Me gustas cuando callas, por Teodoro Petkoff
En dos ocasiones consecutivas, muy próxima la una de la otra, y en ambas oportunidades “coincidencialmente” desde Washington, la ministra de la Defensa de Colombia, Martha Lucía Ramírez, ha dicho que su gobierno no encuentra colaboración del venezolano en la lucha contra la guerrilla. Lo que equivale a sugerir que el gobierno de Chávez mantiene una relación de cooperación cuando no de complicidad con los movimientos armados colombianos. Anteriormente, el ministro del Interior del vecino país, Fernando Londoño, había lanzado una acusación del mismo tenor. Esa vez Uribe mismo desautorizó a su ministro, pero, en cambio, ante las declaraciones de Ramírez ha guardado silencio. ¿El que calla otorga?
El asunto viene a cuento porque los gobiernos de los dos países se han comprometido a silenciar la llamada “diplomacia del micrófono”, o sea, a ponerle sordina a la discusión pública, e inevitablemente estridente, de sus diferencias. La iniciativa apuntaba a preservar los intereses de las dos naciones y a no permitir que diferencias circunstanciales, por importantes y graves que pudieran ser, perjudicaran la significación estratégica que tiene para ambos países una relación normal y civilizada. Poca duda puede caber que las declaraciones de la ministra Ramírez reviven, desde el lado colombiano, la nefasta “diplomacia del micrófono” y podrían, eventualmente, conducir a la reproducción de indeseables episodios de polémica pública sobre estos asuntos que todavía exigen la discreción y la prudencia de la diplomacia.
Ahora bien, ¿qué sentido tiene esto? ¿En qué puede beneficiar a los dos países, cada uno de los cuales conoce delicadas situaciones internas, la creación de un clima de conflictividad y animosidad entre ellos? ¿Se trata de simples imprudencias ministeriales o hay un designio ulterior, un cálculo político, en esta ligereza de lengua?
Un tema tan vidrioso como este exige mucha sindéresis y sobre todo mucha disposición a eludir la fácil tentación de pulsar la tecla del patrioterismo.
Porque resulta que es una tecla que resuena allá pero aquí también.
Sus acordes pueden ser igualmente mistificadores y manipuladores a ambos lados de la frontera. Se equivocarían en Colombia quienes pudieran pensar que un clima de tensión y de conflictividad con su vecino oriental ayudaría a una mejor aplicación del Plan Colombia.
Como estarían igualmente equivocados quienes aquí crean ver en la tensión con Colombia una espita para la presión interior generada por nuestros propios problemas políticos. Países contiguos, que lo serán por toda la eternidad, poseen intereses comunes que deberían ser protegidos de las respectivas contingencias políticas internas de cada uno.