Lucirse cuando hay visita, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
Mi generación que, de manera tan feliz y sencilla creciera, evoca aún con nostalgia las graciosas ocurrencias con las que Marco Antonio “El Musiú” Lacavallerie solía aderezar sus programas y transmisiones radiales y televisivas en aquellos años. “¿Niña, niño, mamá o papá?”, inquiría el orgullo de Maripérez al muchachito que, tras batear “de hit” en “el batazo de la suerte”, se había hecho acreedor a alguno de los premios cortesía de la famosa joyería que por años estuvo en la muy caraqueña esquina de doctor Paúl, la del “gatico simpático”.
¿Y quién no recuerda el célebre “mi pueblo, vengan pa’ que lo vean”, cuando de lo que se trataba era de llamar la atención acerca de las audacias de algún concursante en la “Operación Cupido” del canal 4? Pero, sin duda alguna, que lo que valió a Don Marco Antonio un lugar de privilegio en la memoria del venezolano de a pie fue su decidida militancia junto a compatriotas tan recordados como Teodoro Petkoff y José Ignacio Cabrujas en las filas de esa grey espiritual que son los fanáticos de los Tiburones de La Guaira.
Conservo intacto el recuerdo de aquellos partidos de los Tiburones de La Guaira en el Estadio Universitario de Caracas con “El Musiú” Lacavallerie en la cabina de transmisión. Ya para entonces, la variabilidad de los escualos del litoral, en cuanto a resultados deportivos, era proverbial: podían conectar un “home run” con bases llenas en el partido de hoy y, perfectamente, recibir las nueve arepas de la vergüenza en el de mañana.
A veces, ocurría que les robaban una base por el infeliz e inesperado “wild pitch” de un lanzador descontrolado que les agarraran “movido” al corredor de primera, que hicieran un equivocado lanzamiento a primera base cuando el que estaba en la tercera pegaba la carrera de su vida para llegar al “home” o, simplemente, que la bola de la esperanza fuera a parar dócilmente al guante del “center field” contrario tras el batazo “podrido” de un inhábil jugador. “¡Ah, pero bueno”!, Reprendía al aire “El Musiú” a todo el “line-up” de sus Tiburones: “¡es que estos muchachos se lucen cuando hay visita!”.
Ya sea que se trate de las cosas del béisbol o de la vida, en Venezuela nunca falta quien en el momento menos oportuno y a casa llena reclame sus quince minutos de fama y se luzca cuando haya visita, así sea en menoscabo del propio equipo. Sucedió recientemente en la UCV.
Su hasta entonces vicerrector administrativo, profesor Bernardo Méndez, hizo pública la renuncia al cargo en kilométrico oficio en el que daba una cuenta bastante pormenorizada de presuntas irregularidades administrativas ante las que, según desprende del texto, las demás autoridades rectorales y el consejo universitario habrían hecho, por lo menos, caso omiso cuando no participado.
Y todo ello, a principios de enero pasado, a sabiendas de que la intervención de la UCV por parte del régimen al que ha plantado firme resistencia por 20 años está más que servida. El doctor Méndez, electo a ese alto cargo por el Claustro Universitario, no pudo haber cerrado su larga carrera académica de modo más clamoroso: ¡Se lució ante la grada para, de seguidas, tomar sus cosas y marcharse a la manera de otro notable del béisbol de todos los tiempos: el gran Willie Mays!
No dudo que un académico y gestor público de la talla del profesor Méndez sepa que en materia de control fiscal no opera cosa tal como la “noticia criminis”. Como tampoco creo que ignore que la determinación de responsabilidades administrativas procede solamente tras la culminación de un procedimiento de averiguación basado en experticias cuyas formalidades técnicas y legales están normadas de manera precisa en las leyes, reglamentos y providencias administrativas emanadas de la Contraloría General de la República (CGR).
Más aún, tampoco veo plausible que este doctor, en el entendido de que tales procedimientos hubieren sido correctamente conducidos por la unidad contralora competente, se habría inhibido de enterar de sus resultas a los órganos a cargo de imponer las respectivas sanciones.
Lo que no tocaba a Méndez era erigirse en juez siendo que también es parte en tales asuntos, puesto que el control interno constituye una responsabilidad indeclinable de la propia estructura administradora; estructura de la que él mismo fue, hasta entonces, cabeza principalísima.
El control fiscal constituye materia cuyas actuaciones corresponden a organismos expresamente definidos en la legislación que lo rige e integrados en el Sistema Nacional de Control Fiscal. Quien estas líneas escribe, no pudiendo presumir del nivel y formación que en el área seguramente posea el profesor Méndez, puede testimoniarlo desde su modesta experiencia de 20 años en la función pública; años a lo largo de los cuales no solo fui yo mismo quien se auditó sino a quien repetidamente auditaron los respectivos órganos de contraloría a cuyo requerimiento estaba obligado a atender por mandato expreso de la ley.
En todas las posiciones públicas que ocupé, recibí frecuentes y prolongadas comisiones auditoras designadas. Lo mismo por la CGR que por la Contraloría Estadal de Miranda y la municipal de Baruta, organismos estos en los que nunca tuve yo precisamente amigos.
Y heme aquí, al cabo de tantos años de aquello, a bordo del carrito Corsa de segunda mano que pude comprar para venir a mis clases en la UCV todos los días– y al que en mi familia llaman “El Potecito- pero guardando en casa como tesoro invaluable los finiquitos de cada una de las administraciones que ejercí emitidos por esos mismos organismos y que algún día harán parte de la herencia de honor que dejaré a mis pequeños hijos.
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El profesor Méndez tenía todo el derecho a renunciar al cargo de vicerrector si ese era su parecer. Lo que no podía era hacer de su renuncia una denuncia.
Lo primero atañe únicamente a su voluntad, pero la segunda supone la demostración previa de responsabilidades personalísimas por parte de la unidad de auditoría correspondiente – la de la UCV- y no del despacho a su cargo. Con gran lucimiento, Méndez no ha hecho sino servir en charola de plata al régimen el mejor de los argumentos para intervenir –ahora sí- a la UCV, una antigua aspiración de sus capitostes.
Nada más tuiteable que sugerir que en el salón de sesiones del Consejo Universitario de nuestra Alma Mater lo que se ha reunido cada miércoles desde hace más de 12 años no es más que una caterva de bribones ocupados de expoliar el escaso erario universitario. Así como ningún argumento les será más útil que aquel según el cual, “¡en la UCV lo que hay es que poner orden!”.
El 27F – día de infame recordación para la República- se tiene como fecha para la inminente intervención de la UCV a tenor de lo establecido en la sentencia 324 del TSJ de agosto de 2019 suscrita por magistrados que no son precisamente egresados de las universidades de la Ivy League.
La ligereza de Méndez se la puso –para seguir en la jerga del béisbol- “bombita” al régimen en su afán de extraer definitivamente el último de los clavos que, junto a la Iglesia católica, le ha mortificado en el zapato consistente y consecuentemente en dos décadas de revolución.
No les habrá costado ni una sola bala ni tan siquiera una sola bomba lacrimógena. No precisarán de tanques ni de tenientuelos adulones que quieran ganarse una medalla machacando estudiantes porque el profesor Méndez ya les abrió la puerta desde adentro con una renuncia que en realidad entraña una muy poco responsable denuncia.
Ya se escuchan por los pasillos de la universidad los nombres de posibles candidatos a interventores. Que no nos extrañe: en Venezuela siempre abundaron los doctores sin ciencia y sin conciencia.
Nos serán impuestos por quienes vinieron – como aquellos a los que desafiara el gran Unamuno allá en Salamanca – no a convencernos sino a vernos vencidos. Que no esperen esos profesores de ligera toga el reconocimiento de los gremios universitarios. El mío no lo tendrán jamás.
Para quien esto escribe, los interventores por venir podrán ser tenidos por caporales de nuestro campus, por conserjes de nuestras facultades, por ujieres del Aula Magna o lo que gusten, pero nunca por decanos y rectores. Porque a los primeros se les designa escrutando el voto de las asambleas de cada una de las 11 facultades y a los segundos los del Claustro Universitario.
En ningún caso, una resolución ministerial o mandato de tribunal, por alto que este presuma ser, podrá atribuirse el derecho a designar autoridades académicas en esta casa ¡Que vayan y nombren director de la Escuela Naval de Mamo a Popeye El Marino si les apetece! Pero al rector y los decanos de la UCV los elegimos nosotros los universitarios conforme a la ley.
Personalmente, no puedo dejar de sentirme apenado por lo que resultó siendo la culminación de la larga carrera académica del profesor Bernardo Méndez en la UCV, que de apreciado vicerrector terminó sirviendo de entretenimiento al público en las tribunas. Y, precisamente, el día en que su equipo jugaba de “home club”. Lo encuentro verdaderamente lamentable.