Maduro y la constituyente chilena, por Gregorio Salazar
Twitter: @goyosalazar
Después del categórico rechazo del pueblo chileno al proyecto de nueva constitución, ese paso trascendental que después del estallido social del 2019 demandaba el 80 % de la población, el presidente Gabriel Boric enfrenta una crucial coyuntura que igual puede convertirlo en un líder de singulares ribetes históricos que sacarlo oscuramente por la puerta de atrás del Palacio de La Moneda.
No ha tenido este mandatario de apenas 36 años un momento de holgura desde que asumió el poder el 11 de marzo del presente año, sometido a la amenaza inflacionaria y violentos conflictos sociales, en especial los generados por los reclamos de los Mapuches. Pero sin duda que el fracaso de la apuesta constituyente donde puso hasta la última baza de su figura y su gobierno, ha continuado precarizando su base de apoyo popular, que se inició con 55, 8 % de aprobación y ya va por 35 %.
La plurinacionalidad, la eliminación del senado, las autonomías territoriales y de justicia indígenas, las dudas sobre el respeto a la propiedad privada (expandidas a través de las redes) fueron aspectos de la propuesta que llevaron a casi el 62 % de la población a pronunciarse el pasado domingo 4 de setiembre con un contundente no.
Tras encajar esta derrota, le toca a Boric abrir el diálogo más amplio con los partidos y el congreso para reencauzar el proceso constituyente que en el 2019 gozaba del apoyo de la mayoría de las fuerzas políticas. Diálogo es la palabra que ha invocado Boric, aquella a la que tanto recurrió inútilmente Piñera ante la pavorosa ola de destrucción que arrasó con infraestructura y transporte público, empresas privadas, iglesias y hasta con el ornato público.
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De otro lado, apenas consumado el desastre refrendario, destacaron los pronunciamientos de Petro y Maduro. El primero, en demostración de torpeza y ligereza políticas, calificó lo ocurrido como «una victoria de Pinochet», un insulto a los chilenos y su proceso democrático, durante el cual fueron capaces de hacer más de sesenta modificaciones a la constitución del dictador, desde 1980 a esta parte.
Lo de Maduro es verdaderamente insólito. Culpó expresamente a Boric por el fracaso, atribuyéndolo a la falta de un liderazgo «firme, claro y creíble que defendiera la propuesta constitucional». ¿Qué creerá Maduro? ¿Qué nadie recuerda lo que significó la payasesca comedia de su constituyente del 2017? Veamos: La convocó al margen de la constitución; eligió los 537 integrantes entre sus parciales y violando la norma constitucional del voto universal y directo y desapareció con las manos vacías.
Apadrinada por Maduro surgió una asamblea constituyente espuria y monocolor y sin ninguna oposición, cuyos debates carecieron de importancia para la población, y la que después de tres años de desmanes de todo tipo se disolvió sin dar a conocer el proyecto que estaba obligada a presentar a consideración refrendaria de la ciudadanía. Así terminó en ridículo supremo aquel abusivo rebaño «supraconstitucional y plenipotenciario».
A diferencia de la cómica constituyente del 2017 y sus secretas conclusiones, el texto de la proyectada constitución chilena fue la publicación más vendida en el período previo al referéndum chileno. Y fue sometida a la consulta popular a pesar de que las encuestas ya anticipaban un abierto rechazo. Por supuesto, a nadie se le hubiera ocurrido engavetarla para evitar esa derrota, como lo hizo cobardemente en Venezuela la constituyente de Maduro. Aquello es una democracia y esto no.
Claro está que con sus ofensas al joven Boric, Maduro no hace sino resollar por la herida por aquellas declaraciones del gobernante chileno en las que sin ambages condenó la violación de los derechos humanos bajo el régimen venezolano. No es desde la cuestionada cúpula gobernante en Venezuela que puedan darse lecciones de democracia a la región.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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