Los unos contra los otros, por Simón García
Twitter: @garciasim
Después de 20 años de gobiernos chavistas, que pesan como un siglo de atrasos, la destrucción acumulada no tiene comparación. Mayor que la guerra de independencia, porque al costo de la devastación de la economía y la población se rompió la subordinación imperial y comenzó la accidentada fundación de nuestra nación.
En nuestro catálogo de calamidades nunca habitó una dislocación tan enorme de prácticamente todas las estructuras fundamentales del país ni tanto extravío de cosas y actores que impulsan el progreso. La pérdida o el déficit del sentido de país separa a las tribus políticas y a un mundo intelectual entretenido en sus pompas. En la población, unos se marchan y otros sobreviven a fuerza de asirse al recuerdo o desenlaces heroicos.
Desarmados de ideas y sin proyecto de futuro; metidos en la trampa de que la democracia solo puede existir después de Maduro; cediendo los deberes del ciudadano, nos disgregamos en tantas fracciones como ambiciones o satisfacciones de rebaño nos queden.
En la hilera de las tentaciones nos asecha la del pensamiento único, cada vez que nos vamos pareciendo al poder que combatimos. La autocracia usa nuestros insultos, descalificaciones y discriminaciones para rebanarnos en más parcelitas.
*Lea también: Tiempo para jugar, tiempo para reír, por David Somoza Mosquera
A los millennials venezolanos no supimos trasmitirles una cultura democrática ni ofrecerles una práctica cívica. Sin liderazgo político y cultural inspirador sus ideales y su coraje se debilitaron. Dieron su paso al costado ante la nube de improperios que a ras del suelo se intercambiaban unos dirigentes, en los que costaba distinguir, como en las antiguas películas de vaqueros, a los muchachos de los bandidos. Es como lo veo, a riesgo de una equivocación inaceptable para nuestros atropelladores hooligans criollos, empeñados en volver migajas dudas y argumentos que se aparten de los suyos. Mientras, con más tranquilidad, el aparato oficialista pasea sus garrotes por el barrio para intimidarlo. Nos miran distribuir frustración puerta a puerta.
Necesitamos cambiar, comprender que el otro opositor no es un enemigo. O, mejor dicho, asumir que el otro es un competidor de influencias y tomar la carta de desafiarlo con una mejor propuesta, con un organizado compromiso con el prójimo social que se ahoga ante la indiferencia de los que observamos desde la orilla. Y poniendo sobre la mesa, logros.
Ningún equipo solo, es decir, sin unión con el otro, podrá unificar a los venezolanos o reconstruir la institucionalidad, la justa convivencia o el bienestar.
Para llenar el hueco necesitamos cinco ingredientes: 1) Actuar como una comunidad de ciudadanos imperfectos y diferentes, 2) Aportar a un mismo pote de intereses comunes, 3) Tener como prioridad auxiliar a la gente y salir de la burbuja de la política como fin de sí misma, 4) Atender a los náufragos, sean o no opositores, 5). Apoyarse en las instituciones que dan esperanza como la Iglesia y los nuevos sujetos de la producción y el trabajo.
A las almas que aún rechazan la negociación y la participación en las elecciones, conviene recordarles la fábula de Antístenes que menciona Aristóteles en el Libro III de La política, en la que bastó una sencilla pregunta de los leones para ubicar en su realidad a los airados conejos: «¿Dónde están vuestras garras y colmillos?».
A la autocracia, aunque perdiendo colmillos, le quedan garras. Si trasladamos a los votos el uno contra los otros será difícil para un demócrata robarse la tercera y llegar a home. Volveremos a perder, unos y otros.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo