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Los Tíos Héctor, por Carlos M. Montenegro



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Carlos M. Montenegro | diciembre 15, 2019

[email protected]


No he tomado este personaje al azar, sino porque lo conocí bien. El Tío Héctor vivió en Venezuela más de medio siglo hasta el fin de sus días. Llegó al país unos meses después de la fuga de Pérez Jiménez en la “vaca sagrada”. Antes había vivido en Argentina, a donde había llegado como emigrante junto a sus padres y hermanos desde España, un país recién salido de una terrible guerra civil, que presidía Francisco Franco, el Generalísimo, y que según el régimen lo era por la “gracia de Dios”; las naciones vencedoras de la II Guerra Mundial en plena postguerra lo habían aislado por sus querencias más cercanas al Eje de Hitler y Mussolini cuyo régimen copió durante la guerra y continuó presidiéndolo, por lo que las democracias vencedora del conflicto mundial no querían saber nada del susodicho.

En los años 40 y 50 los gobiernos venezolanos solicitaban gente con oficios profesionales a cambio de oportunidades de demostrarlo y retribuírselo bien. Así, el Tío Héctor en Argentina no lo pensó dos veces, ya que desde joven era un excelente mecánico tornero y fresador probado en el ejército franquista durante la Guerra Civil española, así como más tarde en la Argentina peronista y lo practicaría después en la Venezuela post perezjimenísta y pre-democrática de 1958.

Al poco tiempo abrió un taller mecánico en Caracas, allí arreglaba motos de todas las marcas ampliando sus conocimientos; más tarde abrió otro, donde reparaban radiadores de carros de cuanta motor le llegaba asfixiada por el tórrido clima tropical siendo de los primeros en dedicarse exclusivamente a ello; su taller lo bautizó pomposamente “Radiadores el Rey”.

Pero era más que eso, por su oficina pasaban muchos dueños de otros talleres para consultar problemas difíciles de mecánica cuando un motor se les “encangrejaba”, a los cuales el Tío Héctor les aportaba soluciones, sin cobrarles ni un centavo. Con los años, todo el mundillo de las tuercas y motores lo reconocía como un gran mecánico, conociéndosele popularmente como “el rey”.

De ideas socialistas, sin afiliación, las puso en práctica con sus empleados, a quienes instruía, instándoles a atender de forma excelente a los clientes. Su personal le duraba décadas, hasta que se jubilaban. Tras su muerte el taller paso a ser manejado por su más antiguo empleado, por lo que aún está abierto.

En su oficina era proverbial su tertulia en las tardes al finalizar la jornada con clientes y amigos. Tenía en su casa una excelente biblioteca literaria y además de una vasta colección en su taller de libros y manuales de consulta de todas las principales marcas de carros con sus correspondientes modelos desde 1958, el año que llegó a Venezuela.

Memorias de La Rotumba, por Laureano Márquez

El Tío Héctor representa uno más entre los millones de emigrantes, que desde mediados del siglo XX llegaron, maleta en ristre, a un país que necesitaba gente apropiada y profesional que ayudara trabajando a levantar el país joven y moderno que en poco tiempo llegaría a ser. Y vaya que trabajaron, a cambio se les ofrecía buena remuneración y cimientos sobre el que poder crecer y construir un confortable futuro. A esa clase de personas Venezuela les abrió la puerta de par en par.

Todos aquellos emigrantes anónimos que llegaban, le echaron un cerro de bolas, fueron los que ayudaron a que Venezuela en los años 60 se convirtiera en un destino laboral deseado en medio mundo.

Cocineros, panaderos, comerciantes, agricultores, ganaderos, pescadores, constructores, ingenieros, arquitectos, plomeros, electricistas y técnicos de todo tipo; así como, maestros, profesores, catedráticos, filósofos, periodistas, escritores, cineastas, actores, cantantes, músicos y qué sé yo cuántos más acudieron, hicieron bien su labor y dejaron escuela.

El pueblo venezolano los acogió en general afablemente y favoreció su integración. La mayoría de aquellos inmigrantes llegaron con la idea de “hacer las Américas” y regresar a su tierra con dinero. Muchos lo lograron aunque no todos se hicieron ricos, pero la gran mayoría de unos y otros no regresaron, todo lo contrario, reclamaron a sus familias y echaron sus raíces trayendo nuevos hijos venezolanos que les dieron nietos criollos contribuyendo así a hacer de este país algo de lo que por décadas hemos estado orgullosos; quien subscribe puede dar fe.

Los hijos y nietos de todos los tíos Héctor, ostentan bien claro sus orígenes en sus nombres y apellidos italianos, portugueses, españoles, griegos, libaneses, judíos, sirios, turcos, chinos, alemanes, franceses, suizos, y me faltan seguramente citar nacionalidades que han sembrado su ADN en este país y que aportaron su cultura, y sus costumbres incluyendo su gastronomía. E irremediablemente llegó lo inevitable: todos se mezclaron con los sorprendentes resultados que todo el mundo sabe, y que tanto nos enorgullece como cuando en la calle nos cruzamos con alguno de esos fantásticos resultados que inevitablemente nos hace voltear la cabeza ¿o no?

Por eso a veces molestan las recurrentes arengas populistas oficiales, regularmente con apellidos, García, Pérez, Rodríguez etc. acusando a esos “musiús” de monstruosos genocidas de los pobres indígenas autóctonos. Si eso sucedió así alguna vez debieran revisar su genealogía, porque en esos tiempos que tratan de desenterrar, vayan ustedes a saber con qué intenciones, los Tíos Héctor llegaron mucho después.

Convendría dejar quietos a unos y a otros, y mejor dedicarse a evitar las causas que motivan la desbandada de gente que no puede vivir en el país que su régimen está haciendo trizas, provocando el éxodo de unos Tíos Héctor, esta vez criollos, a los países que les ofrezcan mejores perspectivas.

Por otra parte sería bueno que en esos países donde van a parar millones de venezolanos, recordarles que les están llegando Tíos Héctor por bandadas que les pueden ser muy útiles porque saben hacer muchas cosas bien.

Aquí también llegaron, qué duda cabe, indeseables mezclados con los Tíos Héctor, pero el balance a favor es contundente: son más los buenos, aunque la frase esté muy manida. Ojalá que en esos países reciban a los venezolanos con el mismo talante que la gran mayoría de ellos recibieron a sus Tíos Héctor.

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Carlos M. MontenegroOpiniónTíos Héctor


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