Meter una Cabra, por Tulio Ramírez
Esta expresión la estoy escuchando desde que era un niño. Recuerdo que la primera vez fue una noche en la cual los vecinos de la casa de vecindad donde vivía, estaban jugando ese popular juego llamado Dominó. Tengo grabado en la memoria aquel grito intempestivo del señor Guanipa, vecino de la vecindad. ¡Alguien metió una cabra!, se oyó a todo lo largo y ancho del vecindario.
Quedé tan impresionado que no se me ocurrió otra cosa que asomar la cabeza debajo de la mesa para ver si estaba al animalito. Mientras curioseaba, me preguntaba: ¿Quién habría llevado a ese simpático caprino a la casa de vecindad y por qué razón se puso tan bravo el señor Guanipa, si no representan ningún peligro? No se rían apreciados lectores, tenía como 8 años y era imposible que supiese la connotación o significado de tal expresión. La tomé literal.
Años después, conocí a qué aludía este popular enunciado. Cuando un jugador «mete una cabra» en el juego de Dominó, significa que ha colocado una ficha que no corresponde por no coincidir con la secuencia del juego. Indudablemente esa acción transgrede las reglas de ese juego de mesa lo que hace imposible su normal continuación.
Estoy casi seguro que esa expresión forma parte de los venezolanismos. La verdad, no creo que sea usada en los países donde también se juega dominó. Dudo que exista un Manual del Dominó donde se especifique como una acción proclive a sanciones el “Meter una Cabra”. Lo más seguro es que se utilice otro concepto para describir ese movimiento irregular.
En Venezuela no solo se utiliza esa expresión para describir la jugada irregular a la que hicimos referencia en el párrafo anterior. También se utiliza en la vida cotidiana para denunciar o advertir sobre engaños de terceros. Por ejemplo cuando en una transacción comercial recibimos un producto diferente al que solicitamos, sin mayor explicación nuestro reclamo comienza con “Oye, me estas metiendo una cabra, eso no fue lo que pedí”, o cuando recibimos una promesa que a leguas es de imposible cumplimiento, comentamos al promitente “no me metas esa cabra, mira que no soy tonto”.
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En el ámbito de los contratos también se usa mucho aunque, ni por asomo, forma parte del lenguaje jurídico. No pocas veces escuchamos a los abogados aconsejando a sus clientes que deben estar alerta cuando se suscribe un contrato “porque te pueden meter una cabra”. Es decir, hay que estar prevenidos sobre alguna cláusula lesiva o leonina para una de las partes, sobre todo con aquello que se estipula en “la letra pequeña” cuando se trata de contratos de adhesión o en las garantías.
Con los años, entendí que esta coloquial aseveración, no necesariamente siempre tiene la carga de engaño intencional o “de viveza criolla” con la que con frecuencia se le asocia. Si bien el resultado siempre es un engaño del que se puede sacar ventaja o que crea una situación de ventaja indebida, no siempre está impulsada por la mala intención o el ánimo de timar. Me explico.
En el caso del juego de Dominó, al igual que en la vida cotidiana, muchas veces se “meten cabras” por impericia, descuido o distracción. Es lo que los abogados llamarían “Cabra Culposa”. Suele suceder que los que incurren en este tipo de culpa, por lo general proceden a admitir su error, piden disculpas y tratan de subsanarlo. Esto, por no haber ánimo de engaño.
No así sucede con los que “meten cabra” con intención de sacar ventaja de manera indebida con violación ex profeso de las reglas. Es lo que los jurisconsultos llamarían “Cabra Dolosa”. En estos casos no suele haber reconocimiento por parte del que incurre en ello, ni intención de reparación y mucho menos de pedir disculpas. Son aquéllos que en el Dominó y en la vida, tratan de ganar u obtener ventaja a costa de lo que sea, con los recursos que sea y pasando sobre quien sea.
En el Dominó “las Cabras Culposas” y “las Cabras Dolosas” reciben la misma sanción ya que es difícil probar el dolo o la culpa. En esos casos y de acuerdo a las reglas, cada vez que se detecta y comprueba quien es el que “metió la cabra”, ipso facto pierde la mano o el turno de salida. Es irrelevante descubrir si hubo o no intención de engaño. Pero en la vida real, no solamente la sanción es diferenciada, el dolo o mala intención, no solo amerita una mayor sanción, también un profundo y justificado repudio por parte de la sociedad. ¿Nos vamos entendiendo?
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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