Maduro, el taxista y la sombra, por Julián Martínez
En la capital de Ecuador tomé un taxi. El conductor era venezolano. Hablamos de las aventuras y desventuras de la emigración. Me contó que él había sido policía en el estado Zulia, en la división antidrogas, pero aunque ganaba muy bien (recordemos que Venezuela es un narcoestado) él prefirió emigrar. Su hermano sí está en Maracaibo, me explicó, bien enchufado con Omar Prieto, el gobernador del estado. Según el narrador, en un sinfín de orgías de robo, narcotráfico y corrupción, el gobernador y el hermano policía de este chofer salieron de la pobreza, y ahora compiten para ver quién tiene la mansión más grande o la camioneta más lujosa.
El joven taxista también me habló de un barrio muy lujoso de Quito donde viven algunos de los que desfalcaron a Venezuela. Ahí los boliburgueses tienen palacios de varios millones de dólares y, mientras me contaba esa anécdota, yo me preguntaba cómo pueden estos enchufados ver y encontrarse a los venezolanos inmigrantes pobres, que no tienen dónde dormir y caminan desesperados por las calles de Quito y otras ciudades. Inmediatamente me respondí: si estos señores boliburgueses tuvieran una conciencia desarrollada aunque sea en niveles mínimos, no habrían podido ser unos gangsters de cuello blanco y negro. Para hacerte rico estilo chavista necesitas ser pilas, despiadado, vivo, mentiroso, mosca, injusto, astuto, indolente. Y los que te van a poner donde hay, en la buena, esperan que esas sean tus virtudes.
Si por un instante te tiembla el pulso para robarte el presupuesto de un hospital, si el corazón se te arruga un poquito porque -por mala suerte- tuviste que ver a los niños y niñas que morirán a las semanas de que te hagas todavía más rico con el dinero del hospital; si se te medio aguaron los ojos por eso, entonces ya no le sirves al corrupto de turno.
Ahora bien, en estos días sin luz (y pobre moral), a lo largo de estos apagones cotidianos, hemos visto gente que cobra diez dólares por una bolsa de hielo (necesario para proteger lo poco que tengas en la nevera). Cinco dólares por diez minutos de carga para tu celular (necesario para calmar a tus familiares y amigos) o 50 dólares por un cilindro de gas. No hay mucha diferencia con los chavistas en el poder. Chavismo que en algún momento gozó de gran popularidad porque se parecía a todo un pueblo.
Peligroso es creer que porque no apoyamos a Maduro estamos a salvo. No es así. En mayor o menor grado la tendencia al latrocinio y la viveza criolla la llevamos en la sangre. Pero, sobre todo y para más terror, la crueldad banal y la indolencia también caminan con nosotros. No con todos, por su puesto. Igualmente vimos ciudadanos y locales comerciales ofreciendo sin cobrar el corazón, la electricidad, la solidaridad y el gas.
Poco antes de despedirnos, el taxista quiso dejar claro que él no era un bichito. Me aseguró que su casa y sus carros (que aún conserva en Maracaibo) se los ganó trabajando, raspando cupos, muchos, con muchas tarjetas, “y eso requiere riesgo y esfuerzo”. Luego agregó: “¿En Venezuela quién no ha raspado cupos?” Y le respondí: “Yo… Algunos preferimos ser pendejos”. Al final dejó caer su conclusión: “A Venezuela la jodimos los venezolanos. El Gobierno ha hecho una buena parte del trabajo, sí, pero nosotros, casi todos, también hemos ayudado”. Y esa es nuestra sombra.