María Corina Burana
Autor: Julián Martínez / [email protected]
El domingo pasado estuve en el Aula Magna de la UCV. Su infraestructura y su espíritu aún están de pie, a pesar de la persecución del régimen (ahora, a través de donaciones y la organización ciudadana, hasta ha vuelto a tener aire acondicionado). Unas dos mil personas nos habíamos dado cita ahí con el fin de disfrutar de un espectáculo sin duda especial: El concierto número 2 para piano y orquesta de Rajmáninov y, sobre todo -como plato fuerte- Carmina Burana, de Carl Orff. Todo a cargo de la orquesta sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho, el impresionante Kristhyan Benítez en el piano, solistas con voces de lujo, diversos coros y la impecable dirección de Elisa Vegas.
No es común ver a una mujer en el rol de directora de orquesta. El puesto está lleno de unos prejuicios casi tan fieros como los de las vacantes para pilotar un avión (el de piloto es un cargo que prácticamente viene con la rúbrica: “mujeres abstenerse”). Eso fue parte del encanto de estar en un espectáculo de tan alta calidad. Un evento que en cierto sentido debería ser más o menos imposible en la saqueada Venezuela de hoy. Pero ahí estaba Elisa, dirigiendo a cientos de artistas talentosos para alimentar nuestra alma (como habrían dicho los antiguos griegos).
También estaba la rectora Cecilia G. Arocha -primera mujer en ocupar ese cargo en la UCV- aplaudida por el público presente. Entonces, de pronto, descubrimos que, sentada entre el resto de los mortales, estaba María Corina Machado, sin el traje de mujer resteada en el asfalto, sino vestida de domingo casual. La rectora la mandó a buscar, las gentes aplaudieron entre vivas y bravos cuando la reconocieron. Ella no parecía muy cómoda desplazándose hasta los puestos preferenciales de la sala (donde la esperaba la rectora). Su incomodidad me resultó sincera, no parecía estar jugando a la foto populista en la que los políticos son amigos del pueblo y besan viejitas y niños. Más bien lucía como alguien que quería disfrutar del concierto en paz, sin los apremios de la fama farandulera, como cualquier persona que está en plan domingo cultural y ya.
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Así que tuve una especie de epifanía: Elisa Vega, la directora, mujer talentosa; la rectora, pionera en su área y María Corina, una activista política con la sensibilidad suficiente como para hacer una pausa, disfrutar de Carmina Burana, y luego seguir recorriendo buena parte del país, perseguida, acosada y custodiada por el Sebin (los mismos del “suicidio” del concejal Fernando Albán).
La epifanía tenía que ver con una Venezuela donde las mujeres puedan ser lideresas, guías, protagonistas. Epifanía de una nueva etapa (que quizá ha comenzado) donde ellas aparezcan no como esposas o hermanas de los padrotes supremos, sino como las nuevas fuentes de comprensión, compromiso y liderazgo.
No sé usted, lectora o lector, pero yo prefiero una presidenta que sepa el precio de un café en la panadería y, al mismo tiempo, quiera ir a ver Carmina Burana en el Aula Magna. Estoy harto de la bestialidad vulgar que entroniza la estupidez solo porque se supone que el pueblo es estúpido
Prefiero a alguien que sepa varios idiomas, oiga a Rajmáninov, Simón Díaz, Carl Orff, Rubén Blades y, además, sepa cuáles son los principales problemas de la gente, dónde se está pasando más trabajo y, sobre todo, entienda que los diálogos y las salidas electorales ya no están en el terreno de juego, lamentablemente.
Luego me fui al Trasnocho Cultural y vi la muy rotunda, convincente y conmovedora “Tebas Land”, pieza teatral, oh sorpresa, dirigida por otra mujer: Rossana Hernández. En fin, todo un domingo de epifanías.