Maduro, Bachelet y esto, por Julián Martínez
«Auxilio… Auxilio», susurraba el capitán Acosta en la silla de ruedas. A duras penas. Con varias costillas rotas, un pie fracturado, el cuerpo lleno de laceraciones y molido a palos. Días antes había sido secuestrado por el Estado –o una versión paupérrima llamada “el régimen”–, privado arbitrariamente de su libertad, sin derecho a nada. Y luego de ser torturado durante varios días, fue presentado ante en un juzgado (el estilo «hecho en socialismo» tiene esta cosa curiosa de permitir que los delincuentes que te secuestran, luego te lleven ante la ley para que seas procesado). Pero el juez, no pudiendo negar semejante panorama, pidió que ingresaran al oficial Acosta en un centro de salud (que seguramente no tendría las medicinas más elementales). Y hasta ahí llegó el capitán. Murió poco después de ser ingresado.
En fecha cercana a estos eventos, Rufo Antonio Chacón, (un muchacho de 16 años que cometía la osadía de protestar porque en su pueblo no hay gas, a pesar de que en el subsuelo de su país se encuentra una de las reservas más grandes del planeta) recibió cerca de cincuenta perdigones en la cara. La policía le arrancó los dos ojos con ese disparo y, de paso, le extrajo el alma y las ganas de vivir.
El informe de la Bachelet va de esto y otros detalles, como el de mujeres desesperadas, que tras 12 horas en una cola para conseguir migajas, cambian su cuerpo, su sexo y sus borrosos sueños de una vida más digna por comida. No mucha, valga decirlo; algo así como pan para hoy y hambre para mañana.
Lea también: La moderación y la audacia, por Luis Manuel Esculpi
Bachelet también reporta que decenas y decenas de medios de comunicación han sido borrados del mapa para que el Estado tenga la hegemonía absoluta de lo que hay que decir e informar. Así mismo habla de la ausencia de medicamentos que, en algunos casos, es llega al 100%.
Lejos de la ONU y su informe, en las calles de varios países de la región, los refugiados venezolanos llegan como muertos caminantes; con rostros desamparados algunos y, otros, con ojos desorientados. Posiblemente a Diosdado y a Maduro les daría risa verlos, aumentando la carcajada al exclamar: «¡Todo es un invento de los yanquis!» Muy probablemente Jorge Rodríguez esbozaría su sonrisa Pepsodent antiimperialista. Nicolás Jr. tal vez disfrutaría con lo que para él es el casting perfecto de una película de zombis.
En fin, no podemos dejar de reconocer que estos tipos son muy eficientes para hacerse millonarios sin trabajar y para hacerle miserable la vida a millones de personas. Pero eso sí, sólo en eso son buenos