Mano segura no se tranca, por Tulio Ramírez
El dominó, con sus fichas rectangulares y sus puntos enigmáticos, ha cautivado a jugadores de todas las edades y culturas durante siglos. Su historia, rica y fascinante, nos lleva a un viaje a través del tiempo y las civilizaciones, revelando sus orígenes orientales (pero no de Cumaná), su expansión por el mundo y su evolución hasta convertirse en el juego popular que conocemos hoy en día.
Las primeras referencias al dominó se remontan a China, donde se cree que surgió durante la dinastía Song (960-1279 d.C.). Conocido como «pupai» o «dominoes», el juego consistía en fichas de marfil o hueso talladas con símbolos que representaban valores numéricos. Su popularidad se extendió rápidamente por toda Asia, llegando a Corea, Japón y el sudeste asiático.
En el siglo XVIII, el dominó inició un nuevo capítulo en su historia al cruzar el Atlántico hacia Europa. Las rutas comerciales entre Oriente y Occidente sirvieron como puente para que este juego llegara a Italia, donde fue recibido con entusiasmo. Los italianos adaptaron su nombre al término «domino», derivado del latín «dominus», que significa «señor». Desde Italia, el juego se expandió por el resto del continente, ganando popularidad en Francia, España y otros países europeos, donde se incorporó a las tradiciones y costumbres locales.
El dominó es un juego de mesa popular que se juega con 28 fichas rectangulares divididas en dos mitades, cada una con un número del 0 al 6. El objetivo del juego es ser el primero en deshacerse de todas las fichas colocando las mitades con números coincidentes uno al lado del otro en una cadena. Por lo general se juega en equipos de a dos, aunque también se puede jugar uno contra uno.
Con la llegada de los colonizadores europeos a América, el dominó también cruzó el océano. En el continente americano, este juego ancestral se adaptó a las nuevas culturas y dio lugar a diversas variantes locales. Un ejemplo notable es el dominó cubano, que se caracteriza por sus fichas con números del 0 al 9 y la ausencia de la ficha doble seis.
En Venezuela, el dominó, junto al sancocho, el ajiley, el truco y las bolas criollas, forma parte de la idiosincrasia popular desde tiempos inmemoriales. Es poco probable que exista un venezolano mayor de 40 años que no haya jugado una partida de dominó, aunque sea colocando las fichas sin mucha estrategia. Su simplicidad lo hace accesible para cualquier persona, pero la experiencia y la astucia de los jugadores expertos añaden un nivel de complejidad que lo hace aún más emocionante.
Una de las reglas no escritas más conocidas, es la de «no ahorcarse la cochina». Esta expresión coloquial hace referencia a la imperdonable acción de jugar el seis que no es el doble seis (la cochina), cuando este y el doble seis son las dos últimas fichas que quedan en tu mano. Cometer tal error equivale a un «suicidio en primavera», una jugada que cierra toda posibilidad de ganar la partida y sella tu destino como jugador inexperto o descuidado.
Pero como toda regla tiene su excepción. Esta premisa básica puede no observarse en situaciones en las que el sacrificio de «la cochina» puede permitir ganar al compañero de juego. Dirían expertos como el Tigre de Carayaca, que en casos «bien vale la pena el sacrificio si es por una causa mayor». Es cuestión de táctica.
Hay otra premisa que no admite táctica en contrario. Es la que señala que «mano segura no se tranca», lo que equivale a decir que si un jugador tiene la mano asegurada por tener las piezas que le permiten holgadamente ser el ganador, no debe arriesgarse a perderla por «trancar el juego».
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Se «tranca el juego» cuando se traba la posibilidad de que se puedan jugar las piezas que quedan en mano de todos jugadores. En ese caso ambos equipos hacen el conteo de los puntos que están en las piezas en mano, ganando quien tenga menos puntos, sumándose. El riesgo de perder el juego para el que «trancó», siempre estará en el ambiente.
La moraleja es la siguiente: el que tiene un triunfo asegurado por la ventaja clara y abrumadora, no tiene ninguna necesidad de poner en riesgo el camino seguro hacia la victoria. Al contrario, los borrachitos de esquina y bravucones de baja ralea son quienes, para evitar lo inevitable, recurren a darle una patada a la mesa para evitar que el juego concluya. El que entendió, entendió.
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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