Megan Rapinoe pone a la FIFA en evidencia nuevamente, por Gustavo Franco
Twitter: @GusFrancoH
La jugadora estadounidense Megan Rapinoe declinó recibir el reconocimiento que la distingue como integrante del equipo del año. En un comunicado, la jugadora cuenta: “Por supuesto me siento feliz y orgullosa de haber sido reconocida por mis compañeras y tener un puesto en el once del año de FIFPro. Pero al mismo tiempo no puedo evitar sentirme sorprendida ya que no juego desde marzo”.
Es fácil imaginar que el peso mediático de la jugadora, dentro y fuera campo (muy talentosa y además activista por la igualdad en el deporte), le da un impulso que a veces no tiene mucho que ver con la meritocracia. Impulso que la propia Rapinoe ha dejado ver que no quiere.
Efectivamente, estas galas tienen mucho de buscar y maximizar ratings y, en un deporte al que no se le ha dado toda la inversión publicitaria y de capacitación profesional, existe la tentación de darle un reconocimiento a la que más fanáticos tiene y más audiencia atrae.
Pero el mensaje que da el jurado de este premio es uno de apatía y de parásilis para llevar a cabo los cambios necesarios. Es decir, que no se conoce a fondo el deporte.
La reflexión de Rapinoe en su comunicado va en esta dirección, aunque no sea directamente: “Hay muchas jugadoras fantásticas en todo el mundo que merecen ser reconocidas. Aun así, mi entrada en este once es una señal de que hay que seguir apostando por el fútbol femenino, para que cada vez haya más partidos retransmitidios por televisión y así empiecen a ser reconocidas más jugadoras”, lanzó la jugadora.
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El problema, deja entrever Megan Rapinoe, es que hay un menosprecio al fútbol femenino. Cuando una jugadora brilla con luz propia, trasciende el propio deporte e inspira a las personas, pues ello conlleva a que se tape los méritos de otras jugadoras que en un período de tiempo particular pueden haber sido superiores que los de Rapinoe.
Se puede argumentar que aprovechar el poder mediático de Megan Rapinoe ayudará a impulsar el deporte femenino, pero esta responsabilidad no debería caer sobre sus hombros.
La FIFA, las federaciones de nivel continental y a nivel nacional, y las ligas son las que deben realizar las inversiones para que las jugadoras no sean anónimas y que por ello corran el riesgo de no ser reconocidas. Premiar a alguien que no lo merece resta credibilidad al deporte, y un anunciante podría ver la situación y decidir no poner dinero. Si los reconocimientos son injustos, ¿quién garantiza que durante un partido no se favorezca a una jugadora mediática por encima de sus rivales? Es un ejemplo más extremo, pero que sirve para reforzar el punto de la credibilidad.
Si hay más jugadoras reconocidas, el fútbol femenino crece y habrá mayor interés en las retransmisiones. ¿Pero cómo se genera el interés si de entrada es difícil ver fútbol femenino? Megan Rapinoe nuevamente vuelve a poner el tema sobre la mesa y ahora le tocará a la FIFA examinar su forma de proceder.
Gustavo Franco es periodista deportivo.
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