Metafísica y obesidad, por Fernando Rodríguez
Bernard Schaw, genial dramaturgo, dijo una vez algo así como que había dos grandes tragedias en la existencia humana: no poder cumplir los deseos que se tienen y cumplir los deseos que se tienen. Me explico: no poder realizarlos es obvio, produce frustración y zozobra. Pero realizarlos, un poco más complicado, también frustra nuestra vida porque al hacerlo lo matamos. Por ejemplo tengo hambre, deseo comer, deseo comer bien. Y bien si comemos ya no tendremos deseo de comer, hambre, porque la habremos saciado. Ya no deseamos lo que hacía un rato nos motivaba a tal punto de pagar una desmesurada cantidad en el distinguido restorán. (Alguien, muy correctamente, ha sugerido que los restoranes debían cobrar a la entrada, cuando estamos ansiosos, y no al final cuando estamos saciados e incluso repugnamos el comer). Esto vale para cualquier otro deseo, recuerde que llaman pequeña muerte (petite morte, si usted es culto) a ese momento posterior al orgasmo que culminó después de una pasión para algunos celestial y para otros demoníaca. Y que luego, ahora la costumbre se ha minusvalorado, usted se aferra a un cigarrillo, al humo que evoca la nada. De manera que siempre perdemos.
En uno de los primeros poemas, y de los más eternos, de la lengua castellana, las coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, hay unos versos magníficos que dicen, después de recordar como se pasa la vida tan callando “cuán presto se va el placer/como, después de acordado,/ da dolor”.
Para cerrar esta fundamentación recordemos que para el último y pesimista Freud el deseo es un desarreglo que turba la subjetividad y que de alguna manera en el fondo deseamos la inmovilidad, la muerte, el nirvana. O pensemos en el valle de lágrimas que tantísimos cristianos durante tantísimo tiempo han considerado este mundo y sus ofertas. Ahora bien otros filósofos han pensado hasta lo contrario, esa es la vaina de la filosofía. Pero apliquemos el principio señalado a la comida, que al menos algo de verdad contiene.
Aparte de lo ya enunciado y que está dicho magníficamente por Don Quijote a Sancho que se quejaba de no haber podido comer unas delicias que les habían prometido, que después de haber comido da lo mismo que hubiesen sido exquisiteces o desechos viles del camino. Pero fíjense que puede haber un matiz en toda esta metafísica del deseo de comer y viene de Sartre, enemigo declarado y feroz del deseo triunfador y amable, que es con respecto a la comida francesa, en ese entonces reina indiscutida de la buena mesa, cosa ahora harto discutible, que basaba parte de su grandeza en el hecho de que sus porciones solían ser pequeñas y nos quedábamos siempre con un mínimo de hambre, de deseo entonces, lo cual hacía que este subsistiera en una pequeña medida. Una rendija al imposible ideal humano de un deseo que se realizara y siguiera siendo deseo, comer y seguir hambriento. En fin no se atragante con una excesiva cantidad de mondongo que lo hará repudiar su desmesura y guarde un poquito de hambre para seguir quedamente amando sus antojos gastronómicos. Y seguro que será bueno para su salud y su estética personal. La filosofía debe ayudar al buen vivir, debe ser una sabia autoayuda, sino ¿para qué?.( Supongo que Antonio Pasquali el gran gastrónomo, filósofo y amigo, para mi desgracia no me invitará más a su sublime yantar… amicus Plato…)