Makled, por Teodoro Petkoff
A donde quiera que sea extraditado por Colombia el narco Walid Makled, ya sea a Venezuela o a Estados Unidos, lo cierto es que el hombre ya ha soltado tales cargas de profundidad que el gobierno de Chacumbele no puede continuar haciéndose el loco, ni el propio presidente puede seguir con sus chistecitos de mala muerte sobre tan espinoso asunto. Uno de los últimos fue el de inventar la especie de que la oposición venezolana estaría tan jubilosa con las revelaciones del fulano Makled que bien podría levantarle una estatua. Cada ladrón juzga por su condición y como siempre, Chacumbele juzga por la suya; la de quien no hace sino disfrutar con el mal ajeno, la de quien se burla inmisericordemente de gente débil e indefensa, la de quien no tiene empacho, ni la más mínima nobleza para ahorrarle insultos a quien quiera que disienta o polemice con él, tal como hizo la semana pasada con los generales Fernando Ochoa Antich y Raúl Salazar, frente a quienes bien seguro que, de hombre a hombre, se volvería «mágicamente» bien educado. Agraviar desde las alturas de Miraflores y escudado tras decenas de guardaespaldas es una mantequilla. Pero volviendo al tema Makled, este individuo no ha dejado títere con gorra, literalmente y en todos los sentidos. Generales (entre estos el inefable Rangel Silva, héroe de la batalla contra el FBI, que lo grabó como a un novato, en su conversa con Antonini), coroneles y almirantes, funcionarios públicos de toda laya, han aparecido en las sorprendentes revelaciones del súper traficante.
Desde luego, mientras no haya juicio no es fácil separar las verdades de las mentiras en las palabras de Makled, pero el tercio es suficientemente conocido en nuestro país, sobre todo en Carabobo, centro de operaciones para sus fechorías, como para saber que buena parte de la gente que ha nombrado ha estado en su nómina. En Carabobo nadie duda que los asesinatos de Francisco Larrázabal y del periodista Orel Zambrano fueran ordenados a los sicarios por este angelito de Dios, quien se preciaba públicamente de sus poderosos amigotes en el gobierno. Larrázabal y Orel, con un valor suicida habían denunciado abiertamente a Makled y si el gobierno de Chacumbele quisiera documentar las acusaciones contra ese sujeto no tendría sino que consultar los artículos que Orel Zambrano escribió, con el coraje casi sobrehumano que lo caracterizaba, sacando a la luz las malandanzas de la familia Makled. Hay una pregunta que surge obligatoriamente. ¿Si Makled fuera entregado a nuestro país, existe alguna seguridad de que su juicio no correría la misma suerte que el de los robos en el Plan Bolívar 2000, el de Anderson, el de los pillos de la valija para Cristina Kirchner, el de Lina Ron, el de los agresores de los periodistas a Últimas Noticias, el de Pudreval, y, en fin, los de todos aquellos que involucran a los panas de Chacumbele? ¿Existe alguna posibilidad de que el flamante general en jefe Rangel Silva sea siquiera investigado por las conexiones que Makled le atribuye consigo? ¿O el gobierno quiere a Makled para echarle tierra a todo el sucio escándalo?