Malandros en campaña, por Teodoro Petkoff
Ya corrió la primera sangre en esta campaña electoral. Una banda de malandros “políticos”, con franelas rojas, armas en mano y varios de ellos cabalgando motos, atacó, alevosa, artera y cobardemente una caminata de Capriles Radonski por Cotiza, San José arriba, en Caracas.
Una de las balas hirió a uno de los hijos de Ismael García, de su mismo nombre. La marcha prácticamente cumplió su cometido porque los acompañantes del candidato opositor no se amilanaron y enfrentaron a los matones, de modo que Capriles pudo establecer contacto personal con los habitantes del sector.
Es un mal signo este. Se podía prever que esta habría de ser una campaña ruda y dura. Varias veces advertimos sobre ello, dado el talante agresivo que muestra el chavismo y en particular su líder, quien, cuando se suelta a insultar a sus rivales luce como presa de hidrofobia. Pero los acontecimientos parecen marchar más rápido que lo previsto, tal vez por la angustia y el desasosiego que produce en parte de sus huestes la enfermedad del líder máximo.
En fin, cualquiera que sea la explicación, las posteriores declaraciones que dieran Elías Jaua, Izarra y El Aissami son la demostración de que la agresión no fue un acto espontáneo, atribuible a bandas descontroladas. Todo lo contrario, fue un acto que muy probablemente fue ordenado desde la cúpula del PSUV.
Lo cual lleva a preguntarse si esta va a ser la tónica que el chavismo piensa imprimirle a la campaña, en el empeño no sólo de agredir e intimidar sino de arrastrar a la oposición al mismo camino de violencia. Si fuere así, es evidente que tal perspectiva emplaza a la dirigencia pesuvista, comenzando por Chávez. Porque una campaña signada por la violencia, en circunstancias en que la derrota del continuismo es bastante probable, está preparando el terreno para un desconocimiento de la derrota de Chávez y ahí sí es verdad que puede arder Troya.
De allí la necesidad de que gobierno y oposición se sienten a conversar sobre las reglas del juego, tal como ha sido hecho en otras ocasiones. De modo tal que la racionalidad prive en la conducta de los actores políticos, al establecerse ciertas condiciones que lleven a que, sobre todo el oficialismo, controle a sus bandas y les impida actuar del modo como lo hicieron en Cotiza.
Pero a juzgar por las declaraciones de Jaua, que fueron mucho peores que la agresión misma, tenemos una primera impresión de que lo del domingo en Cotiza constituye una línea y que sólo una vigorosa protesta podría hacerla cambiar.
Jaua fue desde calificar de “ilegal” la caminata “porque no estamos en campaña” (la única campaña admisible, por lo visto, es del jefe con sus cadenas y aun con su enfermedad), hasta señalar como “agresores” precisamente a las víctimas, pasando por aducir que los hombres armados eran de la policía de Miranda. Toda una pieza de la cual habría estado orgulloso el mismísimo Joseph Goebbels.
En fin, atajemos esto a tiempo, antes de tener que lamentar males mucho mayores. Es una responsabilidad fundamental del gobierno garantizar la paz pública, sobre todo en campaña electoral.
Ya corrió la primera sangre en esta campaña electoral. Una banda de malandros “políticos”, con franelas rojas, armas en mano y varios de ellos cabalgando motos, atacó, alevosa, artera y cobardemente una caminata de Capriles Radonski por Cotiza, San José arriba, en Caracas.
Una de las balas hirió a uno de los hijos de Ismael García, de su mismo nombre. La marcha prácticamente cumplió su cometido porque los acompañantes del candidato opositor no se amilanaron y enfrentaron a los matones, de modo que Capriles pudo establecer contacto personal con los habitantes del sector.
Es un mal signo este. Se podía prever que esta habría de ser una campaña ruda y dura. Varias veces advertimos sobre ello, dado el talante agresivo que muestra el chavismo y en particular su líder, quien, cuando se suelta a insultar a sus rivales luce como presa de hidrofobia. Pero los acontecimientos parecen marchar más rápido que lo previsto, tal vez por la angustia y el desasosiego que produce en parte de sus huestes la enfermedad del líder máximo.
En fin, cualquiera que sea la explicación, las posteriores declaraciones que dieran Elías Jaua, Izarra y El Aissami son la demostración de que la agresión no fue un acto espontáneo, atribuible a bandas descontroladas. Todo lo contrario, fue un acto que muy probablemente fue ordenado desde la cúpula del PSUV.
Lo cual lleva a preguntarse si esta va a ser la tónica que el chavismo piensa imprimirle a la campaña, en el empeño no sólo de agredir e intimidar sino de arrastrar a la oposición al mismo camino de violencia. Si fuere así, es evidente que tal perspectiva emplaza a la dirigencia pesuvista, comenzando por Chávez. Porque una campaña signada por la violencia, en circunstancias en que la derrota del continuismo es bastante probable, está preparando el terreno para un desconocimiento de la derrota de Chávez y ahí sí es verdad que puede arder Troya.
De allí la necesidad de que gobierno y oposición se sienten a conversar sobre las reglas del juego, tal como ha sido hecho en otras ocasiones. De modo tal que la racionalidad prive en la conducta de los actores políticos, al establecerse ciertas condiciones que lleven a que, sobre todo el oficialismo, controle a sus bandas y les impida actuar del modo como lo hicieron en Cotiza.
Pero a juzgar por las declaraciones de Jaua, que fueron mucho peores que la agresión misma, tenemos una primera impresión de que lo del domingo en Cotiza constituye una línea y que sólo una vigorosa protesta podría hacerla cambiar.
Jaua fue desde calificar de “ilegal” la caminata “porque no estamos en campaña” (la única campaña admisible, por lo visto, es del jefe con sus cadenas y aun con su enfermedad), hasta señalar como “agresores” precisamente a las víctimas, pasando por aducir que los hombres armados eran de la policía de Miranda. Toda una pieza de la cual habría estado orgulloso el mismísimo Joseph Goebbels.
En fin, atajemos esto a tiempo, antes de tener que lamentar males mucho mayores. Es una responsabilidad fundamental del gobierno garantizar la paz pública, sobre todo en campaña electoral.
Deja un comentario