y largo plazo, tampoco resuelve los terribles dilemas presentes para la alternativa democrática. Votar o no votar tiene sentido si forma parte de una planificación política y estratégica, que fortalezca el proceso de construcción de consensos dentro del liderazgo democrático, genere dispositivos orgánicos inclusivos para la toma de decisiones y mantenga la confianza del ciudadano común en la capacidad de esa vocería política en diseñar y defender un camino para el respeto y vigencia de la Constitución.
No hablar entre nosotros de los dilemas existentes no harán que desaparezcan. La peor respuesta, en este momento de repliegue e incertidumbre, es apelar exclusivamente a consignas voluntaristas.
Rafael Uzcátegui es sociólogo y codirector de Laboratorio de Paz. Actualmente vinculado a Gobierno y Análisis Político (Gapac) dentro de la línea de investigación «Activismo versus cooperación autoritaria en espacios cívicos restringidos»
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