Medidas económicas: nueva dosis de ponzoña, por Gregorio Salazar
Si de reactivar el aparato productivo se tratara, los artificios económicos anunciados el pasado sábado por el régimen resultarán tan inútiles como tratar de desatascar una gandola de dos bateas con un carrito de helados.
Con Pdvsa en sus estertores más los daños ocasionados durante casi dos décadas al sector privado por los delirios ideológicos del gran hijo de Sabaneta y sus seguidores, la profundidad de la destrucción ocasionada a la economía en su conjunto necesita para su reversión más que artilugios monetarios y las harto conocidas arremetidas de coerción e intimidación, deleznables barajitas repetidas que han vuelto por sus fueros esta semana.
En términos de confianza la realidad no se ha movido un ápice, como no haya sido para acelerar el retroceso, tal como lo evidencian esas cuadras enteras de cortinas metálicas abajo, santamarías que no se abrirán por un largo período a la espera de tiempos más alentadores. El hermetismo de esas puertas cerradas es la respuesta más contundente recibida por el nuevo invento de Maduro planificador y economista.
En la búsqueda de la confianza de los actores económicos nada hubiera resultado más efectivo que la dolarización de la economía, receta en la que coinciden los expertos como fórmula fulminante contra la hiperinflación.
Pero qué va, resulta demasiado cuesta arriba para la atolondrada cúpula roja ver navegar libremente por las corrientes de la economía nacional al buque insignia del imperio: el dólar, al que desprecian como símbolo, pero lo codician afanosamente para ponerlo a buen resguardo en sus arcas personales.
Por eso, en el mundo fantasioso en que deambulan entregados a sus prácticas onanistas el dólar simplemente no existe, es una entelequia mediante la cual se mantiene engañada a la humanidad, mientras el Petro emerge invicto y desafiante. Si lo dice Delcy, más todavía. La gran utility del gabinete madurista condena a la divisa norteamericana a la zona fantasma y vaticina la peor de las pesadillas para Donald Trump. Okey, ya estuvo, Delcy.
En el corazón de la debacle nacional está la destrucción del salario. El régimen hizo nulas las posibilidades de que un venezolano pueda satisfacer las necesidades de su familia con lo que devenga por su trabajo. A partir de allí todo perdió sentido. Esa ha sido una de las grandes causas de la diáspora que hoy sacude al continente y asombra al mundo.
Es justamente en el tema del salario donde Maduro ha dado su pirueta más espectacular y tremendista. Después de negarse recalcitrantemente a subir el sueldo ínfimo de servidores públicos como enfermeras y docentes, decretó un aumento del salario mínimo en un 5.900 %, lo que resulta equivalente a 180 millones de los de antes, para Maduro medio Petro apenas.
Encima aumenta los impuestos 4 %. Una tenaza que se hunde en el cuerpo exhausto de las empresas y que puede resultar la embestida final contra el sector privado, pero que también afectará a los ciudadanos. ¿Qué ocurrirá cuando cese el subsidio que el régimen ofrece por 90 días? Eso lo veremos en pleno diciembre, mes en que habrá que pagar “utilidades” y aguinaldos.
A ver si usted le encuentra lógica: el Estado que ha creado un gigantesco cementerio de empresas quebradas y que si siguen funcionando es enteramente a pérdidas sube exponencialmente los salarios y los pasivos. Al camello cuyo lomo estaba a punto de quebrarse con solo una brizna de paja le está lanzando un fardo de heno encima.
Sería un milagro que el sector privado sobreviviera a semejante desmesura. A Maduro estigmatizador le basta con decir que los privados se oponen a cualquier mejora de las condiciones de vida de sus trabajadores.
Una vez más las medidas se presentan como si se tratara de poner en cintura al sector privado, el enemigo a vencer, responsable exclusivo de la espiral hiperinflacionaria. Una vez más se recurre al apresamiento y trato cruel de gerentes de automercados, imágenes que dan la vuelta al mundo como elocuente demostración del desquicio de quienes aquí mandan.
Las medidas que han sido impuestas sin diálogo ni mediaciones tendrán un efecto devastador en las empresas. Está en la naturaleza del régimen, un alacrán que acaba de aplicar una nueva dosis de su mortal ponzoña.
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