Los tropiezos de Trump, por Gregorio Salazar
Desde que el covid-19 apareció en escena en los Estados Unidos, la zona de confort en la que se desenvolvía Donald Trump de cara a su reelección en el mes de noviembre comenzó a desconfigurarse. Y desde entonces no la ha podido recomponer.
Después de superar gracias al voto de sus copartidarios republicanos en el senado la amenaza de una defenestración (impeachment), el camino parecía despejado para que Trump avanzara envuelto en la bandera de los éxitos económicos, principalmente la reducción del desempleo a 3,5 %, la tasa más baja en medio siglo, si bien los entendidos apuntan que en aspectos como el déficit fiscal y comercial y desigualdad social la situación no es tan halagüeña
La acusación que convirtió a Trump en el tercer presidente de los Estados Unidos bajo juicio político del Congreso con todos los riesgos que eso implicaba para su permanencia en el poder, se basaba en una presunta retención de 400 millones de dólares al gobierno de Ucrania hasta que accediera a investigar a un hijo de John Biden y al propio ex vicepresidente, hoy candidato demócrata, sobre supuestos hechos de corrupción. Pasó la prueba.
*Lea también: “La crisis”, por Reinaldo J. Aguilera R.
Después vino la pandemia. Desde un principio Trump olfateó los peligros que el covid-19 representaba para el flanco más fuerte de su campaña y, eventualmente, colocar en riesgo la meta reeleccionista. Se atrincheró en la negación de lo evidente.
Allí comenzaron sus problemas: minimizó los riesgos, retardó medidas de prevención, promovió medicamentos que sus asesores sanitarios rechazaron, se excedió en vaticinios optimistas que la realidad hizo trizas: Estados Unidos es hoy el país más afectado mundialmente por la pandemia: el número de contagios se acerca a los 3 millones y las muertes a los 130 mil.
Si bien Trump con el voto del senado y algunas medidas que adoptó como la prohibición de la asistencia de funcionarios de su administración a la investigación de la Cámara de Representantes logró sortear el impeachment, su figura no salió ilesa. Las encuestas reflejaron entonces alguna merma en su popularidad.
Nuevos e imprevisibles percances vinieron a sumarse: el más grave fue el abominable homicidio del afroamericano George Floyd a manos de un policía de Minneápolis el 25 de mayo. Fiel a su talante confrontacional, Trump combatió el incendio de las protestas populares, que se prolongaron por más de un mes, lanzando en cada aparición bidones de gasolina. Incluso voces republicanas reclamaron un mensaje más unitario a la nación por parte del presidente.
Todavía faltaba. A mediados de junio John Bolton, su ex consejero de seguridad nacional, publicó su libro “La habitación donde sucedió”, en el cual se afinca en cuatro hechos para poner en tela de juicio la compatibilidad de Trump con el ejercicio de la presidencia: la búsqueda de apoyo en China para conseguir la reelección: simpatía o apoyo con dictadores tradicionalmente adversarios de su país, caso Putin y Endorgan: la obsesión por la reelección antes que el interés nacional, y su comportamiento de marchas y contramarchas en el caso Venezuela y los planes de invasión a este país.
Como si fuera poco, Carl Bernstein, el legendario periodista que junto con Bob Woodward exploró las profundidades del caso Watergate que empujó a Nixon fuera de la presidencia, ha revelado conversaciones con ex funcionarios de la administración Trump que dan cuenta cómo este irrespeta en conversaciones con gobernantes no precisamente aliados de los EEUU a jefes de estado como Merkel, Macron, Trudeau, con los que se supone debería tener más puntos y políticas en común. Se considera un hecho grave para la seguridad del Estado.
Valga ese recuento para describir el contexto en el que presidente Trump, el aliado más poderoso y consistente de la oposición venezolana durante el último año y medio en su lucha por salir de la dictadura chavista, se va acercando a la cita electoral de noviembre.
El apoyo en los Estados Unidos a la causa venezolana es bipartidista. No hay duda. Pero un muy posible triunfo Demócrata puede plantear un significativo cambio de estrategias para ambas partes.