Más allá de la conmoción: un llamado a la madurez política, por Stalin González

El anuncio del régimen sobre la posible implementación de un Estado de conmoción exterior es el más reciente ejemplo de que el radicalismo solo genera más radicalismo. Las posturas radicales, vengan de donde vengan, no construyen soluciones: las destruyen.
Por un lado, el régimen impone un discurso autoritario, persigue a quienes piensan distinto y se aferra a las instituciones para perpetuarse en el poder. Y por el otro, un sector de la oposición se mantiene prometiendo salidas mágicas o inmediatas que nunca llegan, e incluso insistiendo en la idea de que una intervención extranjera resolverá lo que solo los venezolanos podemos resolver. Ambos extremos terminan alejados de la gente y de las necesidades reales del país y en ese terreno, lo único que crece es la desesperanza.
De nada sirve insistir en promesas vacías o en mecanismos de represión cada vez más desmedidos Quienes aspiramos a un cambio político verdadero en el país debemos actuar con coherencia y madurez política. La alternativa no puede ser repetir los vicios del pasado, ni caer en la misma lógica autoritaria que decimos rechazar. El cambio debe venir de los venezolanos y para los venezolanos, y construirse sobre bases sólidas: diálogo, institucionalidad, propuestas realistas y un profundo respeto por la gente. Sin esto, no habrá transformación posible, solo más frustración.
Nuestra Constitución en el artículo 338 y el artículo 14 de la Ley Orgánica sobre los Estados de Excepción sostienen que un estado de conmoción exterior solo puede decretarse en caso de un conflicto externo que ponga en riesgo la seguridad de la nación. El poder ilimitado que restringe libertades es riesgoso, y su uso discrecional lo comprueba.
La Constitución exige que las medidas dictadas en estos escenarios sean proporcionales a la gravedad de la circunstancia, pero ni la Carta Magna ni la ley establecen límites claros y materiales a esas restricciones. Esta ambigüedad abre la puerta a posibles abusos.
En este círculo vicioso de radicalismo, quienes terminan pagando el precio son los venezolanos de a pie. El trabajador que no puede cubrir la canasta básica, los niños que pierden su infancia entre las dificultades de la crisis, el joven que decide migrar porque no ve futuro en su tierra y los abuelos que se quedan solos. Ellos sufren doblemente: por un régimen que no gobierna para la gente, y por sectores políticos que se pierden en el extremismo sin ofrecer salidas realistas. Es aquí donde debemos levantar la voz con firmeza: el radicalismo no es una opción, ni de un lado ni del otro.
Venezuela necesita madurez política y sensatez. La única manera de reconstruir al país es con propuestas coherentes, con consensos que incluyan a todos los sectores y con la convicción de que el futuro depende de nosotros mismos. La comunidad internacional puede apoyar y acompañar el proceso, pero las soluciones dependen de nosotros, los venezolanos. Si seguimos atrapados en esta lógica extrema, el país seguirá hundiéndose en la miseria y el desencanto. Pero si comprendemos que el cambio debe construirse desde la sensatez, desde la organización ciudadana y desde el respeto a la Constitución, podremos empezar a dar pasos hacia la Venezuela democrática, justa y libre que tanto anhelamos.
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Stalin González es político, abogado y dirigente nacional del partido Un Nuevo Tiempo
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