Marisela y Doña Barbara, por Julio Castillo Sagarzazu
Twitter: @juliocasagar
El llamado realismo socialista, tiene en La Madre de Máximo Gorki, un personaje arquetípico de la entrega de una mujer por su hijo. Pelagia, por cierto, víctima del maltrato machista, un día se entera que Pavel, su primogénito es un activista clandestino de la lucha anti zarista. En un primer momento, reacciona con miedo y le conmina a abandonar aquella aventura. Poco a poco, va entendiendo las razones de su hijo y ella misma se convierte en militante revolucionaria, después que Pavel es enviado a Siberia a un campo de concentración.
Hasta aquí, se trata de un buen y socorrido guion para muchas versiones cinematográficas. De hecho, hay muchas películas que nos muestran, más o menos, este mismo tópico en las más variadas circunstancias.
Hoy vale la pena recordarlo y acompañarlo de la glosa de un artículo que, en estos días del mundial de futbol, se hizo viral y que trata de una «estrategia» usada por la selección nacional de Marruecos (hasta el momento la más sorpresiva del mundial) y que consistió en hacer acompañar al equipo en Qatar de casi todas las madres de los futbolistas que compiten en la justa.
El artículo en cuestión, narra la positiva influencia de la presencia de estas mujeres, desde la concentración y los entrenamientos, hasta en los partidos que ha jugado el equipo africano. Es una deliciosa crónica de cómo esta relación entre madres e hijos ha fructificado y como la magia de estas mujeres ha obrado prodigios en los logros de la selección hasta ahora (Escribimos el día viernes, sin conocer el resultado de la disputa del tercer lugar contra Croacia)
Hoy día, cuando es moneda común hablar de la necesidad de combatir la discriminación de la mujer; promover la igualdad laboral con el hombre; abandonar los atavismos y espantosas desigualades que las leyes aun contienen en muchas materias, no estaría de más ahondar en la extraordinaria y potencial poder creador que tiene el rol de la maternidad en las sociedades.
No cabría preguntarse, por ejemplo, si no está allí, una suerte de «arma secreta», como me lo sugirió un perspicaz amigo, que está a la espera de ser usada para enderezar muchos entuertos en el mundo.
Reflexionando sobre el tema, recordé dos programas que vieron la luz en la administración de Henrique Salas R. y que tomaban nota de este asunto. Quizás referirlos aquí puedan echar un poco de luz sobre el planteamiento que tratamos de exponer.
Se trató del programa Unidos Por tu Casa. Un plan de construcción de viviendas en el que se daba la primera opción (siempre refrendado por las comunidades) a madres solteras de familias numerosas. El programa no era asistencial. Implicaba la obligación de construir la casa por etapas para que se pudieran recibir los materiales siguientes. Ocurría invariablemente, que en la comunidad se producía un movimiento espontaneo de solidaridad para ayudar a la madre a construir y a cumplir con los lapsos del programa. La comunidad reconocía, no solo el derecho de la madre sola a aquella vivienda, sino que mostraba su acuerdo y su respeto a la asignación de los materiales, convirtiendo aquella causa, en causa común de todos.
El segundo programa fue el de préstamos para pequeños emprendimientos. En el balance final del retorno y aumento de los créditos, se pudo observar que el mejor cumplimiento y el mayor número de préstamos, correspondió siempre a madres solicitantes. Muchos barrios populares del estado terminaron poblados de pequeñas peluquerías, pastelerías, casas de costura encabezadas por una madre empresaria dueña de su propio negocio.
Hoy día, podemos observar como a causa de la abdicación del estado de sus obligaciones en seguridad, educación y salud, en muchas comunidades, organizaciones espontaneas o institucionales de la sociedad civil, han asumido importantes responsabilidades. Una curiosidad estadística nos revela que la mayoría de ellas están conducidas o animadas por madres de esos sectores que han devenido en un verdadero liderazgo natural, con una potencialidad aun por imaginar.
Un hallazgo, en varios estudios de opinión, ha revelado que, para los venezolanos, Venezuela es identificada con una mujer. Rómulo Gallegos entendió esto hace varios años y nos la presentó en dos personajes de su novela: Doña Bárbara y Marisela. Su nexo filo maternal, es clave para la comprensión del imaginario popular venezolano.
En ellas hay dos Venezuelas, la de la barbarie, la desafección, la alianza con los mujiquitas y los Mr. Danger y la desamparada, comprendida por Santos Luzardo y que ocultaba, bajo su descuido y abandono, una mujer bella que solo se descubre a sí misma, cuando se ve reflejada en el agua.
La resolución de este contraste identitario puede constituirse en un tema importante para el debate político del país. Dilucidar las fuerzas espirituales que deberán animar un cambio político y una transición; las fuerzas morales y cívicas que deben inspirarlo y, sobre todo, la naturaleza de las tareas concretas que tenemos por delante.
Quizás, desde hace años y creciendo como la hierba, sin que lo notemos, está emergiendo un liderazgo y un “arma secreta” para reconstruir el país.
Valdría la pena debatirlo.
Julio Castillo Sagarzazu es maestro.
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