Malas compañías, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
En el desarrollo de nuestras vidas nos vamos encontrando con todos los elementos que ayudan a perfilar nuestra personalidad. Los problemas y sus soluciones serán la constante en la andadura vital. En esos escenarios, contaremos con la presencia de nuestros familiares más cercanos y por supuesto, no faltaba más, la de los amigos.
Se dice que los amigos poseen una serie de cualidades que les hacen, incluso, mucho más cercanos que algunos de nuestros familiares. Desde muy niños, tenemos la opción del amigo y ya en la plenitud del razonamiento, la decisión de quedarnos con el amigo que nos ofrece la confianza suficiente como para compartir y confiar. En ese sentido, el amigo valora nuestra opinión, incluso aunque no esté de acuerdo; nos brindará algún consejo para nuestro crecimiento como persona y entre ellos los que funcionen para remediar algo o, sencillamente, aprender.
Visto de esa manera, el amigo es importante y en algunos casos indispensable para nuestro proceso evolutivo como seres humanos. De allí que se diga que el amigo es una de las personas que podemos encontrar en nuestro circulo de influencia. En suma, este se convierte, en la mayoría de los casos, en una especie de ejemplo a seguir.
Entonces, podemos partir del principio fundamental de que las amistades se consolidan cuando hay algún o algunos intereses en común. Tenemos amigos que comparten nuestros gustos musicales, los deportivos y artísticos. Pero también están los amigos que comparten asuntos que van más allá de lo que es definido o establecido como normal socialmente. En esa lista podrían entrar muchos ejemplos, pero ahora nos ocuparemos de los amigos que comparten los abusos y violaciones de los derechos de los demás. Esos que a Nicolás Maduro, por ejemplo, le gusta conservar y copiar.
La elección de los amigos del susodicho, por ejemplo, está condicionada a una serie de actitudes o comportamientos similares y/o deseados para imitar. En su lista de amigos resaltan muy pocos. Uno de los destacados es el régimen islamista de Irán. Un gobierno que es ejercido con todo el abuso y crueldad que se puede imaginar.
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Como sobresalientes, podemos citar las persecuciones y ejecuciones que se han sucedido desde el último trimestre del año pasado. Algo que debe causar fascinación dentro de las mentes más cercanas al actual dictador venezolano.
Como mencionamos, las crueles torturas y las injustas ejecuciones que se han desatado desde que las mujeres iraníes, acompañadas de algunos hombres, decidieron salir a las calles de Irán para protestar en contra de la muerte de una joven de 22 años. El régimen islámico, como todos los de línea autoritaria, ha visto en esas manifestaciones una amenaza creíble sobre su futuro y el de su opulencia y explotación.
Esas protestas han dado lugar a ejecuciones selectivas de hombres, sobre todo jóvenes –20 a 25 años– que se han opuesto a las muy arcaicas e inhumanas leyes elaboradas por los llamados ayatolas.
Son muchas las leyes que han establecido los ancianos fanáticos que gobiernan Irán. Entre las más ridículas se encuentran: «enemistad con dios», «difusión de la corrupción y el vicio» y la que posee la mayoría de los gobiernos autoritarios «reunión y confabulación con la intención de perturbar la seguridad nacional». Las tres, son las más utilizadas y con las que se ha llevado a la muerte a más de 481 personas en los últimos meses.
Lo más singular de esta situación es que, una vez más, la religión es el camino ideal para que los autócratas evadan el verdadero adjetivo de asesinos y decidan condenar a muerte a quienes se les oponen, es decir a quienes no comparten sus intereses o lo que es lo mismo: a quienes no son sus amigos.
Pero volvamos al club de amigos de Nicolás Maduro y sus secuaces, porque la lista de atrocidades cometidas por ellos se extiende. Sus amigos, esos que él ha decido en nombre de Venezuela, suelen ser su referencia en los estilos y formas de llevar a cabo sus planes de sembrarse en el poder de por vida
A cuenta de todos, Maduro se refugia en esas malas compañías, en una relación internacional dañina bajo todos los términos, normas y leyes. Habla de intercambios comerciales para el «bienestar» del pueblo, cuando su verdadero propósito es renovar estilos y formas de gobernar a la fuerza. Busca encontrar todo aquello que trabaje para su propósito de sostenerse en el poder. Desde cómo funciona la peligrosa Guardia Republicana de Irán, hasta mantener los muy oscuros intercambios con el régimen de ese país.
Pese a su plan, de una cosa si debemos estar claros, esa amistad es de Maduro y su combo, no de la Venezuela común que busca las alternativas para cambiar de amigos y encontrar aquellos que, como en la vida diaria, fortalecen sus valores como pueblo trabajador y honesto, aunque algunos se vean tentados y practiquen el nuevo estilo que se ha impuesto desde Hugo Chávez.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
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