Maltrato de género, por Gisela Ortega
La violencia domestica padecida por la mujer no pertenece al pasado. Es un fenómeno actual, además de la lesión física, comprende también la agresión psicológica y verbal. Destruir la autoestima de una persona mediante críticas, actitudes negativas y desprecios, evidenciara huellas dolorosas que quedan por siempre. Es indiscutible que el maltrato psíquico puede ser incluso más dañino, en el largo plazo que el corporal.
Hasta hace poco el concepto de violencia dentro del núcleo familiar era impreciso y controvertido, ya que algunos actos que hoy son considerados agresiones, antes eran plenamente aceptados por la sociedad.
Pero el aumento de la participación de la mujer en la vida social y laboral, junto con las políticas de educación igualitaria, ha permitido que salgan a la luz casos de abusos físicos y psicológicos que hasta entonces habían permanecido ocultos.
El reconocimiento de los distintos géneros de violencia ejercida contra las mujeres ha facilitado que éstas identifiquen las situaciones de abuso y conozcan sus derechos.
La declaración de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, elaborada en diciembre de 1993, define este tipo de agresiones. Lo son: “todo acto de violencia basado en la pertenencia del sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para las mujeres, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o privación arbitraria de la libertad, tanto si se produce en la vida pública o privada”,.
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La mujer ultrajada es aquella que se ve sometida a abusos por parte de un varón con el que mantiene o ha mantenido una relación, bien sea de hecho o de derecho. Estas agresiones van desde amenazas e insultos verbales hasta golpes y actos homicidas.
Las campañas de concienciación han permitido conocer que el maltrato es la mayor causa de lesiones a las mujeres y prevalece sobre la violación callejera, asaltos o accidentes automovilísticos. La violencia doméstica se produce, en todas las clases sociales, raciales, económicas o religiosas.
Las mujeres oprimidas de menores recursos financieros son más visibles debido a que buscan ayuda en las entidades estatales y figura en las estadísticas. Tienen menores inhibiciones para hablar de este problema que consideran “normal”.
Las de mayores recursos buscan apoyo en el ámbito privado y no figuran en los registros. Cuanto más importante es el nivel social y educativo de la víctima, sus dificultades para revelar el problema son mayores.
La violencia siempre ha estado presente en la historia del hombre. Esta se aprende observando a las personas que nos rodean, la televisión, etc. De lo que se concluye que el comportamiento pacifico también puede formarse.
Los estudiosos coinciden que el origen de la violencia contra las mujeres en seno familiar se remonta la histórica concepción de poder, y al uso tradicional de la fuerza por parte del padre, marido o pareja hacia los hijos y la esposa con el fin de mantener el equilibrio de la estructura patriarcal.
Algunas tradiciones culturales, costumbres sociales y normas religiosas también han defendido e inculcado la subyugación absoluta de la mujer al hombre y de los hijos a los progenitores. Al varón se le ha adjudicado una autoridad incuestionable sobre su descendencia y sobre su mujer. Por ello se ha creído con derechos a la obediencia y al respeto incondicional.
Aunque ningún estrato social es ajeno al ultraje, resulta más frecuente en grupos sociales con menor nivel educacional y económico, lo que ejemplifica una gran carencia cultural
Afortunadamente, el desarrollo de nuevos valores sociales y, especialmente, la incorporación de la mujer al mundo laboral, ha permitido que éstas ganen más autonomía e independencia, abandonen su situación de víctimas y consigan una posición igualitaria con respecto al hombre.
En la mayor parte de los casos no puede establecerse la existencia de patologías o trastornos psicológicos en el agresor. Sin embargo existen perturbaciones en los que el maltrato es un hecho recurrente: dependencia del alcohol o de otras sustancias, trastornos exaltados en que lo celos relacionados con la pareja son el motivo central de la depresión femenina.
Los núcleos familiares propensos a la violencia también reúnen una serie de características específicas: afectos caóticos, cambiantes, asociados con el miedo, las relaciones devaluadoras e hiperdependientes. La comunicación entre los integrantes de la familia está fragmentada. Surgen secretos domésticos que prohíben que salgan del hogar ninguna información sobre conductas o actos potencialmente sancionables.
Esta implicación de los miembros, impide la autonomía y favorece las alianzas patológicas entre sus componentes. El padre adopta el rol parental único y la madre, junto con los hijos, el papel infantil, por lo que se genera una desigualdad de papeles, y el aislamiento progresivo del exterior salvo por parte del agresor, lo que dificulta la detección del problema.
En cuanto al maltrato psicológico, es muy difícil que la mujer lo identifique cuando es muy sutil. Romper este ciclo es perentorio. ¡Casi como una cirugía sin bisturí!