Mentira piadosa, por Gisela Ortega
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Mentira piadosa es la afirmación falsa proferida con intención benevolente. Tiene como objetivo el tratar de hacer más digerible una verdad, tratando de causar el menor daño posible. Se utiliza para evitar fricciones innecesarias, secuelas o actitudes que pueden ser desagradables para alguien.
En política, la mentira noble es asociada con la falsedad de los gobernantes destinada a preservar la armonía social.
Platón, filosofo griego (428-347 a. C.), se refiere a este tipo de mentira en su obra la República. Menciona diferentes tipos de metal que los dioses habrían puesto en la sangre de las personas: oro en los mandatarios, plata en los auxiliares, bronce en los campesinos y artesanos. Los hijos de los gobernantes nacerían con oro en las venas y estarían destinados a mandar, pero también los de algunos campesinos y obreros que, por ese hecho, también deberían ascender y gobernar. Platón sostiene que, aunque esto fuera falso, si la gente lo creyera se lograría tener una sociedad ordenada, pues los labradores y artesanos tendrían la esperanza de que sus descendientes pudieran llegar a ser presidentes, lo que convierte al mito en una mentira noble.
Esta fábula también haría creer a los dirigentes que son mejores que sus súbditos, fomentando en ellos el sentido de responsabilidad.
La pregunta acerca de si es conveniente engañar al pueblo fascinó a los pensadores políticos occidentales durante siglos. Blaise Pascal, matemático, físico y filósofo (1623-1662), negó la existencia de derechos naturales, del contrato social y un derecho divino de los reyes, afirmando, en cambio, que luego del triunfo por la fuerza de un partido sobre otros para poder acceder al poder, es necesario hacer creer al pueblo que las leyes fueron instituidas en su beneficio. La mentira es necesaria porque es imposible gobernar siempre a partir de la fuerza y para que las leyes sean obedecidas.
Abu al-Farabi, filósofo musulmán de origen turco (872-950) y Moisés Maimódines, médico y teólogo hebraico-español, (1135-1204), inspirados en Platón, predicaron la moderación política del filósofo, frente a la imprudencia de Sócrates.
Emmanuel Kant, filósofo alemán (1724-1804), sintetizó su teoría moral. Una máxima es moral, si la regla que nos autoriza a realizar ciertas acciones puede ser universal, o sea, que todos se rijan bajo esta norma.
Para Kant, el deber de no mentir sistemáticamente acarrearía desconfianza entre las personas y no se podría vivir en sociedad, pues la confianza es la base primordial para establecer vínculos entre los individuos. Además, si la mentira fuera una regla universal todas las personas sabrían que todos mienten, entonces, la mentira ya no tendría el efecto esperado.
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El decir la verdad no debe depender de lo que el sujeto quiera o desee, afirma Kant, sino que debe ser siempre así. Para explicar esto, Kant diferenciaba los deberes categóricos de los llamados «imperativos hipotéticos» que nos dicen qué hacer, siempre y cuando la acción sirva para cumplir un deseo. Podemos deshacernos libremente de estos imperativos hipotéticos simplemente no teniendo el deseo de realizar la acción. En contraste con los «imperativos hipotéticos», los requisitos morales como no mentir son «deberes» categóricos, estas obligaciones no dependen de si el individuo quiere o desea hacerlos, dependen de que «debe» hacerlos.
Kant basa los «deberes hipotéticos» en los deseos y los «deberes categóricos» en la razón.
Kant no es el único autor que pensaba que la prohibición de mentir es absoluta. El filósofo inglés, Peter Geach, (1916-2013), autor del libro Las virtudes, considera que moralmente está prohibido mentir, pero aprueba las verdades engañosas, como la de san Atanasio, quien remaba en un río cuando los hombres que lo perseguían le preguntaron: «¿Dónde está el traidor de Atanasio?», a lo cual este respondió tranquilamente: «No está lejos».
Por su parte, la filósofa y teóloga, irlandesa, Elizabeth Anscombe (1919-2001), que estaba de acuerdo con Kant en que existen «reglas morales absolutas», no creía que decir siempre la verdad fuera una de ellas. Señaló que Kant formuló la regla de no mentir demasiado estricta y que no contempló las consecuencias que podría tener el ser tan radical y prohibir la mentira bajo cualquier circunstancia. Anscombe prefería formular la norma de manera que en algunas ocasiones se pudiera hacer una excepción.
Mientras que, el filósofo alemán Leo Strauss (1899.1973), acentúo la necesidad de mentir para ocultar una posición estratégica o para ayudar a la diplomacia.
Distinguía dos tipos de ley divina o revelación: las creencias verdaderas como son los principios filosóficos que solo conocen los sabios y las creencias necesarias que son falsas pero útiles a la sociedad para la conservación del orden social.
Que las mentiras desaparezcan completamente del ámbito de la política, de la justicia, de la diplomacia, del periodismo y de muchos otros ámbitos de la vida social es algo virtualmente imposible, así lo hicieron también los representantes de la filosofía política, desde Maquiavelo hasta la «mente noble» de Platón.
Gisela Ortega es periodista.
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