Maestros del error, por Simón García
Un hierro candente marca las desgracias sobre la débil piel de la sociedad. Somos un país lleno de derrotas. Su gran artífice es un proyecto revolucionario, desfigurado y traicionado, que carcome lo que resta.
Todas las élites, en primer lugar las políticas, deben forjar soluciones pacíficas. Si persisten en jugar al exterminio no tendrán en la historia ni el lugar de un pié de página. Es hora de parar la destrucción, el hambre y el autoritarismo.
El gobierno es el primer emplazado. Si el poder le impide comprender que la avalancha de problemas que montó en la cima, nos arrasará a todos, desatará los demonios. Puede y debe levantar sus alcabalas a la vía electoral.
Las fuerzas democráticas de cambio deben generar iniciativas de movilización, presión y ofertas viables para desmontar las trancas. No pueden silbar y pasar de lado ante la amenaza del covid-19, la falta de gasolina, de luz, de gas, de agua y de dinero. Mientras aprieta el hambre, no pueden refugiarse en el “salir primero de Maduro”. No tienen tiempo para más omisiones.
Si ambos actores fallan, se perderá el país. La última defensa de la democracia está en el ciudadano y en la sociedad organizada. Para bordear el vacío político, instituciones sociales reales y desde su temática específica, deben consensuar medidas inmediatas para vencer el virus y aliviar el hambre. Necesitamos componer el proyecto de país que extraviamos y poder, después de la pandemia, afrontar el horizonte de futuros deplorables que un país cuasi fallido tendrá que superar para formar parte del nuevo mundo.
Hay que actuar. Sin desanimarse, ni responder con exclusiones o descalificaciones a granel. El peligro es el extremismo que contagia al gobierno y a la oposición. Al gobierno cuando pretende aplastar y controlar en todo a la sociedad. A la oposición cuando improvisa atajos y su cabeza visible cede a los inmediatismos extremistas.
Es vergonzoso ser la primera oposición que contrata mercenarios y justifica tal debilidad política y ética, desvinculándose de la disparatada incursión de Macuto porque el trato no se cerró. Abandonar la ruta democrática y tomar el atajo de la violencia es lo imperdonable.
Es comprensible que sectores opositores defiendan a Guaidó. Es natural cuidar a los líderes, pero el primer deber de ellos es proteger la política. No se puede ser dirigente democrático montado en el tigre del extremismo. El emblema de la oposición, debe estar curado de ese espanto.
Una franja de importantes dirigentes y organizaciones, fundamentales para el rumbo del país, han callado ante los empujones extremistas. Pero Macuto estalló la ambigüedad: una política democrática es incompatible con acciones bélicas. Plomo no pega con elecciones. No hay línea ecuatorial para poner con oportunismo, el pié en una y otra opción. Hay que escoger.
Los defensores del extremismo repiten que la tierra es plana, los dirigentes democráticos de la oposición deben darle vuelta a la estrategia para demostrar que si se impulsa la mejor, entre las dos propuestas que compiten en su seno, se puede luchar y ganar.